La clave

¿El cambio por el cambio?

Refundar la democracia exige renovar el contrato entre la política y la ciudadanía, y ahí no caben cheques en blanco

ENRIC HERNÀNDEZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En la oposición, los dos grandes partidos españoles han participado, instigado o directamente convocado manifestaciones contra el Gobierno de turno. Lo hizo José Luis Rodríguez Zapatero en la marcha del 2003 contra la guerra de Irak, y Mariano Rajoy encabezó, entre otras, una gran protesta contra el diálogo con ETA, himno de España incluido. Cuando el adversario presenta un flanco débil, PP y PSOE no dudan en agitar las calles para estimular el malestar ciudadano. Y para luego rentabilizarlo en las urnas.

Podríamos así concluir que Podemos se ha sumado a la tradición bipartidista al promover La Marcha del Cambio La Marcha del Cambioen Madrid. Pero, respecto a los citados precedentes, esta protesta presenta algunas diferencias significativas que conviene reseñar.

Siendo, como las anteriores, una exhibición de fuerza con vistas a las elecciones, la marcha de Podemos no pretende frenar o revertir una política concreta del Gobierno, sino que constituye una enmienda a la totalidad contra el conjunto de los actuales representantes políticos, esa «casta» a la que se repudia con el lema No nos representan. Y ahí la primera objeción: esos políticos que «no nos representan» obtuvieron hace solo tres años 24,5 millones de votos, 18 de ellos entre PP y PSOE. A alguien deben de representar todavía.

Pablo Iglesias no oculta su estrategia: «Ni izquierda ni derecha; los de abajo contra los de arriba.» El propósito de Podemos es transformar la justa indignación social por la crisis y la corrupción en una revolución desideologizada que, urnas mediante, les entregue el poder no por lo que prometen, sino por lo que encarnan: una generación sin ataduras con el pasado y dispuesta a relevar a unas élites deslegitimadas.

Renovar el contrato

Podemos lima sus aristas ideológicas hasta dejarlas romas para no espantar al electorado de centro, y de paso diluye sus propuestas en océanos de ambigüedad, consciente de que, a mayor concreción, más dura será la colisión con la realidad. Pero refundar la democracia exige renovar el contrato entre la política y la ciudadanía, y ahí no caben cheques en blanco. «Los de abajo» merecen garantías de que no se le ofrece solo el cambio por el cambio.