MEMORIA

Un emboscado en El Bruc

Un joven relató en un cuaderno el año que pasó escondido en cuevas para no ir al frente

El emboscado Jaume Ollé, durante el servicio militar tras la guerra.

El emboscado Jaume Ollé, durante el servicio militar tras la guerra.

ERNEST ALÓS / EL BRUC

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Durante las obras de reforma de una masía cerca del Bruc, el Mas Sant Miquel, su nuevo propietario se encontró con una sorpresa. El diario de un joven llamado Jaume Ollé, que se había escondido en las cuevas de la vertiente occidental del macizo de Montserrat durante un año, de febrero de 1938 a enero de 1939, para evitar ir al frente. Istòria de un anboscat ho de un quinto, tituló el joven Ollé la libreta. El diario pasó a manos de un familiar, el profesor Albert Fàbrega. Y el círculo, una segunda historia paralela a la del emboscado, se cerró gracias a colaboración del militante local de la memoria histórica Pere Guixà. Jaume Ollé, días después de acabar su fuga, fue testigo de la ejecución de ocho personas en la antigua carretera de Can Maçana por un piquete de falangistas y guardias civiles. Y una de ellas era Lluís Fàbrega, abuelo de quien ahora tenía el diario en las manos, que había dedicado años a desvelar la historia de los ocho civiles de Súria con simpatías republicanas víctimas de la primera represión franquista («los que se quedaron porque no habían tenido responsabilidades y creían que no tenían nada que temer», explica) y la recogió, hasta donde pudo averiguar, en el libro Mort a les cunetes (2005).

Vecino del núcleo de Sant Pau de la Guàrdia, en el Bruc, y masover durante años del Mas Sant Miquel, Ollé explicó durante toda su vida a su hijo, Joan Ollé, sus peripecias como emboscado, como otros jóvenes payeses que evitaban el alistamiento y aprovechaban su conocimiento del medio para sobrevivir. En su caso, a base de setas, almendras, frutos, ardillas, conejos, perdices y palomas cazadas a lazo, con escopeta o imitando su canto para cogerlas a mano, además de bajar de escondidas al pueblo para buscar víveres o esquilmar huertos, evitando las batidas de la Guardia de Asalto. «Era muy buen cazador. Hasta hizo estofado de mirlo», explica Joan, con quien visitamos, junto con su hijo Jordi Ollé, Albert Fàbrega y Pere Guixà, uno de los abrigos donde su padre se refugió, mucho más accesible que varias de las cuevas que utilizó en el entorno de Sant Pau, Can Maçana y la montaña misma de Montserrat.

El texto está redactado con mucho sentido del humor («siempre estaba de coña», dice su hijo), con la ortografía fonética de quien no ha estudiado catalán pero con la letra pulcra de quien tiene suficiente interés por la escritura para redactar su experiencia. «Siempre tenía la Biblia en la mano, la sabía de cabo a rabo», explica su hijo. Pero su deserción de las filas republicanas no respondió a razones ideológicas. Como explica en la primera parte del texto, simplemente no quería morir. Una historia nada heroica pero muy real.

Movilizado en diciembre de 1937, el relato del choque que representó la llegada al cuartel para un joven payés de 19 años (y además notablemente faldero, a juzgar por las inquietudes por las «nenas castizas y delgadas» que no deja de expresar en el texto) es a veces cómico. Le extraña que le den leche («que s'he abian cregut am m'hi, yo de llet non mamo») y de cenar escudella, le decepciona que después de la escudella no venga la carn d'olla y, al día siguiente, que les hagan hacer «gim-nàs» cuando, total, la escudella ya la había «paida prou bé». Por cierto, difícilmente en relatos más políticamente correctos se encontrará una descripción como la suya de la separación entre soldados catalanes y castellanos («ens fastidiaben per cerdos en la parla»).

Ollé deserta, durante el permiso que le dan tras acabar la instrucción, espantado por los relatos de los soldados que regresan del frente («Pro desgraciat ha hon bas, no beus que bas al matadero, no hi bagis», le dicen) y conocedor de que lo enviarán a Teruel, donde «habian uns focs de llò més terriblas». «Dons el matadero no hi bax», resuelve. Su intención es «apartar-me de les bales tan com pugui».

El 1 de marzo de 1938 empieza el relato de su vida en el monte. «Un cop ostatjat en la coba si estaba dibinament», dice. Se baña a menudo en la Font de l'Arna, para no hacer «tanta podó de pobre». Pero la «vida de sanyó» se acaba poco a poco: hay más emboscados, y se rehúyen entre ellos; un tejón al que le gustan las mismas cuevas le hace la vida imposible, hasta que acaba con él; empiezan a aparecer patrullas de soldados con perros rastreadores (y las evita vistiendo su uniforme, con gafas negras, para parecer uno de ellos y no ser identificado). Y en octubre boletaires, que ya entonces eran plaga. Resulta que la guerra es «dura i llarga». Y escribe: «Si la guerra no s'acaba tindré que presentar-me perquè el fret nés arribat»..

Llega la caída de Catalunya. Ruidos de bombas y aviones por todas partes y soldados que huyen porque el enemigo «ataca hinsensadament i és inútil de palear». Y el final, en enero de 1939. «Per fi que arriben els nacionals que fa ya un any que els esparaba», escribe, aunque aún tarda algunas semanas en volver a su vida habitual. «Generacions vinentas, cuidado la maldat», concluye.

Jaume Ollé, fallecido hace cinco años, relató el hallazgo de los cadáveres de ocho personas en la carretera de Can Maçana hacia el año 2003, cuando Guixà y Fàbrega buscaban la fosa con los restos del abuelo de este último. Ni les habló entonces del diario que había dejado olvidado en la masía de donde fue masover toda la vida (ni a ellos ni a su hijo, que desconocía su existencia), ni en sus páginas se relata el episodio. Pero faltan tres páginas en el texto, que presenta varios sellos de la Falange local. Quizá allí narraba el crimen del que fue testigo y del que les habló, aventura Guixà. Hubo un noveno fusilado que sobrevivió y una investigación de cara a la galería en que las autoridades franquistas echaron tierra sobre el asunto.

Las peripecias del emboscado pueden ahora reconstruirse, y sus cuadernos (de hecho, más que un diario, unas memorias, en parte escritas cuando el autor se escondía «hen una coba» y en parte bien avanzado el 1939) pueden acabar en un archivo. Pero en una fosa los ocho republicanos de Súria aún están a la espera de algún tipo de reparación.

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