Peccata minuta

Catalunya, una, grande y libre

JOAN OLLÉ

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No hay que serSigmund Freudpara aceptar las muy complejas relaciones de amor, odio y todo el variado pantone que va de un sentimiento a su contrario que podemos llegar a establecer con nuestros adversarios. Buena muestra de ello sería aquella dependencia afectiva con quien nos quiere mal que hemos bautizado como síndrome de Estocolmo. No creo que haga falta que el ministroWertinvierta muchos recursos públicos en españolizarnos, ya que elpresident Mas,víctima del síndrome de España, últimamente está mucho por la labor.

Masno solo ha pedido votos a retornar en especies a los catalanes, sino que también ha pedido prestado a España uno de sus más grandes símbolos, paradigma de larauxa ibérica: don Quijote de la Mancha. No sabemos aún siMasconfunde gigantes con molinos, pero nos consta que, en su empeño de conquistar la inaccesible estrella, su idolatrada Dulcinea europea está resultando ser una burlona y decepcionante Aldonza.

También parece ahora interesado nuestropresidentpor uno de los lemas que más duramente ha combatido nuestro país, el deEspaña, Una. ¿Cómo se entendería, de otra manera, que se presente a la reelección bajo el esloganLa voluntat d'un poble,que suena a producciónCecil B. de Millede los años 60?

Massabe perfectamente que detrás de la expresiónpueblose esconde una voluntad clónica y unificadora que tiende a limar hasta anular las diferencias entre los individuos para que todos puedan cantar afinadamente enfervorizados «¡Un crit i una sola veu. Visca la Pàtria!». Massabe perfectamente que el pueblo está compuesto de muchos subpueblos, enfrentados entre sí, y que la riqueza de una sociedad se mide por las convergencias y uniones de sus ciudadanos ante un determinado asunto, pero también por las divergencias, por las disidencias, por las gentes que no aceptan su condición gregaria de oveja a las órdenes del pastor, que no gustan de entonar al unísono el «Fuenteovejuna, todos a una», tan teatral y española. Y es que, por este camino, un país puede llegar a ser un tristísimo ejército de robots pavlovianos que, a la que oyen el¡clinc clinc!de la campana, empiezan a salivar.

La chulería

Creo que nuestropresidenttambién se ha contagiado de la virtud (o eso dice el tópico) madrileña por excelencia: la chulería. Comenzó sus andanzas de castizo profiriendo aquello tan antidialéctico de «consulta sí o sí» y recientemente ha amenazado al Gobierno español con, si no hubiese otro remedio, sacar dos millones de personas a la calle. ¿De qué almacén los va a sacar? ¿O tal vez estaba pensando elpresidenten los demasiados parados y desahuciados para quienes la calle es su sola casa, su única patria?