La final de la Copa del Rey

El final más cruel

DAVID
TORRAS

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El corazón de Bartra no le llegó para alcanzar a Bale, en una carrera imposible, él que fue quien le había dado vida al Barça, y en el último suspiro la suerte le acabó de birlar a Neymar la esperanza, como si ya no quisiera echarle una mano a un equipo que ha dejado de ser lo que fue, pero que anoche luchó hasta donde le llegaron las fuerzas. El fútbol ya no le da para mucho más, y nadie mejor para retratar esa pérdida de identidad que Messi, una figura irreconocible, una sombra del que fue y que ayer pasó sin decir ni mu por la final. Ganó el Madrid (2-1) porque a correr le gana al Barça. Pero a jugar, no tanto, y cuando más acobardado estaba, Bale echó a correr y se acabó.

La imagen de los jugadores, abatidos, con el gesto perdido, contemplando cómo el Madrid recogía la Copa, es un símbolo de la caída de un equipo al que ahora le espera una final muy cuesta arriba. Sin la Champions, y con la Liga más que difícil, la Copa estuvo muy cerca de convertirse en un soplo de aire. La tuvo perdida, pero la peléo, mucho más de lo que ha peleado unos cuantos partidos en la Liga que le han acabado costando estar donde está. La igualó gracias a Bartra, una de las piezas que representa la mala gestión de la temporada y al mismo tiempo  un nuevo futuro, y cuando más en pie estaba, cuando más cerca estuvo de lo que era, ni que fuera por tener siempre la pelota, un ataque acabó con el balón colándose entre las piernas de Pinto.

Una crueldad que no merecía, y un regaló que el Madrid se encontró cuando más apurado andaba. No hubo las viejas tensiones de los tiempos de Mourinho, que siempre es de agradecer, aunque hay cosas que no cambian. Pepe sigue siendo un mal ejemplo de principio a fin, un buscavidas, a quien Bartra dejó retratado en el gol. Xabi Alonso ha dejado de jugar y ya solo protesta. Pero el resto se comportó y, al final, hubo reparto de saludos, impensables con Mou. Eso sí, la afición, más allá de los cánticos de siempre, acabó lanzando gritos racistas a Alves.

UN HIMNO, Y PITOS Y APLAUSOS / El preámbulo siguió un guion conocido, el mismo de cada cita, con la Copa de por en medio. A la que sonó el himno español, Mestalla se partió en dos, y la grada azulgrana, o mejo la cuatribarrada porque nunca antes la segunda camiseta había tenido tanta presencia como la primera, se puso a silbar alzando las esteladas. A diferencia de lo que ocurrió con el Athletic, la otra mitad tomó otra vía muy diferente y se puso a cantar sin más letra que el «lololo». El Rey Juan Carlos estaba en el palco, aunque no tuvo un viaje fácil. Regresaba de Dubai y una avería en el avión estuvo a punto de dejarle en tierra. Llegó más tarde lo previsto, pero llegó.

Esa escenografía llena de rivalidad siguió de principio a fin,y al «Y  viva España» de toda la vida, los culés respondieron con gritos de «independencia» que, en cambio, apenas se hizo oír en el minuto 17, seguramente bajo el golpe moral del gol merengue. Toda la creciente ilusión que se detectaba justo antes del partido, con un ambiente más positivo y alejado del bajón de los últimos días, fue como si la afición se hubiera obligado a volver a creer o a seguir creyendo en el equipo, un reset, quizá el último antes de asumir de una vez que  el cuento se acabó, y que llega la hora de una nueva historia.

RESURRECCIÓN CULÉ / Pero tras un buen rato en silencio, volvio a alzar la voz, de la mano de Bartra, en un gol que devolvió la alegría en contraste con la apatía blanca, incapaz de creer lo que acababa de ocurrir. Y lo mismo ocurrió en el campo. El Madrid se acobardó, echó el culo atrás, tocado, y cuesta abajo, más temeroso incluso que el Barça de perder. Y entonces los culés vivieron los mejores momentos, en una resurrección que llevaban tiempo esperando. Hasta que Bale echó a correr. Florentino debió sonreir al fin. Sus 100 millones ya han dado una copa. La más pequeña, eso sí. El Barça la dejó escapar sin Cristiano en el campo como  la Champions sin Costa.

El poste de Neymar. Ahí pudo volver a empezar todo. Pero no. Los culés empezaron a vaciar la grada, en silencio, golpeados cruelmente. Como si estuviera escrito, en Valencia, en la Copa, donde empezó el ciclo del Barça de Guardiola, pareció morir ayer más que una parte de ese equipo. En una semana, Martino ha perdido tres títulos, los mismos que aquel Barça en los tres primeros años. En este escenario, empezó a cumplirse aquel cántico de «Copa, Lliga i Champions». Anoche, este Barça se quedó sin música. Y nadie está más callado que Messi.