listos para el fin del mundo

La América conspiratoria

Gobiernos mundiales totalitarios. Campos de concentración para internar a la ciudadanía. Políticos que son la encarnación del Anticristo. Parecen elementos de una película de ciencia ficción, pero millones de estadounidenses creen que estas ideas son ciertas y algunos se preparan activamente para sobrevivir al colapso de la civilización.

Cartel que algunos Patriotas ponen a la entrada de su propiedad invocando sus derechos constitucionales.

Cartel que algunos Patriotas ponen a la entrada de su propiedad invocando sus derechos constitucionales.

RICARDO MIR DE FRANCIA

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En una taberna de Montana, junto a una carretera perdida rodeada de bosque, Richard el Tuerto bebe una cerveza. Viste ropas viejas de camuflaje y lleva un parche negro en el ojo. Parece un bucanero recién llegado a puerto o un eremita salido de la cueva. Pero Richard prefiere verse a sí mismo como un heredero de los hombres de las montañas que vagaron por el Oeste de Estados Unidos antes de que se consumara la colonización blanca. «La Historia, tal como la conocemos, está llegando a su final. Se acerca el Nuevo Orden Mundial y, cuando tome el poder, va a hacer que los días de la Inquisición parezcan un juego de niños», dice sin una pizca de ironía.

Ese es el salvo de una conversación que salta del Evangelio a los Rothschild, la revolución francesa, los Illuminati o el Papa Negro. Afuera atardece y una luz rojiza empieza a filtrarse por los abedules. Es hora de marcharse. Richard tiene que caminar tres kilómetros hasta su casa, una caravana rodeada de contenedores de carga que despuntan de un claro del bosque en las Montañas Rocosas. Está prácticamente ciego desde los 19 años, cuando le explotó un «artefacto pirotécnico» que estaba manipulando, pero no le preocupa demasiado. Lleva toda la vida preparándose para una sola cosa: sobrevivir.

Señales de colapso inminente

Vivimos en tiempos convulsos, como atestigua un repaso a los titulares. Una epidemia devastadora se asoma a las puertas de Occidente. Un ejército apocalíptico conquista territorio en Oriente Próximo. El espionaje recaba información de millones de personas y se recortan las libertades civiles. El planeta se calienta. Y esa economía cocinada para unos pocos no levanta cabeza tras bordearse el hundimiento del sistema. Para muchos ciudadanos son preocupaciones que se asocian a los vaivenes de la historia. Para unos pocos, señales inequívocas de un colapso inminente. 

James W. Rawles se crió con la mentalidad de la guerra fría. Su padre trabajaba en el departamento de física experimental del Laboratorio Nacional de Lawrence Livermore, una instalación de máxima seguridad nacional situada a las afueras de San Francisco (California), donde se fabrican bombas nucleares y se experimenta con armas de destrucción masiva. Rara es allí la vivienda que no tiene un búnquer nuclear porque, como escribió Time en el 2008, en Livermore se almacena suficiente plutonio y uranio enriquecido para producir 300 bombas atómicas. 

«Yo crecí con el miedo a una guerra nuclear. Aquella mentalidad me ayudó después a reconocer la vulnerabilidad de nuestra sociedad ante cuestiones como las tormentas solares, las pandemias o el colapso económico», dice Rawles al otro lado del teléfono. Veterano de la inteligencia militar, escribe un blog de culto con consejos para sobrevivir a un cataclismo, desde cómo almacenar comida a qué ropa llevar cuando los refugiados inunden las carreteras. «¿Camuflaje o no camuflaje? Esa es la cuestión», se leía en una entrada reciente. 

Sin apenas publicidad, este evangélico militante ha publicado cinco novelas que se han colado en las listas de los más vendidos de Amazon y The New York Times, la llamada serie Patriotas: sobrevivir al colapso inminente. Aquí uno de sus puntos de partida: un país asfixiado por la deuda. Rumores de suspensión de pagos. Fuga masiva de capitales. Crash bursátil. La Reserva Federal imprime más dinero para hacer frente a la deuda. Hiperinflación. Disturbios y saqueos en las ciudades. Se agota la gasolina. Cae la red eléctrica y se detiene la distribución de comida. Es el caos. El fin del mundo conocido. La tormenta perfecta de los profetas del apocalipsis.

Vivir en un sitio secreto

«Creo que si la red eléctrica se cayera durante más de una semana, toda la sociedad se colapsaría porque la mayoría de la gente no tiene ni idea de qué hacer en caso de que no funcionen las comunicaciones o no llegue la comida a los supermercados. Esa es la premisa básica de mis novelas». Para Rawles esas ideas son algo más que una trama resultona para una ficción entretenida. Hace tres años propuso a sus lectores que se mudaran a cinco estados del noroeste de EEUU (Idaho, Montana, Wyoming, y el este de Washington y Oregón), una región a la que bautizó como el American Redoubt (la Fortaleza Americana). 

