UN EJERCICIO EXTREMO DE AUTOFICCIÓN
El incesto y Christine Angot
Incluso en un país que ha dado al mundo los más grandes libertinos como es Francia, una figura como la de la escritora Christine Angot (Châteauroux, 1959) puede resultar incómoda. Angot, que hasta los 14 años respondía al apellido materno, Schwartz, adoptó entonces el de su padre, ausente hasta el momento, que no solo tuvo a bien reconocerla sino también iniciarla personalmente en la sexualidad. Ese hecho marcó a fuego a la autora que relató la experiencia en Incesto, una novela sin adornos estilísticos -«hubo quien habló de vómito»- que convulsionó la escena literaria francesa en 1999 y dividió tajantemente a los defensores de su valor y a los detractores, por su afán de exhibicionismo.
Porque todo o casi todo lo que escribe Angot, una más de las que practican la tan en boga autoficción, intenta describir directamente la realidad. De hecho, el episodio del incesto ha regresado más despojado que nunca en Una semana de vacaciones (Anagrama), una nueva vuelta de tuerca a aquel suceso que ha marcado su vida como persona y como escritora.
En su visita a Barcelona, Angot, tajante, deja bien a las claras que no está dispuesta a hablar de la persona. «Yo nunca he hablado de lo que me ocurrió con mi padre. Todo lo que he relatado está situado en el lugar protegido de la literatura, que no tiene nada que ver con el espacio social». Quizá protección no sea la palabra que mejor defina el libro porque en él todo es explícito y desnudo. Pornográfico dirán muchos. De hecho, se trata de una pormenorizada descripción de las actividades sexuales en las que el padre aparece como predador y la joven, como presa. La escena, sin tregua para el lector, ocupa casi la totalidad de la breve novela.
Dominación
Busca Angot -que está fascinando a los lacanianos- provocar en el lector una repulsa ante el incesto como forma de dominación. «En casi todas mis novelas aparece una situación de este tipo. Y mi forma de describirla no es invasiva. No muestro el pensamiento de la persona dominada, lo que me interesa es que el lector perciba esta dominación a través de la escritura, desarrolle un sentimiento de fraternidad por la chica y sienta una profundad antipatía ante el hombre».
Esta explicación deja bien a las claras por qué Angot rechazó en su día el prestigioso premio Sade. Así justifica su mirada: «Como narradora he necesitado no ejercer de cómplice de lo que ocurre en el libro y estoy muy contenta de haberlo escrito. Es cierto que esta novela que no ofrece un placer erótico, pero espero que el lector obtenga el placer de la verdad».
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