¿Dónde está la fiesta?

Un independentista, ayer en Edimburgo tras conocer el resultado electoral.

Un independentista, ayer en Edimburgo tras conocer el resultado electoral.

XABIER BARRENA / EDIMBURGO

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No será un referéndum de independencia, en el que se decide si acabar con una unión política de 307 años, el que altere el pulso de una ciudad como Edimburgo. Esto ha quedado palmariamente demostrado estos días. La capital escocesa se puso en marcha ayer poco después de que, a las 6.10 horas, se conociera el triunfo del no. Y, al menos, a partir de las siete y media de la mañana, ni un solo signo recordaba a los transeúntes que se había celebrado una votación que, de haber vencido el , habría puesto patas arriba el Reino Unido y Europa en general. Ni en Princes Street, la principal vía comercial, el equivalente del paseo de Gràcia, ni tampoco en la famosa Royal Mile, la calle mayor de la ciudad, en el sentido cívico, emitía señal alguna de que la historia acababa de escribir un buen párrafo. La pregunta más repetida entre los centenares de periodistas que merodeaban, arriba y abajo, por esa milla real, era: «¿Dónde está la fiesta?» Y eso porque los partidarios del no no hicieron ninguna exhibición de euforia. No deja de ser lógico. El mantenimiento del statu quo conduce más a una sensación de liberarse de un peso de encima que de euforia. Y falta por ver cómo se concretará esa promesa de dar mayor autogobierno al exreino. De momento, conservadores, laboristas y demócrataliberales dan, cada uno, su opción.

Sí hubo fiesta, sin embargo, antes, frente al Parlamento escocés, hasta las cuatro de la madrugada. «Pero tenía más pinta de fiesta en sí que de acontecimiento político», apunta una somnolienta vecina en la calle. «Incluso un tipo se lanzó o cayó al estanque», situado frente al edificio de Enric Miralles. Pasadas las ocho, un empleado del ayuntamiento retiraba con un cazamariposas los restos de la fiesta de la misma superficie de agua. Sí, sobre todo, de latas de cerveza.

Un 'sí' activo

Para más inri, los protagonistas de la velada fueron los seguidores del , siempre más activos. La hora de la retirada vino, pues, servida tanto por el cierre de los pubs de la zona, con una dispensa para mantener el local abierto hasta altas horas, como de la publicación de los primeros resultados sobre voto escrutado.

«El mayor movimiento lo vi el día de la votación, con los catalanes y los vascos», señala Helle, una periodista noruega frente al Parlamento a la caza de lugareños que le aporten detalles del fiestón. Los catalanes, almas de la fiesta. Como dijo ese gran filósofo aleman Bernd Schuster, «no hace falta decir nada más» sobre la pasión desbordante de los escoceses con su referéndum.

En un pub de Shandwick Place, una clientela íntegramente varonil se reunía en corrillos u ojeaba algún diario. Gregg, un jubilado que emplea su tiempo en aprender castellano, explica que se siente «satisfecho con el resultado». Vive en las afueras de la capital, «a unas siete millas», y votó por la unión. «Lo otro [es decir, la independencia] era abrir las puertas a demasiados problemas», asegura. El giro de la conversación, inicialmente, cómo no, sobre el tiempo, hacia la política lo incomoda un poco, dando a entender que esas son cuestiones privadas.

A escasos dos metros de él se halla otro parroquiano, Jim Sime. Es el único de los contados clientes con un diario en las manos que consulta la información sobre el referendo. Vecino de Portobello, la parte marítima de la ciudad («en Edimburgo también tenemos playa») se muestra triste y preocupado por el futuro de Escocia. «La clave son ahora las elecciones del próximo año para el Parlamento de Westminster. Si se da una alianza de los conservadores con el UKIP (Partido de la Independencia -con respecto a la UE- del Reino Unidos) veremos si el Gobierno procede a la devo max», nombre con que se conoce la promesa de otorgar un mayor autogobierno a Escocia.

Vacaciones en Aigüestortes

Sime llegó el pasado domingo de Catalunya. Estuvo en Aigüestortes y Espot. No se define como nacionalista («quiero que no se recorten los servicios públicos»), pero recuerda con admiración «la gran cantidad de banderas catalanas el día de la fiesta nacional». Y sintetiza sobre Escocia: «Hemos perdido una gran oportunidad, que no tendremos otra vez».