«La gente en EE UU está harta de la corrupción moral y como sienten que tienen que hacer algo pero no creen que puedan provocar un cambio político sustancial, la opción natural es marcharse», dice antes de condenar la normalización de la homosexualidad o la supuesta cristianofobia de la escuela pública. Rawles nunca ha revelado donde vive, una de las premisas de algunos survivalists. No quiere que el día que pinten bastos se le llene la finca de refugiados y salteadores. 

Su santuario de pureza, el noroeste de EEUU, es una de las regiones menos habitadas del país, con abundantes recursos naturales y una población mayoritariamente rural, conservadora y blanca. Todd Savage respondió a la llamada tras conocer a Rawles personalmente. Para escapar del «crimen y el tráfico» de San Francisco, se mudó a Idaho y abrió una inmobiliaria especializada en «reubicaciones estratégicas» y viviendas autosuficientes. Muchas de ellas parecen el sueño de hippies y ecologistas, pero pocos de sus clientes se colgarán pósteres de Greenpeace en el comedor. Más del 80% son conservadores y libertarios que buscan seguridad ante amenazas «como una futura guerra nuclear con Rusia o China». «La propiedad ideal tiene agua abundante, espacio defensivo y capacidad para producir energía renovable y comida todo el año», explica Savage por correo electrónico. El precio medio ronda los 275.000 euros.

Buscadores de patrias

El noroeste de EEUU lleva décadas atrayendo a toda clase de buscadores de patrias imposibles y rehenes de mundos imaginarios. Desde grupos neonazis como las Naciones Arias, que se establecieron en Idaho en los años 70; a milicias paramilitares como los Freemen de Montana, que se parapetaron en una granja durante 81 días antes de entregarse al FBI en 1996; movimientos como el de los Ciudadanos Soberanos, que solo reconocen ciertas leyes y se niegan a pagar impuestos; o los agoreros que almacenan comida y pertrechos para sobrevivir. 

Si algo tienen en común es la desconfianza hacia el Gobierno, el amor a las armas y el apego a las teorías conspiratorias. Estos grupos antigubernamentales --el llamado movimiento Patriota-- han proliferado desde la elección de Barack Obama, según el Southern Poverty Law Center, propulsados por «los cambios demográficos derivados de la inmigración, la maltrecha economía y la llegada al poder del primer presidente negro». De los 149 que había en el 2008 se pasó a 1.279 en el 2012, incluidas 240 milicias paramilitares, activas especialmente en la frontera mexicana. 

Chuck Baldwin está considerado como uno de los líderes de los Patriotas. Hace unos años, este pastor baptista respondió a la llamada del American Redoubt trasladando a los 17 miembros de su familia hasta Kalispell, una pequeña ciudad del noroeste de Montana rodeada de lagos prístinos y glaciares. «En las grandes ciudades la gente ha aceptado la mentalidad del estado policial, pero en esta región se cree todavía en los principios constitucionales y la defensa de la libertad», dice en un restaurante de Kalispell.

La tesis de este hombre de verbo pausado y mirada inquisitiva, que fuera candidato a la presidencia en el 2008 con un programa que abogaba por salir de la ONU o acabar con la separación entre Iglesia y Estado, es que EEUU se encamina hacia una tiranía. Para explicarlo, recurre a las leyes aprobadas después del 11-S, que permiten los arrestos sin cargos y la detención indefinida, a los intentos de restringir la posesión de armas o a la militarización de la policía. 

«Vamos [a Montana] a luchar», escribió Baldwin a sus seguidores en el 2010. «Los estados de las montañas se podrían convertir en el Álamo del siglo XXI aunque esta vez, esperemos, con mejor resultado. Pero prefiero morir luchando por la libertad junto a otros patriotas que acabar encerrado en un campo de la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias [FEMA, en sus siglas en inglés]». Muchos de ellos creen que la ley marcial está a la vuelta de la esquina y que la FEMA ha levantado campos de detención para internar a quienes se nieguen a entregar las armas.

«No creo que la confrontación vaya a ser inminente», dice Baldwin durante la entrevista. «Somos gente pacífica y todavía tenemos muchos recursos a nuestro alcance». Pero no sería la primera vez que ocurre. La pasada primavera, en Nevada, el ranchero Clive Bundy, escoltado por milicianos llegados de todo el país, plantó cara a las autoridades cuando trataron de confiscar su ganado por pastar ilegalmente en tierras federales. Al final, la sangre no llegó al río.

