Análisis
La conjura de los irreconciliables
Rajoy no evitará que se vote y Puigdemont se deberá conformar con una consulta artesanal
Jordi Mercader
Periodista.
JORDI MERCADER
El 1-O va a suceder algo serio, todavía difícil de precisar en su magnitud y sus consecuencias respecto a las dos cuestiones en juego: cuán grande será el descrédito atesorado por el Estado de derecho en su guerra por impedirlo y cuál será la velocidad de crucero del movimiento independentista tras la jornada. El problema original (ya saben, el futuro de Catalunya y las Españas) seguirá durmiendo en el sótano de la agitación, agravándose hasta convertirse, tal vez, en irresoluble. Esta hipótesis no parece preocupar mucho a los dirigentes enfrentados, concentrados en intentar salir airosos del envite para salvar sus proyectos.
Rajoy no va a evitar que se vote y Puigdemont va a tener que conformarse con un referéndum artesanal, muy lejos de Venecia y sus requerimientos de credibilidad. La fuerza de los hechos está modulando sus pretensiones iniciales. Las serias interferencias judiciales y policiales sobre la organización tendrán sus efectos y la potente defensa popular de la convocatoria salvará los muebles. La conjura de los irreconciliables apunta a una derrota parcial compartida.
O no. La propuesta de Ada Colau, los 'comuns' y Podemos de convertir el 1-O en una movilización democrática ha ganado fuerza gracias al exceso de celo exhibido por la Fiscalía en algunas de sus decisiones preventivas y controvertidas. Y nada funciona mejor en Catalunya que este grito de alarma: Rajoy pone en peligro el autogobierno y la democracia. Ante tal amenaza, todo pasa a ser secundario, incluso el referéndum unilateral. Colau lo formuló a partir de la argumentación de los propios dirigentes independentistas y hasta Guardiola lo ha visto claro desde Manchester. La recuperación del consenso sobre el derecho a decidir, asociado a la democracia, aumenta las expectativas de participación en un revitalizado 1-O. Sin embargo, tiene su contradicción.
Los socialistas han salido en tromba a señalarla, ante el temor de quedar mucho más aislados de lo que están si prosperase esta lectura. Votar, dicen Sánchez e Iceta, refuerza al independentismo, aunque el votante acuda a las urnas para defender las instituciones catalanas y la democracia de los embates del Gobierno del PP. Todos están de acuerdo en que lo relevante de la convocatoria será la participación. Y todos sospechan que las limitaciones técnicas y jurídicas en materia de garantías no impedirán a los organizadores atribuir todo el apoyo recabado al enunciado de la convocatoria: un referéndum de autodeterminación vinculante.
El reto de Colau para potenciar su opción del referéndum pactado es conseguir un éxito descomunal en un 1-O reconvertido en proceso de movilización. Sin embargo, no puede hacerlo sin la colaboración de Puigdemont. Solo la renuncia al carácter vinculante del referéndum liberaría a los 'comuns' de la contradicción señalada por los socialistas y animaría al catalanismo político a participar. El balance de la jornada se decantaría así a favor del soberanismo; claro que también daría la razón a la alcaldesa.
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