REDADA POLICIAL EN SANT ADRIÀ DE BESÒS

La caída del clan Palmira

Locales cerrados 8El bar Ilusión, con las persianas bajadas como otros, ayer, tras la redada policial.

Locales cerrados 8El bar Ilusión, con las persianas bajadas como otros, ayer, tras la redada policial.

MAYKA NAVARRO
SANT ADRIÀ DE BESÒS

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«Aquí no busque ni mire tanto, que no hay nada que decir. Y todo lo que cuente será mentira».

Algunas cosas no cambian en el barrio de La Mina de Sant Adrià de Besòs. En los siniestros túneles bajo los mastodónticos bloques de viviendas que comunican las calles de Venus y de Saturn, un grupo de hombres, con sus pájaros enjaulados a su vera, muestra a su manera su enojo por la última redada de los Mossos d'Esquadra contra el menudeo, el tráfico de drogas en pequeña escala.

Si en noviembre pasado los investigadores detuvieron a 33 miembros del clan Fernández Alunda, la pasada madrugada le tocó el turno al clan Cortés, más conocido como el clan Palmira. Los mossos de la unidad de investigación de Badalona, con el apoyo de la comisaría de La Mina, detuvieron a 11 personas. Casi todos en La Mina, en varios pisos de la calle de Saturn y Venus, y solo uno en el barrio de Artigues de Badalona. Entre los arrestados hay un paquistaní, el resto son españoles, mujeres y hombres que ayer durmieron en los calabozos de la comisaría de Badalona y que en las próximas horas pasarán a disposición judicial.

La operación se desarrolló a partir de las cuatro de la madrugada, aprovechando que en las casas todos dormían. En un mismo bloque, los agentes del área regional de recursos operativos (Arro) entraron en el tercero y en el ático. En el séptimo lo hizo el Grupo Especial de Intervención (GEI) porque, tal y como se sospechaba, los inquilinos guardaban armas: un fusil de asalto kalashnikov, su munición y sus cargadores, y otra arma más pequeña.

En los diferentes registros en las viviendas los investigadores se incautaron de droga y dinero en efectivo, cerca de 7.000 euros. Las cantidades de estupefacientes no eran muy grandes. Cien gramos de cocaína y unos 50 de heroína. Tras la redada de noviembre, los traficantes se cuidan de no acumular demasiada droga en casa, la suficiente para el menudeo diario.

Durante la mañana, con el dispositivo de los Mossos ya desmontado, había tensión. Los toxicómanos deambulaban de casa en casa buscando mercancía. «Se lo han llevado todo, hijo. Vete a otro sitio, anda», le espetó una gitana mayor a un joven perdido y cabizbajo.

Acababa de salir del bloque de Saturn en el que los mossos registraron hasta tres pisos. Abajo en los túneles, aposentada en una silla de playa, con una botella de agua fresca en el suelo y un fuet y dos latas de sardinas en una mano, doña Isabel aseguraba que ni sabía nada, ni había visto nada. Minutos más tarde, reconocía que llevaba despierta desde las cuatro y media de la madrugada cuando el estruendo de los mossos derribando las puertas de varios vecinos la sobrecogió.

Su hijo merodeaba cerca y vigilaba lo que contaba su madre. Otro hombre, calvo, al otro lado del túnel, sentado en un taburete de madera, hacía las funciones de vigilante de todo el que entraba y salía: «Hoy no es un buen día. Estamos muy nerviosos y sin ganas de hablar. Es mejor que se vaya».

«Esto es el Oeste»

En la explanada central del bloque de diez pisos de la calle de Venus, cuya demolición llegó a estar planificada con el impulso del Fòrum,  un cartel recuerda que hay que respetar el descanso de los vecinos. Un jovenzuelo con la cabellera teñida de rubio platino al manillar de un ciclomotor de ruido infernal se encarga de impedir cualquier instante de sosiego. Se pasea con su moto con desfachatez e impunidad. ¿No está prohibido? «Esto es el Oeste, aquí está todo permitido», advertía Isabel.

A muy pocos metros, en la rambla de La Mina muy poca gente esperaba en el vestíbulo de la comisaría de los Mossos. Los responsables no pueden hablar del barrio sin autorización de sus superiores.

El Fòrum impulsó un plan de transformación que se quedó a la mitad y que no ha acabado de resolver los problemas sociales. Frente a una carnicería, una gitana vende boquerones a cuatro euros el kilo. «Están frescos», pregona mientras  se encarga de que a las dos cajas de poliespán en las que guarda el pescado no les dé el sol.

Un toxicómano se acerca: «¿Sabes quién tiene algo?»