Introducción, nudo y desenlace

JOAQUIM Coll

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La crisis final de CiU demuestra lo que algunos sosteníamos desde tiempo atrás. Que el objetivo del proceso soberanista no era el ejercicio del llamado derecho a decidir, aclamado por bastantes bobalicones como el súmmum de la radicalidad democrática, sino el deseo de imponer la secesión al precio que sea. De no ser así, la federación nacionalista hubiera sobrevivido unos cuantos años más. En el 2012, CiU fue a las elecciones con un programa en el que no hablaba de independencia sino de Estado propio y la promesa de una consulta sin pregunta definida. Artur Mas quería una mayoría excepcional con la que poder gobernar en un horizonte de dos legislaturas, pues el desarrollo de esas estructuras de Estado iba para largo. El programa electoral se titulaba, ni más ni menos, Catalunya 2020. Con este enunciado los democristianos de Josep Antoni Duran Lleida se encontraban cómodos. El derecho a decidir no dejaba de ser una fábula, es decir, algo que tenía mucho colorido, fantasía e imaginación, pero que resultaba inverosímil.

El nudo de la narrativa se complicó cuando Mas retrocedió 12 diputados y, en vez de dimitir la noche electoral, acabó haciendo suya la exigencia de ERC de poner fecha a una consulta donde se preguntara explícitamente por la independencia. Con la dinámica in crescendo del proceso soberanista, el president dejó de ser la copia de Oriol Junqueras y acabó abanderando la celebración del 9-N, convertido en un duelo entre David y Goliat, en un pulso casi personal con el Gobierno español y el Estado. Pese a la enorme tensión política, jurídica e institucional, para Unió y sus máximos responsables, Duran y Ramon Espadaler, se trataba de un peaje inevitable para mantener viva la legislatura y una vía de escape ante la crisis y los escuálidos presupuestos de la Generalitat. Una peligrosa maniobra de distracción para capear el temporal, pero también un instrumento para presionar a Madrid.

En el desarrollo de la tensión argumental, Mas se hizo no solo independentista, al igual que casi toda Convergència y la mitad de UDC, sino que la trama ha desembocado en una estrategia insurreccional. En una especie de DUI por fascículos, en una promesa de secesión indolora que, afirman, acabará siendo bendecida por la UE. De la introducción de este drama, que bien podría titularse la invención catalana del derecho a decidir, se ha pasado a un nudo explícitamente secesionista.

El desenlace apunta ahora a un golpe contra el Estado democrático y de derecho sin ni tan siquiera la mayoría absoluta de votos en las elecciones del 27-S. En 18 meses se redacta una constitución, se vota y nos desconectamos del resto de España. Punto y final. Unió sale del Govern y rompe con Mas porque, sentimientos identitarios a parte, sabe que la revolución de las corbatas y las camisetas de la Cupvercgència nos lleva al desastre.