La religión y los pioneros

Chip Barlet lleva tres décadas estudiando la América apocalíptica y conspiratoria. «Este es un país muy grande, decenas de millones de personas creen en esta clase de teorías», cuenta por teléfono. Sitúa sus orígenes en la tradición religiosa de los pioneros y la particular lectura que hicieron del Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento. «Para la Iglesia católica el apocalipsis es algo así como una metáfora de lo que podría deparar el futuro. En cambio, para los primeros colonos protestantes en EEUU era un acontecimiento que iba a ocurrir muy pronto y que los arrastraría a una batalla con los aliados de Satán». Esa idea fue pasando de boca en boca y secularizándose con el tiempo. «Desde entonces ha habido grupos de población en este país que sospechan que nuestros líderes políticos y religiosos son en realidad traidores a los que hay que hacer frente», añade Barlet.

Todo es sospechoso

En su campamento de Montana, Richard el Tuerto no quiere saber nada de milicias paramilitares. «Esta gente esta infiltrada hasta la médula», le dice a su vecino Chris, un treintañero con barba mesiánica y una pistola en la cadera que vive en una caravana pegada a la suya. Los survivalists no se fían de nada ni de nadie, aunque a lo largo de los años, Richard se ha dedicado a enseñar a otros las artes de la supervivencia. A hacer fuego de media docena de formas. A identificar las plantas y las raíces comestibles. A enterrar comida y armas en el bosque. A planear rutas de escape. O a pensar qué mercancías les podrían ser útiles el día en que el trueque vuelva a ser la forma principal de comercio.

En cubos de 20 litros, tiene almacenado suficiente arroz, legumbres, cereales y latas para sobrevivir cuatro años. Además de armas, casi todo escondido bajo tierra. Pero le preocupa vivir tan cerca de la carretera. «Será lo primero que ocupen los militares cuando se declare la ley marcial», dice sin vacilar. Lo que no sabe es cómo empezará todo, aunque sospecha que serán los banqueros los que destruirán el mundo. 

En el ideario Patriota se sospecha de toda cooperación internacional, incluidos los tratados de libre comercio, porque se asocian al Nuevo Orden Mundial, una conspiración popularizada en los años 60 por la John Birch Society, la misma que acusó a Eisenhower de ser un agente comunista. La idea sostiene que un conciliábulo de banqueros, empresarios y políticos corruptos se prepara para imponer un régimen mundial totalitario que abolirá la propiedad privada. 

La punta de lanza para conseguirlo es la Agenda 21, un plan de Naciones Unidas suscrito por 178 naciones hace más de dos décadas para promover el desarrollo sostenible. Aunque su intención era buscar soluciones a la creciente superpoblación y sobreexplotación del planeta, parte de la derecha estadounidense ha visto en sus 300 páginas un programa encubierto para devolver al mundo a la edad de piedra. Estrellas radiofónicas como Glenn Beck han dedicado horas y horas a denunciarlo, y el Partido Republicano llegó a rechazar la Agenda 21 en su plataforma electoral del 2012 «por ser dañina para la soberanía americana». 

Las encuestas confirman que, lejos de ser paranoias residuales, estas ideas están muy extendidas. Un sondeo del Public Policy Polling concluyó el año pasado que uno de cada cuatro estadounidenses cree que Obama podría ser el Anticristo, más de la mitad sospecha que una élite global trata de imponer el siniestro Nuevo Orden Mundial y un 37% piensa que el cambio climático es una farsa. «Uno de los problemas de todo esto es que distorsiona el proceso político», dice Barlet, el experto en conspiraciones. «Aquí tenemos a gente que cree en este tipo de teorías disparatadas y que acaba siendo elegida en el Congreso».

Y a veces hay quien lleva esas obsesiones y miedos hasta el extremo. Como Timothy McVeigh, que voló un edificio federal en Oklahoma matando a 168 personas en 1995. O el survivalist que, hace solo unas semanas, mató a un agente estatal en Pensilvania antes de echarse al monte. O el veinteañero que en mayo se lió a tiros en el aeropuerto internacional de Los Ángeles. En la mochila llevaba una carta que alertaba del Nuevo Orden Mundial y hablaba de la «mente traicionera» de la policía aeroportuaria.

Perderse con dos mulas

«Nosotros no somos revolucionarios ni queremos tumbar al Gobierno, solo pretendemos sobrevivir», dice Richard mientras Chris asiente. Los dos son pobres de solemnidad. Viven de la pensión de invalidez del viejo, en unas caravanas diminutas sepultadas por la nieve varios meses al año. Nada que ver con la finca con ganado, huertas y energía renovable del novelista del colapso, James Rawles.

El único sueño de Richard, al que no le importa que la mayoría de la gente sea lo suficientemente arrogante para no querer ver las señales escritas en la pared, es comprarse dos mulas. «Tengo 65 años y soy pobre. El día que se declare la ley marcial me iré con las mulas a lo más profundo del bosque y me perderé de vista», dice Richard.