Un equipo exótico

Filipinas, país de canastas

La excolonia estadounidense ha convertido el básquet en parte de su esencia La cancha es el ágora filipino, donde se instala el mercado semanal o se deja secar la cosecha

Pasión 8 Unos niños juegan en chanclas en una cancha de baloncesto junto al puerto de Manila.

Pasión 8 Unos niños juegan en chanclas en una cancha de baloncesto junto al puerto de Manila.

JAVIER TRIANA
MANILA

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Imagine un país en el que todos y cada uno de sus habitantes veneraran a Michael Jordan como si fuera el último profeta. Imagine que en ese país hubiera improvisadas canchas de baloncesto a la vuelta de cada esquina. Imagine que la estatura media de los moradores de ese paraíso baloncestístico fuera 1,60 y que la forma más extendida de practicar el divino deporte fuera en chanclas o descalzo. Imagine que hubiera niños llamados Kobe Bryant del Campo. ¿Ficción? ¡Bienvenido a Filipinas!

Filipinas, uno de los participantes más exóticos del Mundial, cuenta con casi tanta tradición en el arte del tiro libre como su antigua metrópoli, EEUU, de la que heredó la pasión por los aros. En el archipiélago asiático, no obstante, el baloncesto forma parte de la vida cotidiana y del alma del país.

Canastas artesanales

Canastas artesanales decoran el paisaje filipino y, en zonas remotas, una pista es a menudo lo único asfaltado, más que probable obra interesada del político de turno. Porque en esa suerte de plaza del pueblo no solo se juega a ver quién encesta más. La cancha hace muchas veces de mercado, de centro para las reuniones vecinales, de sede para concursos de belleza. Junto a ella para el autobús de línea. En ella se deja secar el grano recolectado por los campesinos locales. O, como en Sanmiguelay -una pedanía en la zona más afectada por el tifón Haiyán, que el pasado noviembre se cobró más de 6.000 vidas-, se distribuye la ayuda humanitaria.

Aunque su presencia internacional sea ahora casi inexistente, Filipinas fue uno de los primeros países en abrazar este deporte, extenderlo entre su población y perfeccionar su técnica. Con excepciones, claro: sustituyendo los espectaculares mates de otros países más dotados físicamente por entradas a canasta imposibles o tiros de malabarista.

Durante los primeros años, a décadas de distancia de la profesionalización del deporte de los 70 y 80, Filipinas machacaba a sus vecinos asiáticos, con dos campeonatos continentales en sus vitrinas (en 1951 y 1954). Fue en 1954 cuando se logró la máxima hazaña, un bronce en el Mundial que esa ocasión se disputó en Brasil. Desde que acogió el de 1978, no había vuelto a disputar una Copa del Mundo.

En los setenta, durante los peores años de la dictadura de Ferdinand Marcos y su interminable período de Ley Marcial, el baloncesto fue impulsado como el reducto donde desfogar frustraciones provocadas por la situación política del país. El propio dictador engrasaba el sistema de pan y circo para mantener distraído al populacho. Fue en esos años cuando se formó la Liga profesional de la Asociación Filipina de Baloncesto (PBA), la primera de Asia y la segunda más antigua del mundo que continúa activa, tras su hermana mayor, la estadounidense NBA. La ACB empezaría ocho años después.

Desde el régimen de Marcos, el estadio que alberga la mayoría de los partidos es el Coliseo Araneta, en Metro Manila, un mastodóntico recinto con capacidad para 22.000 almas que se llena casi en cada partido, como los que enfrentan a equipos con nombres surrealistas como los Cerveceros de San Miguel o los Tropa Mensajera, patrocinados por una compañía local de telefonía. También se pueden ver latas de la cerveza local San Miguel y una tropa de chavales mandando mensajitos con sus móviles en la cancha que tienen montada en pleno Cementerio Sur de Manila. Porque el básquet en Filipinas no conoce límites: la atracción estrella en las fiestas de algunos pueblos es un partido bochornoso entre enanos y travestis.

Dada la fiebre baloncestística imperante, no es de extrañar que Manila tenga el único Café NBA fuera de Estados Unidos (está previsto que el segundo se abra en breve en España). Un recinto en la mejor zona de un exclusivo centro comercial, con capacidad para 150 personas y una pantalla gigante en la que se emiten los partidos del Mundial, con fotos de los hermanos Gasol e Ibaka en el que, además de pizzas y hamburguersas, se venden balones firmados por estrellas de la NBA por el equivalente a varios centenares de euros.

Algunos de estos ídolos estadounidenses aparecen por Manila durante sus vacaciones, en espectáculos deportivos para los que las entradas apenas duran unas horas a la venta. Otros incluso han jugado en la PBA al final de sus carreras, como el campeón del concurso de mates de 1992, Cedric Ceballos. La liga filipina, no obstante, blinda a sus jugadores contra intrusión extranjera con un sistema que limita tanto la llegada de foráneos como su estatura. Esos jugadores suelen ser, por mucho, los mejor pagados.

Pese a ello, no ha habido problemas para la nacionalización exprés de a Andray Blatche, convertida en cuestión de estado. El senado aprobó la jura de bandera del pívot norteamericano, de 2,11 y largo historial en la NBA. Gracias a él han estado a punto de tumbar a Croacia y Argentina. Aunque sus esperanzas de clasificación son mínimas, cada segundo se saborea como un triunfo.