CONSECUENCIAS DEL DRAMA DE LA VIVIENDA

La crisis de la vivienda crea un nuevo barraquismo en casetas de huertos

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HELENA LÓPEZ / MONTCADA

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Lo que un día fue lugar de descanso, el rincón en el que huir de la ciudad y reunirse con la familia el domingo a comer ese arroz a base de las verduras recogidas en el propio huerto, se ha convertido para algunos en la única salida. En el único techo bajo el que vivir sin sufrir por la llamada del casero reclamando la factura o del banco para exigir la letra pendiente. Es el caso de al menos una decena de personas que habitan en las barracas del Turó de Montcada. Nadie sabe exactamente cuántas, ya que nadie se ha molestado en preocuparse por ello. Se trata de expulsados de la ciudad por la crisis, que esta semana ven, de nuevo, la amenaza del desahucio. Una pareja de guardias forestales del parque de Collserola, donde se encuentran, está haciendo una batida por la zona señalando a los residentes que encuentran que deben abandonar el lugar porque las máquinas entrarán en cuestión de semanas.

En la primera barraca a la izquierda subiendo el Turó de Montcada desde el polígono de Can Cuiàs, viven desde hace un año y medio Álex y Pamela, una pareja jovencísima que ha encontrado en esa caseta en la montaña la única opción para emanciparse. Él tiene 23 años y ella, 17. Ninguno de los dos trabaja y no tienen ningún ingreso. Lo único que tienen es, como sus vecinos, gallinas, conejos y un pequeño huerto, que les ayuda a alimentarse. Cocinan en un hornillo de butano y la luz se la cogen a Pedro, un familiar lejano y compatriota de Álex, hondureño, quien comparte la energía que genera con el generador que tiene en su chabola, a escasos metros. Tanto la pareja como Pedro recibieron ayer la visita de la pareja de agentes forestales de Collserola, quienes les avisaron de palabra de que debían ir evacuando el lugar. Sin entregarles ninguna notificación.

A LAS PUERTAS DEL INVIERNO

Un desalojo que, se producirse, se haría a las puertas del invierno y, por el momento, sin alternativas. Fuentes municipales del Ayuntamiento de Montcada aseguraban ayer que no tenían constancia de que en el lugar viviera nadie. «Y, si es cierto que allí vive alguien, no sé si los servicios sociales de Montcada serían los que tendrían que asumir la situación, ya que estas personas no están empadronadas en la ciudad», apuntaba la misma voz municipal, que añadía que el municipio no estaba haciendo «nada» en el Turó, que esa actuación la está llevando a cabo el Patronato de Collserola.

Razón no le falta. La limpieza de los bosques corre a cargo del patronato, y la actuación se enmarca dentro de un convenio entre la ciudad del Vallès Occidental y el Ayuntamiento de Barcelona a cambio de que la capital instale su perrera en la ciudad colindante, después de intentarla instalar en varios puntos de la capital sin éxito. El acuerdo prevé que Barcelona financie la «limpieza» de estos bosques y erradique las barracas. El problema ha sido el descubrimiento de que en estas cabañas de huerto no solo hay herramientas y garrafas viejas, sino que habitan personas; personas por las que, por el momento, nadie responde (excepto la PAH de Montcada, que ha destapado el caso) y para las que no existe plan B. Es más, personas para las que vivir en la choza del huerto era su plan B.

Es el caso de Ermes, una mujer de 63 años que vive realquilada en una habitación en un piso en el barrio de Sant Antoni, en Barcelona, pero que hace vida en el huerto, donde ha levantado con sus propias manos la chabola en la que tenía previsto trasladarse cuando el dueño de su piso le diga que ya no le valen excusas, que debe marcharse. Como sus vecinos barraquistas Álex y Pamela, Ermes cuenta que no tiene ningún ingreso, y a su edad cree que ya no trabajará. Entre otras cosas porque no puede desde que la operaron de un tumor. Cuando podía, limpiaba casas. «Aquí estoy tranquila y el huerto me soluciona mucho. No solo es una forma de ocupar el tiempo y sentirme bien, sino que es una forma de supervivencia», aseguraba ayer por la mañana la mujer, azada en mano. «Lo que es muy bonito de aquí es la solidaridad. Nos ayudamos entre nosotros. Me dan también muchos consejos los hombres que tienen aquí huertos», prosigue.

PRECARIEDAD

Esa es otra historia, menos dramática, pero, sobre todo para ellos, también triste. La de las personas que tienen huertos -irregulares, claro-, algunos desde hace décadas, que les sirven de entretenimiento -y, cada vez más, de ayuda a sus familias en forma de alimentos frescos-. La lluvia de estos días dejaba ayer si cabe más en evidencia la precariedad en la que viven estas personas (quién sabe cuántas, desde el Turó se ven muchas barracas de las que nadie sabe nada). El barrizal que hay que cruzar para acceder a las construcciones -a las que solo se llega a pie-, y las goteras en los techos construidos uniendo chapas y maderas.