Exposición en Can Serra

Tarradellas, que todo lo guardaba, incluso el corazón de Macià

La Diputación de Barcelona exhibe los tesoros documentales del expresidente de la Generalitat y, como pieza estrella, la urna protagonista de aquella "epopeya cardíaca"

Carles Cols

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Dos millones de documentos, más de 143.000 cartas, resúmenes y notas de cada conversación telefónica, unas 33.000 fotografías, también los muebles del que fue su despacho durante casi 40 años de exilio francés en Saint-Martin-le-Beau (que no eran gran cosa, porque Lluís Companys cedió la llave de la caja de caudales de la Generalitat a Juan Negrín)… El archivo personal de Josep Tarradellas, que se conserva en el Monasterio de Poblet, es suficientemente colosal como para que todo buen historiador se sumerja en él durante meses para investigar sobre la Segunda república, sobre la Guerra Civil española y, más cainita todavía, sobre la guerra entre anarquistas y comunistas en la retaguardia catalana entre 1936 y 1939, pero todo eso y mucho más queda siempre eclipsado por un simple objeto, la caja de plomo en la que durante 46 años se conservó el corazón de Francesc Macià, no empapado en coñac, como el de Chopin, sino en formol, pero con una trayectoria vital (si así se puede decir de una simple víscera) mucho más anecdotaria, pues hasta se sacó de España de extranjis simulando que era un queso.

Acaba de inaugurarse en Can Serra, sede la Diputació de Barcelona, una exposición sobre lo más sustancial de aquel archivo, pues cuando Tarradellas regresó a Catalunya, en otoño de 1977, la Generalitat se reedificó sobre los cimientos de lo que durante la dictadura de Franco fue la Diputación Provincial, que entonces tenía como dirección postal la plaza de Sant Jaume. Allí, en la Casa dels Canonges, residencia oficial del presidente de la institución, incluso dijo Tarradellas que una noche durmió totalmente solo, y por solo no se refería en ausencia de Antònia Macià, su esposa, sino solo a más no poder, tanto que atrancó la puerta de la habitación con una silla. Pues hasta eso queda en realidad eclipsado por las tribulaciones del corazón de Macià, cuya urna, aunque vacía, no falta en la exposición ‘Los cimientos del autogobierno’.

La mesa del que fuera el despacho de Tarradellas como presidente de la Generalitat en el exilio.

La mesa del que fuera el despacho de Tarradellas como presidente de la Generalitat en el exilio. / MANU MITRU

A la muerte del que fuera el primer presidente de la Generalitat de la Segunda República, 25 de diciembre de 1933, se tomó una decisión sin duda hoy insólita, pero tal vez menos chocante entonces, embalsamar el cadáver (hacia solo ocho años que idéntica eternidad se le había concedido a Lenin en la unión Soviética) y, previamente, extraerle, cual reliquia, el corazón.

Lo dicho antes, el mismo trato recibió el corazón de Chopin, en su caso por deseo expreso del compositor antes de morir, para que fuera llevado a su Polonia natal (eso dice la tradición), aunque hay también la muy bien argumentada teoría de que lo solicitó porque temía ser sepultado con vida, un error frecuente hasta bien entrado el siglo XIX. Fuera por lo que fuera, conservar el músculo cardiaco como depositario del alma del finado terminó por ser una cierta tradición.

Las peripecias del corazón de Chopin no fueron pocas. La primera, la citada, que para conservarlo intacto se acordara que nada mejor que un buen brandy, una bebida espirituosa que ya había acreditado su eficacia cuando en 1805 el almirante Nelson murió en la Batalla de Trafalgar y su cuerpo regresó a casa en un tonel de ese licor. Fue llevado el corazón de Chopin a la iglesia de la Santa Cruz, en Varsovia, pero durante la ocupación alemana fue trasladado al cuartel general de los nazis en la capital de Polonia porque uno de sus generales tenía gran devoción por sus composiciones musicales. Pues el caso es que del de Macià podría decirse que corrió más rocambolescas peripecias, también con nazis de por medio.

Tarradellas, dos millones de documentos y un corazón

Dos de los dos millones de documentos que Tarradellas, tras renunciar a escribir sus memoria, legó a los historiadores para su estudio. / MANU MITRU

El corazón del presidente de la Generalitat iba a ser inicialmente atesorado y exhibido en la iglesia del parque de la Ciutadella, justo frente a la sede del Parlament, como si aquel edificio estuviera llamado a ser con el paso del tiempo el equivalente catalán del Herzgruft vienés, donde se guardan hasta 54 corazones de la dinastía de los Habsburgo, como si allí algún día hubieran tenido cabida los corazones de Josep Irla, Tarradellas y los que están por venir, pero a la hora de la verdad terminó simplemente dentro de una caja fuerte del Palau de la Generalitat.

Con las tropas de Franco a las puertas de Barcelona, pareció una pésima idea dejarlo en Catalunya, así que la reliquia cruzó la frontera, dicen que llevada en el regazo por la esposa de Tarradellas, Maria Antònia, causalmente de apellido también Macià, que burló el control de los gendarmes con el argumento de que la caja contenía solo una selección de quesos.

Francia parecía un destino seguro, en absoluto un país que pudiera ser casi totalmente ocupado por Alemania en un pispás, pero así ocurrió (desde el punto de vista militar, el siglo XX francés fue un repetitivo Waterloo), de modo que los Tarradellas decidieron esconder el cofre dentro de un tonel y este, a su vez, enterrarlo en un viñedo.

Exposición 'Los cimientos del autogobierno. Archivo Montserrat Tarradellas y Macià'

Exposición 'Los cimientos del autogobierno. Archivo Montserrat Tarradellas y Macià'. /

Se batieron en retirada los nazis y el corazón regresó al hogar de Tarradellas en el exilio, pero no por mucho tiempo, porque acabó por depositarlo en la cámara de seguridad de un banco de Tours, donde tampoco encontraron descanso las dos aurículas y los dos ventrículos de Macià. A mediados de los años 60, el director de la oficina urgió al ‘president’ en el exilio que se presentara de inmediato en las oficinas y explicara qué contenía aquella caja que, por las razones que fuera, ya no era hermética y había comenzado a supurar.

Solo de Evita Perón puede asegurarse sin margen de error que corrió más aventuras post-mortem que Macià, algunas muy turbias, por cierto, y por ello la historia de su cadáver hasta ha sido motivo de una interesante serie de televisión argentina, pero lo sucedido con el corazón de Macià no es mucho menos, así que en 2012 se estrenó en la Sala Beckett una obra de teatro que fue presentada en su día como una “epopeya cardíaca”. Era una obra escrita mano a mano entre Ivan Fox y Anton Tarradellas, efectivamente, nieto del expresidente de la Generalitat, lo cual, a su manera, tiene mucho que ver con la exposición que acaba de inaugurarse en la Diputación de Barcelona.

Tarradellas renunció expresamente en vida a escribir sus memorias, que de ser sinceras, algo inusual en estas latitudes políticas, habrían sido de obligada consulta para los historiadores. A cambio, hizo algo mejor. Donó todo su archivo personal para que fuera conservado en el monasterio de Poblet. Es un yacimiento documental extraordinariamente rico en información, para seguir el rastro, por supuesto, del corazón de Macià y teatralizar sus aventuras, pero también para transitar por las bambalinas de más de la mitad de la historia de la política catalana del siglo XX.