OPINIÓN

Induráin no sería uno de los favoritos en este Tour

JOSÉ CARLOS SORRIBES

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El Tour, el ciclismo, tampoco vive al margen de las modas. Y las grandes pruebas por etapas se han abonado los últimos años a la tendencia que estrenó la Vuelta a España. Obedece a ese objetivo que todo lo mueve en los medios de comunicación: la lucha por la audiencia, en este caso el share televisivo. La fórmula ya es conocida. Primera norma: aligerar el recorrido de etapas llanas que solo permiten, salvo alguna insensata aventura en forma de escapada, el lucimiento de los esprínteres. ¿Cómo hacerlo? Buscando una subida final  con un porcentaje propio de un campanario de iglesia para que los ciclistas se retuerzan en busca de la meta. Y como todo tiene un poco de circo, con el morbo (oculto) de ver si algún esforzado de la ruta lo es más que nunca y pone pie en tierra, incapaz de superar un porcentaje de ascensión inhumano. Y que, por cierto, hace que la mayoría de corredores vayan a igual ritmo y no se marquen grandes diferencias. Pura ley física.

Segunda norma: también por criterios televisivos, se ha comprobado que una contrarreloj individual no tiene suficiente interés para mantener en el sofá al espectador veraniego, ese que no es un enfermo del ciclismo. El tipo de público que haría un recorrido que encadenara una etapa de montaña tras otra. Ahí sí, piensa, que hay espectáculo del bueno.

De alguna manera, ha acabado imponiendo sus criterios. Porque el Tour que empieza este sábado en Utrecht no podría ganarlo el Miguel Induráin de sus mejores días. O por lo menos no estaría entre los grandes favoritos. ¿Por qué? En las 21 etapas, en los 3.360 kilómetros de recorrido, hay menos de 42 de lucha contra el cronómetro. La organización juega al despiste y habla de dos jornadas contrarreloj. Sí, la primera es un prólogo largo (13,8 kilómetros) y la segunda, una por equipos de 28. Ni tiempo casi para que los rodadores entren en calor.

Pero una prueba como el Tour debe premiar al corredor completo. No se trata solo de ser el más hábil o el más fuerte a la hora de escalar montañas. El ciclismo también es un deporte espectacular cuando sus protagonistas mueven desarrollo a lo largo de 40, 50 o 60 kilómetros. Ahí está el deportista solo, sin ayuda, únicamente la de su corazón y piernas. Como en la edición del 92 cuando el coloso de Villava rodó 65 kilómetros a más de 49 por hora y dobló a Laurent Fignon, que había salido seis minutos antes. «Vi pasar a un cohete», dijo el campeón francés.

Dos años después, la leyenda se agigantó entre Perigueux y Bergerac. Movió su bici -bajo un sol abrasador- a 50,5 por hora durante 64 kilómetros. «No se puede ganar a un extraterrestre», apuntó Gianni Bugno. El Tirano de Bergerac había impuesto su ley. Un dominio que sabía conservar luego en los Alpes y los Pirineos. Eran otros tiempos.