Colectivos vulnerables
La vida en el barraquismo eterno de Montcada: "Antes veníamos los domingos a hacer barbacoas; ahora vivimos aquí"
Una familia, una pareja de ancianos, un matrimonio o una mujer desahuciados relatan a EL PERIÓDICO su día a día en las chabolas del Besòs
Las chabolas de Montcada aumentan un 25% tras dos años de olvido
Los niños de las chabolas: "Mucha gente no te quiere porque saben dónde vives"
Elisenda Colell
Redactora
Periodista de desigualdades y exclusión social crecida en la redacción de informativos de la Cadena SER en Catalunya. Nací en Viu Comunicació y Cugat.cat.
Lo saben todos. Los servicios sociales. La guardería. El instituto y la escuela de adultos. Kevin, Paola y Mailon son tres hermanos nacidos en Catalunya que malviven en uno de los campamentos chabolistas de Montcada i Reixac, junto al río Besòs. El pequeño, que en agosto cumplirá tres años, pasa del calor y los zumos de la guardería al frío helado del campamento por las noches. Paola, de 15 años, va y viene del instituto cargando el portátil escolar. Intenta refugiarse en cafeterías o en casa de sus compañeras de clase para no tener que hacer los deberes en la chabola, entre paredes de lona que apestan a humedad.
"Ya sé que este no es lugar para que vivan mis hijos. Esperamos que nos ayuden y podamos salir de aquí"
"La felicitaron por sus notas", cuenta su padre con orgullo. Kevin, el mayor, ha dejado el empleo que tenía en el McDonalds y ha vuelto a estudiar. "Ya sé que este no es lugar para que vivan mis hijos. Esperamos que nos ayuden y podamos salir de aquí", implora el padre, Wuilian Gerardo Quishpe.
La historia de la familia Quishpe es una de las más duras de los barrios chabolistas de Montcada. "Esto es una mierda, pero sé que saldremos adelante", resume Kevin, el hijo mayor, de 19 años. El padre está pendiente de renovar su permiso de trabajo. Kevin dejó de estudiar en segundo de la ESO y se puso a trabajar. "En casa necesitaban el dinero", justifica. "Siempre he estado en la construcción hasta que encontré un trabajo en el McDonalds", sigue el joven. Pero hace unos meses dejó el empleo. "Quiero volver a estudiar y sacarme la ESO. ¿Si no, qué me espera?".
"Las lluvias han sido nuestra pesadilla. Cuando estás mojado el frío es insoportable"
El chico estudia de tardes. Durante el día ayuda a su padre con su hermano pequeño. La madre sufre un trastorno de salud mental que ya la ha llevado en tres ocasiones al psiquiátrico y a la que la sanidad pública suministra medicación de forma recurrente. Entre Kevin y Paola se hacen cargo del pequeño Mailon cuando el padre trabaja. "Hoy no ha ido a la guardería porque está enfermo. Ha cogido frío", cuenta el chico que muestra la precaria vivienda. Apesta a humedad y hay ropa y trastos tirados. El barro lo ensucia todo.
"Las lluvias de la Semana Santa han sido nuestra pesadilla. Cuando estás mojado el frío es insoportable", cuenta el joven. "Cada día comemos el mismo arroz pasado del comedor social. Te juro que he pensado muchas veces en alquilarme una habitación e irme", sigue Kevin. Pero luego se lo repiensa. "Mi familia me necesita".
"Intento no pensar en lo mal que estamos porque me derrumbo. Y no puedo derrumbarme. Tengo que estar fuerte y mirar adelante", explica el padre con los ojos empañados. Al no tener permiso de trabajo, es víctima de los trabajos precarios, sin contrato, sin seguro y sin ninguna garantía. "Me dedico a pintar fachadas", cuenta. Vino de Ecuador hace 23 años para estudiar Ingeniería Agrónoma. Se enamoró, se casó y formó su familia. Han vivido en Barcelona y en Collblanc (L'Hospitalet). "Los niños son catalanes. ¿De verdad que no tienen derechos?".
