Sant Jordi

De las 'bodas de ranas' a castigos por contaminar fuentes: dos libros sobre el agua y las sequías

Virginia Mendoza explora en 'La sed' la huella social que deja la escasez de agua, mientras que la historiadora María Belmonte celebra el fluir del agua por los manantiales de la época clásica

Más de la mitad de las fuentes, contaminadas por las granjas, dejan de manar en Osona

Portada de 'La sed' y de 'El murmullo del agua'

Portada de 'La sed' y de 'El murmullo del agua'

Guillem Costa

Guillem Costa

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¿Cómo se explica que un condenado a muerte, en plena posguerra española, le escriba desde la cárcel a su mujer con la sequía como gran preocupación y le sugiriera que se lleve a la familia a "un lugar donde la tierra los trate bien"? "Una anécdota como esta, real, solo la entiende alguien que haya nacido en un zonas de escasez de agua", atestigua Virginia Mendoza, autora de 'La sed', una "historia antropológica y personal" sobre lugares golpeados por sequías que publica Debate.

En su libro anterior, se dedicó a mapear los pueblos borrados por los embalses y el impacto que la construcción de las presas supuso para sus habitantes. Esta vez, en cambio, explora los rincones de La Mancha, donde nació, para definir cómo condiciona sufrir la falta de agua desde niño. En estas regiones áridas, las creencias mágicas o religiosas echan tenaces raíces.

María Belmonte y Virginia Mendoza

María Belmonte y Virginia Mendoza / Noemí Elias / Antón Castro

"¿Qué diferencia hay entre una danza de la lluvia de los Cherokees y mi abuela llevando a San Isidro en rogativa y cantando?", se pregunta Mendoza, que no ve tan distinto pedir agua a los toros como hacían sus antepasados y organizar bodas de ranas, una tradición típica de la India, con el mismo fin.

Mendoza advierte de que las ciudades, "cada vez más desconectadas del campo", olvidan rápidamente estos escenarios fatídicos. "Hoy las Tablas de Daimiel están secas, pero esto no habría ocurrido siglos atrás, cuando la gente de La Mancha se organizó en 'motillas' y creó una auténtica cultura hidráulica para sacar agua de los acuíferos, ellos sí sabían cómo hacer un buen uso del recurso", detalla Mendoza, a quien le irrita ver un grifo que no se cierra.

Sequía en las Tablas de Daimiel

Sequía en las Tablas de Daimiel / Efe

"Cuando observo un río que baja seco se me caen las lágrimas. Esto, si no has vivido las sequías en primera persona, no te sucede. Y puede que tampoco te plantees cuánta agua se derrocha para producir ropa y alimentos o para disponer de inteligencia artificial", reflexiona en conversación con este diario.

Ninfeos secos

"Todas las religiones han considerado sagrada el agua y expresado que quien la contamine debe ser severamente castigado", escribe María Belmonte en 'El murmullo del agua' (Acantilado), un relato cautivador sobre fuentes, jardines y ninfas acuáticas en la antigüedad que comparte estanterías con 'La sed' en este Sant Jordi que llega en plena sequía.

El Ninfeo Trajano, en Éfeso.

El Ninfeo Trajano, en Éfeso. / El Periódico

El libro 'Delight' (placer), en el que J. B. Priestley destacó en una lista las fuentes como la primera de las cosas que proporcionan felicidad, fue la chispa que inspiró a Belmonte para sumergirse en estos "bellos manantiales de culto". "Es dramático volver a algunas villas romanas y ver que lo que cae de las estatuas del ninfeo es apenas un chorrito", lamenta Belmonte. "¿Tiene sentido ir a lugares que, de forma natural, disponen de agua solo para las pocas personas que solían vivir allí?", se cuestiona en referencia a destinos como las islas griegas, ahora nutridas con barcos que descargan agua desalinizada para sostener el negocio turístico.

En el epílogo del libro, señala la conmoción causada por una fuente que ya no fluye. "En el Penedès y el Garraf, paseando, me ha entrado la famosa ansiedad climática al ver los riachuelos secos", confiesa. Al contrario, cuando el murmullo acuático resuena de nuevo, regresa una especie de esplendor que Belmonte celebra con un verso del poeta Píndaro: "Lo mejor es el agua".

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