Emergencia humanitaria
Migrantes procedentes de Canarias, en un hotel de La Selva: "¿Por qué no nos llevan a la escuela o nos dan clases de español?"
Del rescate en Canarias al atasco burocrático en Barcelona: "¿Qué futuro me espera? Es imposible pedir asilo"
Catalunya acoge ya a 2.000 migrantes procedentes de Canarias
Elisenda Colell
Redactora
Periodista de desigualdades y exclusión social crecida en la redacción de informativos de la Cadena SER en Catalunya. Nací en Viu Comunicació y Cugat.cat.
Es cristiano, pero dice que el mar es su segundo Dios. "Gracias a él estoy vivo", cuenta con una sonrisa de oreja a oreja. Pofosu Emanuel es uno de los miles de migrantes subsaharianos que se jugó la vida en el Atlántico y fue rescatado en las costas de El Hierro (Canarias) el pasado 10 de octubre. Ahora, pasa los días mirando el oleaje desde el paseo marítimo de un pueblo de la La Selva junto a casi 300 hombres como él alojados en dos hoteles de la comarca. "La Cruz Roja nos trata bien, podemos dormir y comer... pero ¿qué hacemos el resto del día? ¿Por qué no nos llevan a la escuela o nos dan clases de español?", lamenta el hombre.
Emanuel nació en Ghana en 1987. Es el mayor de una familia de nueve hermanos, el único que ha estudiado y que se quedó a las puertas de la facultad de ingeniería de su país. "Tuve que dejar los estudios porque no lo podíamos pagar", cuenta en un perfecto inglés. Es hijo de un padre ausente y una madre que falleció tras una enfermedad en enero de 2011. "Cuando mi madre murió mi vida se volvió muy difícil: tenía que hacer algo para alimentar a toda familia", cuenta. Este es el motor que, como a tantos otros compañeros de habitación, le ha traído hasta Europa.
El gambiano intentó probar suerte en varios países de África. "Tengo el don de aprender rápido", dice orgulloso. De hecho, es el único migrante en este hotel de La Selva que acepta contar su historia a EL PERIÓDICO. "Quizás esto me puede ayudar luego", confía. Desde la muerte de su madre ha estado trabajando en fábricas tecnológicas de multinacionales de todo el mundo, especialmente chinas. Primero en Mauritania y después en Senegal. Pero admite que estaba sometido a una terrible explotación laboral. "Trabajaba 10 horas cada día y mi salario era de 200 euros al mes". Cuando oyó que un amigo partía en cayuco hacia Europa vio una oportunidad. "Creo que Europa es el único lugar donde yo y mi familia podremos tener derechos: lo he intentado todo pero en África es imposible", sigue.
"Estuve cinco meses trabajando muy duro para lograr los 2.000 euros que me permitieron pagar un lugar en una patera", explica Emanuel. Partió el 1 de octubre desde las costas de Senegal. En la barcaza iban 250 personas, entre ellos niños y mujeres. El barco estuvo siete días a la deriva. "Solo puedes comer galletas y agua, es imposible dormir y ves que estás rodeado de mar, que no hay nada más... no se lo deseo a nadie", sigue el hombre. Salieron un domingo y el jueves ya asumió que estaban perdidos en el océano. "Por suerte el sábado vimos una luz y la seguimos". Era un barco de salvamento marítimo que les salvó del naufragio. Cuando lo rememora, le invade el agradecimiento.
Llegaron a El Hierro y allí estuvo tres noches durmiendo en un campamento militar en el puerto de la pequeña isla. Eran 20 personas en cada tienda. En total, 2.500 migrantes según los recuentos que les hacían a diario. Le trasladaron al aeropuerto de El Prat el 10 de octubre. Y desde entonces vive en un hotel de la comarca de La Selva, ahora en temporada baja. "Estoy agradecido pero es que no hacemos nada, nos pasamos el día vagando por la calle... yo quiero aprender el idioma, es básico. Quiero trabajar, quiero ayudar a mi familia y a este país... sentirme útil y aportar algo", explica desesperado.
"La vida es solo una y hay que arriesgar: si he sobrevivido a la patera creo que podré con lo que venga"
No es el único. En el paseo marítimo de este municipio se ven jovenes subsaharianos que, después de comer, caminan por todo el paseo marítimo sin nada que hacer. Huyen de Gambia, Senegal, Mali o Guinea Konakri. A unos los familiares les han pedido que vayan Europa. "Es lo que se espera de los hermanos mayores". Otros huyen de la guerra o los conflictos en su país. Ninguno de ellos volvería a repetir el trayecto. "Pensé que me moría en el mar. Nos quedamos sin agua y sin comida: me mareé. Te lo juro 100% que pensaba que me moría en el barco", se sincera otro joven de tan solo 21 años.
Impacta ver a turistas franceses divirtiéndose en las habitaciones adyacentes mientras Emmanuel relata un auténtico drama: las dos caras de la desigualdad en un mismo hotel. Pero sus historias resuenan también entre los vecinos de la localidad. Algunos tratan de ayudarles en lo que pueden. "Yo me quiero quedar en España porque aquí la gente nos ayuda mucho", dice Emanuel. Otros vecinos les ven con miedo y temor. "Tuve que llamar a la policía porque me encontré a dos por la calle... desde que están aquí ya no se puede ir tranquila", dice una mujer vecina de este hotel ocupado ahora por la Cruz Roja. "Yo no vengo a robar ni hacer mal a nadie: yo sé que las leyes de los blancos son más justas que las de mi país, que aquí hay derechos... yo vine para mi libertad y la de mi familia", insiste Emanuel.
Él sabe que lo que le viene encima no va a ser fácil. Sabe que en un mes debe abandonar el hotel, conoce la ley de extranjería y que no podrá trabajar ni residir legalmente en España hasta que lleve tres años aquí en situación irregular. "Pero la vida es solo una y hay que arriesgar: te lo juro que si he sobrevivido a la patera creo que podré con lo que venga", zanja el hombre, agradeciendo al oleaje haber llegado vivo a Catalunya.
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