Ramon Aibar y Marina Firbida son un matrimonio de 78 y 64 años que resisten desde hace más de 25 viviendo en las chabolas
Pero los niños no son los únicos vulnerables a los que hay que proteger en este lugar. Ramon Aibar y Marina Firbida son un matrimonio de 78 y 64 años, con varios hijos y nietos y con más de 25 años de vida en las chabolas. Cuidan un hermoso huerto que esconde una granja ilegal de decenas de ovejas, patos y aves de todo tipo. El hedor es insoportable y se cuela entre su ropa, llena de manchas. Su estado de envejecimiento es evidente. Pero ni tan siquiera a sus hijos parece molestarles las condiciones en las que la pareja vive con sus ocho perros. "Esto está lleno de escombros. La gente no sabe hacer las cosas bien. Un día habrá una desgracia", sostiene Ramon, que apunta que su cabaña es impecable y explica que quiere seguir viviendo aquí.
"Llevamos dos meses aquí y aún me da miedo. Hay mucha gente que no está bien"
La vivienda de los ancianos está en una de las calles del mayor campamento. En la vía paralela, viven Piedad y su marido Francisco. Él se quedó en paro y no pudieron seguir pagando la hipoteca del piso de Santa Coloma. Les desahuciaron el pasado octubre. "Nos faltaban cinco años para acabar de pagar la hipoteca", cuenta ella. Estuvieron unas semanas durmiendo en una pensión con sus hijos veinteañeros. Hasta que se mudaron al huerto de Montcada. "Antes veníamos los domingos a hacer barbacoas. Ahora vivimos aquí", dice la mujer entre sollozos.
Está sola en casa y eso la altera. "Llevamos dos meses aquí y aún me da miedo. Hay mucha gente que no está bien". Sigue la madre, que cuenta que duerme con sus hijos y su marido en la misma cama. "Cada noche enciendo una vela y rezo un poco, a ver si llega ya el piso de emergencia social que nos prometieron". En cambio, los que viven cerca de la depuradora tienen alguna ventaja. "Por la noche nos alumbran sus focos, y a veces nos dan ropa o comida", cuenta Kevin. Pero la pesadilla es pesadilla igual.
"La gente pasa y se ríe de nosotros. Ayudadnos, que somos personas. Que mañana se podrían ver ellos así"
"Yo cada día rezo a Dios para que no llueva. Que esto no es el Besòs, son las cataratas del Niágara. Yo no estoy acostumbrada a vivir así, como si estuviéramos en una cueva, como Tarzán", se queja Esther Guix. La desahuciaron en septiembre. Vive con 600 euros al mes del Ingreso Mínimo Vital y una ayuda de discapacidad. "Yo antes trabajaba en la limpieza, pero me caí por las escaleras, me rompí la rodilla y me dieron la incapacidad. Con lo que cobro es imposible encontrar un piso y vivir", sigue la mujer. "Toda mi vida he pagado impuestos y ahora me dicen que me espere para las ayudas... ¡Es que me acaban de desahuciar! ¡no tengo nada!", exclama.
"Estoy sin papeles ni nada. No tenía donde ir y me vine aquí a los huertos"
Ella logra mantenerse a salvo gracias a Luis Beltran, su mejor vecino dentro del terreno. Ha construido un huerto, embaldosado el suelo y comparte café a quien lo necesite. Su casa, a pesar de la precariedad, aguanta. "Yo solo quiero trabajar", dice. Es hondureño y vino con sus dos hijos a Barcelona en 2021 para reunirse con su esposa en Santa Coloma de Gramenet. "El tema no acabó bien y nos separamos. Ahora estoy sin papeles ni nada. No tenía donde ir y me vine aquí a los huertos". Lleva apenas un año en este terreno, aunque anteriormente ha estado en otros de la ciudad. "Somos seres humanos y no nos gusta vivir aquí sin luz, sin agua... como animales", insiste. Aunque su huerto y su cocina dan un aspecto más digno al cuarto mundo. "Es mejor estar aquí que dormir en la calle", dice.
"Lo peor es que se ríen de nosotros", dice Ester. Luis y ella son los que viven más cerca del caminito que une la Serra de Marina con el Besós, y que se llena de ciclistas y 'runners'. "La gente pasa y se ríen de nosotros. Como si no tuviéramos bastante que encima nos toca aguantar esto. Ayudadnos, que somos personas. Que mañana se podrían ver ellos así". Luis asiente. "Intento pasar de ellos pero me duele cuando estoy por aquí y oigo los comentarios, como si no fueramos personas", lamenta el hombre.
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