UN LUGAR EN LA MEMORIA

Pyramiden, un mundo posapocalíptico

En esta ciudad minera ubicada en las islas Svalbard vivieron un millar de personas. Hoy parece un escenario de 'Mad max'

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XAVIER MORET

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Cuando llegué a Pyramiden, una ciudad minera rusa abandonada en 1998, lo primero que me sorprendió fue el silencio. A medida que avanzaba por aquella ciudad desierta, al silencio se sumó la sensación de soledad absoluta. No había nadie en la calle, ni en las casas, ni en las tiendas, ni en los bares. Todo estaba vacío en esta ciudad situada al fondo del fiordo de Bille y al pie de una montaña piramidal, de 935 metros de altura, en las lejanas islas Svalbard.

Cuando bajé del pequeño barco procedente de Longyearbyen, la capital de las Svalbard, me invadió la sensación de que estaba entrando en un mundo posapocalíptico. Por todas partes había estructuras mineras abandonadas: almacenes con el tejado hundido, vagonetas paralizadas, maquinaria oxidada que no se sabía qué función cumplía años atrás. Una especie de Mad Max en versión nórdica.

Ingvild, una joven noruega de pelo rubio, lideraba el pequeño grupo en el camino hacia la ciudad abandonada. Lleva al hombro el fusil obligatorio en estas islas. "Por si aparece un oso polar", justificó mientras escrutaba el horizonte.

La ciudad desierta

Las casas de Pyramiden, una ciudad en la que llegaron a vivir más de mil personas, estaban pintadas de colores y se diría que habían sido abandonadas con urgencia tan solo pocas horas antes. Todo parecía estar en perfecto estado de revista: los cristales en las ventanas, las puertas cerradas, los muebles y libros que podían verse en el interior... Incluso las calles se veían impolutas.

"Aquí tienen la piscina cubierta más al norte del mundo –apuntó Ingvild– y el piano más al norte del mundo, un Octubre Rojo. También el busto de Lenin más al norte".

El busto, que presidía la avenida principal de Pyramiden, reinaba en la soledad de la ciudad abandonada. El campo de fútbol, en un extremo de la población, estaba invadido por los cantos rodados que arrastró una crecida del río. Nadie los retiraba, nadie los veía, nadie vivía ya aquí. Solo un pequeño equipo de mantenimiento, formado por cuatro rusos, se encargaba de que la ciudad no se degradara.

Fundada por Suecia en 1910, y vendida a la Unión Soviética en 1927, la ciudad de Pyramiden era propiedad desde los años treinta de la compañía estatal rusa Trust Arktikgul, que también poseía otra ciudad minera en las islas Svalbard, Barentsburg, esta todavía en activo.

Más osos que personas

El archipiélago de las Svalbard, situado a 1.000 kilómetros al norte del cabo Norte y a 1.200 kilómetros del polo Norte, se encuentra en el océano Ártico y está dotado de una belleza natural única, con multitud de fiordos, montañas y glaciares que empequeñecen cualquier obra humana. En la capital, Longyearbyen, viven unas 2.000 personas, pero hay más osos que personas en las Svalbard: unos 3.000.

Considerado inhabitable durante mucho tiempo, a partir del siglo XVII el archipiélago se convirtió en base para la caza de focas y ballenas. Pero todo cambió a principios del siglo XX, cuando se descubrió que había carbón. Poco después abrían allí varias minas, entre ellas las de Longyearbyen, Pyramiden y Barentsburg.

Las Svalbard no pertenecían a nadie y, por tanto, cualquiera podía instalarse allí; cualquiera que resistiera el frío y la larga noche invernal, claro. En 1920, sin embargo, con la firma del Tratado de las Svalbard, la situación cambió. El tratado reconocía la soberanía de Noruega sobre las islas, aunque algunos países, como Rusia, podrían tener minas en ellas.

Un proyecto fallido de ciudad modelo

En 1930 los soviéticos compraron a los suecos el derecho a extraer el carbón de Pyramiden y Barentsburg. La compañía estatal Trust Arktikgul se hizo cargo de las operaciones. En un principio, Pyramiden era tan solo un poblado minero, pero después de la Segunda Guerra Mundial la compañía decidió convertirla en una especie de ciudad modelo, para mostrar al mundo las excelencias de la Unión Soviética.

De aquellos años data la construcción de decenas de bloques típicamente soviéticos, todos iguales, de un pabellón polideportivo con piscina cubierta, un hospital, un centro cultural y una cafetería. El busto de Lenin, por supuesto, no faltó en la avenida principal.

"En Pyramiden se vivía bien", recordaba Vera, una mujer que vivió unos años allí y que cuando cerró la ciudad se fue a trabajar a una tienda de moda en Longyearbyen. "Los que mandaban vivían muy lejos, y esto hacía que nos dejaran tranquilos".

"En los años 90 la mina tenía 60 kilómetros de galerías y 32 bocas –se remontó Ingvild en el tiempo–. La explotación del carbón iba bien, pero el fiordo se helaba en invierno y la ciudad quedaba incomunicada durante cinco meses".

El 31 de marzo de 1998 dejó de extraerse carbón y el último residente se marchó el 10 de octubre del mismo año. Pyramiden quedó vacía, sin alma, mientras la cercana mina de Barentsburg continuaba en activo.

Sin vida después del carbón

Entre las distintas causas que se dieron para el cierre de Pyramiden figuraba la del descenso del precio del carbón y la de la dificultad añadida que suponía la congelación del fiordo durante cinco meses, pero había más. En Longyearbyen opinaban que la caída de la Unión Soviética, en 1991, podría ser otra causa, ya que a partir de entonces las ayudas del Estado a la compañía propietaria cayeron en picado.

Otra causa podría ser un suceso dramático ocurrido en 1996: el accidente sufrido por un avión de la compañía Trust Arktikgul, procedente de Moscú, cuando iniciaba el descenso al aeropuerto de Longyearbyen. Murieron las 141 personas que iban a bordo, entre ellas muchos mineros y familiares de mineros. Dos años después llegó el cierre de la mina, en la que entonces estaban trabajando unas 300 personas. Fue el final de Pyramiden.

Hoy, varios años después de mi visita a la ciudad abandonada, amigos noruegos me cuentan que en los últimos años la compañía Trust Arktikgul está impulsando el turismo en Pyramiden. Tras comprobar el interés creciente por esta ciudad abandonada, ha inaugurado un hotel en uno de los bloques abandonados. Los pocos turistas que allí se alojan pueden así pasear incluso de noche por la ciudad fantasma, siempre que los osos polares se lo permitan.