Un Barça por definir
Sin compararlo con ningún Barça, ni con el mejor ni con el peor, el de ayer en Getafe debería poner de acuerdo a todos los culés a excepción de los que aseguran que criticar al equipo es la excusa para cambiar de presidente. Allá ellos con sus obsesiones, sus fobias a todo lo que evoca a Cruyff y Guardiola y sus nostalgias nuñistas, que les llevan a convertir una condena de cárcel en un martirio inmerecido obra de la larga lista de enemigos que siempre tienen a mano. Cambiar o no de presidente tiene poco que ver con juzgar el juego del Barça y, de hecho, quienes sostienen esta tesis son los mismos que hicieron lo imposible para echar a Laporta mientras el Barça de Guardiola iba de título en título. Así que, al margen del futuro del club, pendiente no solo de la pelota sino de unos cuantos contenciosos, que poco tienen que ver con el 3-4-3 o el 4-3-3 y sí con graves errores internos, autogoles en muchos casos, lo que ocurrió ayer en el campo es un golpe bajo. No solo por el marcador y ese paso atrás frente a un Madrid al que le basta estornudar para meter un gol y que ha recuperado 10 puntos (de -6 a +4), sino por la sensación de que el Barça no avanza.
A diferencia de Martino, Luis Enrique va dando vueltas al equipo en busca de uno de los problemas que le persigue (ahora y casi siempre): no ser previsibles. No tiene miedo, no le importa el qué dirán y no hace las alineaciones mirando el nombre como sucedió con Tata al que, decían, también se criticaba para cambiar de presidente. Y resulta que el presidente se fue sin que nadie se lo pidiera no se sabe aún por qué y a Martino le abandonaron a su suerte y no tiene quien le escriba.
En la línea de querer sorprender, Luis Enrique removió el sistema ante el PSG con un resultado desigual y que ha dado pie a interpretaciones muy diferentes, aunque con cierta coincidencia en aplaudir la valentía y el deseo de cambiar. Pero, al final, por encima de los desajustes y signos de improvisación se impuso la nueva seña de identidad de este Barça: Messi, Neymar y Suárez, un valioso tridente que por sí solo vale para ganar (no siempre) pero que también ejerce de camuflaje, como habría ocurrido ayer si el poste de Messi es gol, o si Suárez, además de todo lo que hizo bien, hubiera hecho lo que lleva haciendo toda la vida y que en el especial ecosistema azulgrana tanto le cuesta.
Sea el Barça que sea, empatar en Getafe es un mal resultado. Y perder 10 puntos frente al Madrid en tres meses lo empeora. En otras épocas, muchos culés ya tirarían la toalla. Ahora, no tantos. Pero este equipo necesita definir mucho mejor lo que quiere ser porque, sin compararle con ningún otro, ahora no se sabe qué quiere ser.
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