Exposición 'Los cimientos del autogobierno. Archivo Montserrat Tarradellas y Macià'

MANU MITRU / VÍDEO: EFE

Dos millones de documentos, más de 143.000 cartas, resúmenes y notas de cada conversación telefónica, unas 33.000 fotografías, también los muebles del que fue su despacho durante casi 40 años de exilio francés en Saint-Martin-le-Beau (que no eran gran cosa, porque Lluís Companys cedió la llave de la caja de caudales de la Generalitat a Juan Negrín)… El archivo personal de Josep Tarradellas, que se conserva en el Monasterio de Poblet, es suficientemente colosal como para que todo buen historiador se sumerja en él durante meses para investigar sobre la Segunda república, sobre la Guerra Civil española y, más cainita todavía, sobre la guerra entre anarquistas y comunistas en la retaguardia catalana entre 1936 y 1939, pero todo eso y mucho más queda siempre eclipsado por un simple objeto, la caja de plomo en la que durante 46 años se conservó el corazón de Francesc Macià, no empapado en coñac, como el de Chopin, sino en formol, pero con una trayectoria vital (si así se puede decir de una simple víscera) mucho más anecdotaria, pues hasta se sacó de España de extranjis simulando que era un queso.