Infraviviendas e infancia

Los niños de las chabolas: "Mucha gente no te quiere porque saben dónde vives"

La familia Martínez lleva 14 años durmiendo en infraviviendas improvisadas en solares y naves abandonadas. "Solo quiero que este infierno acabe", recalca la madre

Su hija, de 16 años, siempre ha vivido así: "No lo dices nunca, te escondes... yo sé que no soy una persona normal"

Noelia y Saray

Noelia y Saray / FERRAN NADEU

Elisenda Colell

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"Ponlo con letras bien grandes y mayúsculas. Nosotros no queremos vivir así, pero no tenemos otra opción, nadie se ha preocupado de ayudarnos", insiste una y otra vez Noelia Martínez, una mujer que lleva 14 años malviviendo en chabolas, naves abandonadas y caravanas aparcadas en solares. Su hija no conoce otra vida, pero le gustaría ser como el resto de adolescentes de su edad. "A la gente no se lo puedes decir, yo sé que no somos normales", suelta la chica, de 16 años. Ella es uno de los 152 menores que malviven en asentamientos insalubres en la capital catalana (se desconoce cuántos en toda Catalunya), sometidos al frío, la lluvia, la alimentación precaria y el miedo al desalojo. "Poderte duchar es un privilegio... yo solo quiero que acabe este infierno", explica la madre.

Saray Martínez, de 17 años, en la cama de sus padres. Ella duerme en el sofá.

Saray Martínez, de 16 años, en la cama de sus padres. Ella duerme en el sofá. / FERRAN NADEU

"Es una niña un poco miedica", la describe su madre. Saray Martínez, sentada en un sofá sacado del contenedor y tapada con una bata de Minnie Mouse, dibuja media sonrisa y mira al suelo. "Sí, por ejemplo el metro... no me gusta, me da miedo", dice. Tiene 16 años y no conoce otra vida que no sea la de las viviendas precarias y autoconstruidas con lonas, palés y maderas. Ahora vive en una nave abandonada del barrio barcelonés del Bon Pastor que no tiene techo. "Cuando llueve se nos inunda todo y se pudre la madera. Salen bichos y de todo", dice la niña, acostumbrada a levantarse de madrugada para achicar agua. "Me acuerdo de muy pocas cosas de pequeña, de hacer los deberes en el suelo con lápiz y goma, de jugar por las naves o los solares con los niños...". Hay muchas anécdotas que su madre relata que la niña ha olvidado. Lo que sí tiene grabado es el rechazo escolar. "Los niños sabían que yo no era como ellos", dice.

Señalada en clase

Saray, como muchos de los niños que viven en chabolas, no ha permanecido más de un año en el mismo lugar. "Es vivir con el corazón encogido pensando cuándo te van a desahuciar", dice la madre. "Te dan cuatro horas para recoger toda tu casa. ¿Qué haces? ¿Qué coges?", relata Noelia. Han vivido en distintos emplazamientos de Barcelona, pero también del área metropolitana: Rubí, Montcada o La Llagosta, entre otros.

Saray empieza a mover los dedos. En total, siete colegios e institutos. "Algún amigo conservo pero es muy difícil. Cada año tienes que empezar de cero. Mucha gente no te quiere porque sabe lo que eres. Vivir así no es lo mismo... y pasa eso", asume la menor, víctima de todos los señalamientos. "Es asumir que tú no tienes derecho a hacer fiesta de cumpleaños, a ir a casas de tus amigos... Cómo quieres que vengan aquí, van a pensar de todo", suelta. Recuerda cómo la asociación Amics del Quart Món se la llevaban los sábados a hacer excursiones o actividades extraescolares. "Era una forma de romper con ese mundo por unas horas, que no se comieran la cabeza encerrados en las caravanas", agradece la madre.

Uno de los mayores problemas que viven las familias en las chabolas son los desahucios. No tanto por el momento de tener que recoger toda una casa en cuatro horas, sino el después. "¿Y entonces dónde vas?", dice Noelia. La familia ha llegado a pagar un dineral para ocupar una nave o un local abandonado. Los grupos que abren estos lugares ya les cobran 1.200 euros. "Y entonces estás un mes, mes y medio, para montarlo todo: colocar las maderas, hacer la instalación de la luz y el agua pinchada, colocar el baño portátil....", detalla la madre. Para ella, ese momento es lo peor. "Duermes en cartones, en el suelo, con mantas... pasando frío. Sin poder ducharte ni cocinar". Noelia aún recuerda los reproches de Saray cuando le tocaba comer bocadillos durante un mes entero. "Es como si no estuvieras en este mundo. Piensas ¿porqué me toca a mí esto? Solo quieres que se acabe este infierno. No te queda otra que aprender a vivir así", explica Noelia.

Noelia Martínez, en la única habitación de su infravivienda, plegando mantas.

Noelia Martínez, en la única habitación de su infravivienda, plegando mantas. / FERRAN NADEU

La higiene, un privilegio

Noelia está convencida de que la vida que les ha tocado también ha acabado afectando a la salud de su hija. "Ella ha tenido bronquitis cada dos por tres. Pues normal, la tapabas con mantas pero al cabo de dos o tres horas no cogía calor. O jugaba por la calle, no la podías tener encerrada. La de veces que nos tocó ir a urgencias", dice. Luego recuerda cuando perdió a su bebé de 6 meses, un niño que habría sido el hermano menor de Saray. "Claro que lo he pensado. Que lo perdí porque aquello no era vida. El niño nació antes de tiempo... pero el problema fue que a mí no me llegaban las cartas para hacerme las revisiones del embarazo", explica. En aquel momento la familia vivía en un descampado en la plaza de Les Glòries. "De ducha teníamos un cubo, claro que no es la higiene correcta para una embarazada. Salíamos a chatarrear para comer... La sensación de ducharte con agua cayendo y poder frotarte es un privilegio, como estar en una nube".

La familia ha vivido escenas de todo tipo. Han estado aparcados varios meses en una gasolinera y han sufido un incendio en el que perdieron todas sus pertenencias. "Cuando vi lo de la plaza Tetuán se me erizaron los pelos. Piensas que tú puedes ser el siguiente", dice Noelia. Tanto el padre como la madre siempre han trabajado: ella de dependienta o limpiadora. Él, en la chatarra o en la recogida de residuos. Pero la realidad es que ninguno de ellos tienes estudos. "Yo tuve que salir de la escuela a los 9 años: mis padres me mandaban cuidar de mis hermanos y prepararles la comida", dice la madre. Se casó a los 14 años, y a los 20 ya estaba en un descampado. "No quiero que Saray siga esos mismos pasos, espero que tenga un porvenir mejor, oportunidades", añade Noelia. De momento ya ha terminado la ESO y está buscando un curso de estética de Formación Profesional. Pero duerme en un local. Y sueña con un piso, una habitación para ella sola. "Mi sueño sería eso... ah, ¡y que mi cuarto tuviera un tocador!".

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