NUEVA OFERTA MUSEÍSTICA DE LA CIUDAD

Montjuïc exhibe por fin con dignidad su historia

Una visitante, ayer, en el Centre d'Interpretació del Castell de Montjuïc.

Una visitante, ayer, en el Centre d'Interpretació del Castell de Montjuïc.

CARLES COLS
BARCELONA

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Aunque con el poco seductor nombre de Centre d' Interpretació del Castell de Montjuïc, el Ayuntamiento de Barcelona abrió al público ayer en la fortaleza militar de la cima de ese monte el mejor y más digno museo que hasta la fecha ahí ha habido. Es un repaso a los últimos 2.000 años de historia de Montjuïc. No es, por lo tanto, un museo dedicado únicamente al pasado fortificado de la cima, a las 13 horas seguidas en que desde allí se bombardeó Barcelona en diciembre de 1842 y a las ocasiones en que al menos sirvió de defensa de la ciudad, lo que hubiera permitido, por ejemplo, ponerle un nombre con más gancho, como el del Museo de la Guerra de Londres.  Es más que eso.

Montjuïc ha sido, antes que nada, la gran cantera de la ciudad. Con su piedra se construyeron los templos romanos de Barcino, Santa Maria del Mar y el Palau de la Generalitat, se adoquinó la Gran Via y, por ponerle un punto final a esa función de gran Lego de la ciudad, la última extracción se llevó a cabo en 1952 para levantar el Banco Español de Crédito de la plaza de Catalunya.

El museo exhibe también una valiosa lápida judía de 1306. Es sobradamente conocido que el nombre de Montjuïc significa precisamente eso, la montaña de los judíos. Muchas de esas lápidas fueron recicladas hace siglos para edificar la ciudad medieval. La que se exhibe, en este sentido,  es una rareza que vale la pena disfrutar.

Pero en la memoria colectiva de los barceloneses, el castillo es, sobre todo, una construcción abominable por su pasado como instrumento de opresión y represión. Lo que el centro de interpretación ofrece en ese capítulo es un relato inusualmente ecuánime. Están enumerados y bien narrados, por descontado, los bombardeos de Barcelona y, cómo no, el fusilamiento del president Lluís Companys (del que, por cierto, hay una excepcional fotografía de Agustí Centelles). También murió allí el pedagogo Francesc Ferrer i Guàrdia tras la Setmana Tràgica. Pero lo que el museo no olvida es que allí también  fueron encarceladas unas 1.500 personas y 250 fueron ejecutadas durante la guerra civil por orden del Gobierno de la república.

El único pero posible a ponerle a la exposición permanente inaugurada ayer por el alcalde Xavier Trias es que queda a trasmano y que el acceso al castillo ya no es gratuito.