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La lección de los atunes sobre el cambio climático

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Multimedia: ¿Hemos entrado en una nueva era climática?

Archivo - Banco de atunes

Archivo - Banco de atunes / WWF - Archivo

Michele Catanzaro

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La humanidad lleva décadas reduciendo la contaminación por mercurio, un tóxico que afecta al cerebro de los niños y a la circulación de los adultos. La concentración de este metal en los atunes (animales que lo acumulan en su cuerpo y representan una de las principales vías de acceso a la alimentación humana) ha permanecido estable en el último medio siglo. Menos en el Pacífico, delante de las costas asiáticas, donde aumentó a finales del siglo pasado.

La moraleja del cuento está clara. Una reducción de contaminación tarda décadas en surtir efectos: la concentración de mercurio no ha aumentado, pero tampoco se ha reducido hasta ahora. Al contrario, un aumento de contaminación, como lo ocurrido en Asia, hace daño casi inmediatamente

Es un mensaje a tener presente cuando se habla de acción climática. Cada aumento de emisiones genera daños. Cada reducción evita más daños, pero no necesariamente elimina los que ya se han hecho. Como con el mercurio en el mar, se necesita una reducción drástica e inmediata para evitar que se tarde demasiado tiempo en eliminar los efectos negativos del CO2 en la atmósfera.

3000 músculos de atún

Un estudio publicado este mes en la revista 'Environmental Science and Technology Letters' ha analizado 2900 muestras de músculos de atún recolectadas desde 1971 en los océanos Pacífico, Atlántico e Índico y guardadas en congeladores. 

Las muestras pertenecen a atunes de aleta amarilla ('Thunnus albacares', el atún claro de las latas), de ojos grandes ('Thunnus obesus') y bonitos ('Katsuwonus pelamis'), tres especies que suman el 94% de las capturas globales. 

“Estas especies tropicales son estancia les, ya que no hacen la gran migración oceánica del atún de aleta azul ['Thunnus thynnus']”, explica Anaïs Médieu, coautora del trabajo, de Universidad de la Borgoña Occidental (Francia). Eso las convierte en sensores de la calidad de su ambiente. “A la vez, no viven al mismo nivel. El de ojos grandes vive a mayor profundidad”, añade Anne Lorrain, también coautora, de la misma universidad. De esta forma, las investigadoras también pueden detectar diferencias a lo largo de la columna de agua. 

En todas las especies y casi todos los sitios, el estudio detecta concentraciones estables de mercurio desde 1971. El hallazgo contrasta con la caída de la contaminación por mercurio registrada en el mismo periodo, según datos atmosféricos y de sedimentos. 

La humanidad lleva al menos cinco siglos vertiendo mercurio en los ecosistemas, aunque la mayoría se ha emitido en el siglo pasado en Europa y América del Norte. Las fuentes principales son la combustión del carbón y de los residuos, la minería y algunos usos industriales. Cuando entra en el medio marino, el mercurio se convierte en metilmercurio, la forma más tóxica. Los grandes depredadores como el atún lo acumulan en su organismo al comerlo en pequeñas dosis en sus presas. 

El pescado contaminado genera problemas neurológicos en fetos y niños y cardiovasculares en adultos. A partir de los años 70, se han emprendido acciones para reducir la contaminación por mercurio. Desde 2017, casi todos los países del mundo están obligados a cumplir con la convención de Minamata, que impone la reducción de emisiones. 

La inercia de la naturaleza

¿Por qué eso no se refleja en los atunes? “Nuestra hipótesis es que el mercurio emitido en el pasado se ha ido acumulando en la profundidad del océano y vuelve a alimentar continuamente las aguas en las cuales nadan los atunes”, explica Médieu. “Las aguas profundas se mueven más lentamente, son más antiguas y acumulan más”, añade. Esta interpretación se basa en un modelo que representa cómo el mercurio se mueve en diversos compartimentos del agua oceánica. 

“No estamos diciendo que la convención de Minamata no funciona. Al contrario, sin ella, estaríamos viendo un aumento de concentraciones”, afirma Lorrain. En otras palabras, los ecosistemas tienen una inercia que hace que reaccionen tarde a las intervenciones. “Todavía no ha pasado el tiempo suficiente como para que podamos comprobar que las medidas están teniendo la respuesta esperada”, observa Diego Romero, toxicólogo de la Universidad de Murcia, no implicado en el trabajo. 

La única excepción a la tendencia general son los bonitos del noroeste del pacífico. A finales de los 90, se registra un aumento en su concentración de mercurio. “Este cambio es paralelo al aumento de emisiones registrado en Asia a partir de finales de los años ’80, asociado con la producción de la electricidad”, observa Médieu. El incremento de concentración se puede producir rápidamente, mientras la disminución tarda más, porque en este segundo caso se suma la contribución del mercurio antiguo. 

No existen sistemas para quitar del océano el mercurio vertido en ello. Hay plantas acumuladoras de contaminantes, apunta Romero, pero es imposible explotarlas a gran escala en el medio natural. “Lo que hay que hacer es seguir reduciendo las emisiones”, observa Romero.

En su trabajo, las investigadoras francesas simulan el efecto de diversas políticas y concluyen: “Solo con la máxima reducción posible de mercurio se pueden alcanzar los objetivos de Minamata en el futuro cercano”.  

El cuadro confirma lo observado con otros tóxicos como el DDT, que se sigue detectando décadas después de su prohibición. La moraleja se aplica también al CO2 y el nitrógeno, protagonistas de la actual crisis medioambiental. “Es urgente parar muy pronto las emisiones. Si no, se tardará mucho tiempo en ver algún cambio”, concluye Médieu.

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