El tren de la historia

Teatro aumentado, por Xavier Carmaniu Mainadé

Las nuevas gafas de realidad aumentada de Apple generan tanta expectación como dudas

Vision Pro, las esperadas gafas de realidad mixta de Apple.

Vision Pro, las esperadas gafas de realidad mixta de Apple. / Apple

Xavier Carmaniu Mainadé

Xavier Carmaniu Mainadé

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Esta semana la compañía Apple ha presentado un nuevo dispositivo electrónico: unas gafas de realidad aumentada. Es decir, una pantalla individual frente a los ojos que añade una capa de información extra a todo lo que nos rodea. Como siempre en estos casos, la campaña de lanzamiento nos lo ha vendido como un utensilio destinado a revolucionar nuestro día a día con palabras grandilocuentes escogidas con toda la intención de impresionarnos. Claro que a veces aciertan, como en el caso del iPhone, pero en otras se quedan a medias como en el iWatch. De qué lado se decantará la balanza en esta ocasión lo sabremos en los próximos años. De momento la empresa insiste en que nunca hasta ahora ha habido un aparato de estas características, cuando en realidad la especie humana siempre que puede inventa algo rompedor.

La diferencia es que algunos de estos inventos forman parte de nuestra vida cotidiana desde que nacemos y ya no los consideramos “nuevas tecnologías”. Por ejemplo, muchas personas que nos leen tienen bien vivo el recuerdo del primer teléfono móvil que compraron o de cuándo instalaron internet en casa. Otros pueden evocar con todo lujo de detalles el día que arrinconaron la máquina de escribir para empezar a trabajar con ordenadores. En cambio, quizá el día que llegaron al mundo ya había un aparato de televisión en el comedor de sus padres, y estos sí asistieron a la llegada de ese nuevo medio de comunicación. Y así podríamos ir retrocediendo hasta la noche de los tiempos evocando los primeros pasos del cine, la radio, la prensa, el telégrafo, la fotografía, la imprenta... Todo esto algún día fueron novedades tecnológicas revolucionarias.

Trabajar para las nuevas generaciones

Uno de los trabajos de los historiadores es entender por qué algunos inventos tienen éxito mientras que otros se quedan en un cajón. Y también es su tarea estudiar cómo pueden influir en los cambios sociales. Ahora bien, para que esto sea posible es necesario tener fuentes de información y aquí es donde entran en juego los archivos. Precisamente el pasado día 8, estas instituciones celebraron su día internacional para reivindicar su función pero por más campañas de difusión que hacen, siguen siendo unas grandes desconocidas para la mayoría de la ciudadanía. Todo el mundo sabe qué hacen un museo o una biblioteca, pero en cambio cuesta más hacer entender lo importante que son para nuestro futuro los archivos y los profesionales altamente cualificados que trabajan en ellos y se afanan en hacer un trabajo fundamental para las futuras generaciones: preservar las pruebas de quiénes somos y de dónde venimos para que quien nos suceda pueda estudiarlo y entenderlo. Pero con los archiveros no es suficiente. Tiene que haber gente dispuesta a adentrarse en las montañas de documentos. Y aquí es donde entran los historiadores, pero no solo, porque hay ámbitos donde no es suficiente con revisar los papeles y explicarlos. Esta semana lo hemos hecho evidente en El Tren de la Historia conversando con el director de teatro Xavier Albertí.

Es una de las personalidades del mundo de la escena catalana más implicada en la recuperación de la memoria teatral de nuestro país. Cierto es que los archivos conservan los textos de los grandes dramaturgos e, incluso en algunos casos, los diseños de las escenografías y del vestuario. Y está claro que las hemerotecas conservan los periódicos que publicaron las crónicas de los grandes estrenos, pero todo esto no nos permite captar la profundidad de una obra. Por eso hay que representarla y que el público actual la vea sobre el escenario. Ahora bien, para que sea posible primero es necesario que alguien conozca la historia del teatro, decida recuperar las obras y representarlas. Es decir, profesionales e instituciones que quieran poner en valor este patrimonio artístico literario. Porque de la misma manera que podemos ir a ver las iglesias del románico de la Vall de Boí, también debemos poder asistir a representaciones de las obras de los Serafí Pitarra, Àngel Guimerà, Josep Maria de Sagarra, Santiago Rusiñol, Adrià Gual... Ciertamente podemos leer sus obras, pero no es suficiente. Ellos escribieron los textos para que actores y actrices les dieran vida y el público les aplaudiera desde la platea.

Pero ya se sabe que lo nuevo nos deslumbra y arrinconamos las cosas de antes que acaban olvidadas criando polvo. Por suerte hay personas como Xavier Albertí que nos ayudan a descubrir que en nuestro país el teatro fue muy importante como entretenimiento de masas, del mismo modo que después lo serían el cine y la tele, y como quizás lo sean dentro de unos años las imágenes que contemplaremos con unas gafas de realidad aumentada diseñadas en California.