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El gran roedor europeo, que se extinguió en España en el siglo XIX, ha recolonizado la cuenca del Ebro tras unas liberaciones fuera de la ley realizadas en 2003 en La Rioja y Navarra.

Castor comiendo y asustado

Benjamín Sanz

Antonio Madridejos

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La historia reciente del castor en España empezó de manera clandestina. Aunque los detalles nunca se han esclarecido totalmente, parece ser que un grupo conservacionista belga liberó en 2003 un total de 18 castores procedentes de criaderos de Baviera en diversos puntos del Ebro y sus afluentes Aragón y Cidacos, en las comunidades de La Rioja y Navarra. Dos años más tarde se detectaron oficialmente los primeros indicios de la existencia de ejemplares libres, como excrementos, huellas y árboles con roeduras en el tronco, y finalmente se produjeron los avistamientos. “Lo curioso es que la suelta prosperó muy bien. Habían sobrevivido y progresado”, resume el consultor ambiental Jorge Echegaray, especialista en castores y coautor de la primera guía digital sobre la especie.

Titubeantes al principio pero implacables después, las administraciones se pusieron manos a la obra para acabar con los castores ilegales. El motivo esencial que esgrimieron es que se trataba de una especie alóctona, no nativa, que podía perjudicar las explotaciones madereras cercanas a los ríos, muy habituales en esos tramos de la cuenca del Ebro, y además competir con algunas especies amenazadas, como la nutria y el visón. Aunque el castor europeo ('Castor fiber') figuraba ya entonces como especie prioritaria en las directivas ambientales de la Unión Europea, las autoridades comunitarias concedieron una sorprendente moratoria alegando que los animales en cuestión “no se encontraban dentro de su ámbito natural”, lo que permitió la caza de 216 ejemplares entre los años 2008 y 2016. A punto estuvieron de extinguirse por segunda vez.

Semiacuáticos, herbívoros y nocturnos

¿Por segunda vez? Así es. Estos grandes roedores semiacuáticos, herbívoros, de hábitos nocturnos y muy asustadizos, conocidos popularmente por su habilidad para talar troncos y crear diques para almacenar agua, “estaban presentes en buena parte de las cuencas hidrográficas ibéricas, incluso en el sur, desde tiempos remotos”, prosigue Echegaray. De ello dan fe diversos topónimos, yacimientos arqueológicos (como en Calatayud-Bilbilis y Gavà) y hasta el historiador y geógrafo griego Estrabón, que cita su presencia en Hispania junto a aves poco comunes como las avutardas. No pueden presumir de lo mismo ni los gamos ni las ginetas, por ejemplo, dos especies introducidas por los humanos que se han asentado en nuestros bosques y ahora figuran sin discusión en los catálogos de fauna ibérica.

La pérdida de hábitats y la caza para obtener pieles y falsos remedios médicos y precipitaron su declive

“Fue la caza para obtener pieles, grasa, carne y falsos remedios médicos, así como la pérdida de hábitats propicios, lo que ocasionó el inexorable declive del castor”, añade el consultor ambiental. En la zona de suelta de Navarra y La Rioja se habían extinguido hacia el siglo XVII, aunque hay constancia de su presencia en la cuenca del Duero hasta principios del siglo XIX.

La Comisión Europea incluyó en 2018 las poblaciones ibéricas de castor dentro de la Directiva de Hábitats, dos años más tarde se traspuso a la legislación española y, finalmente, la especie quedó incluida en el LESPRE, el catálogo de protección especial, recuerda el consultor ambiental. “El castor se encuentra ahora en una situación anómala. No se puede cazar porque está protegido, pero al mismo tiempo España contraviene la legislación europea porque no cuenta con ningún plan de recuperación”, insiste Echegaray.

Tras cesar las capturas, los roedores continuaron sin problemas su expansión por el Ebro. En los últimos años han sido vistos en entornos tan humanizados como la ciudad de Zaragoza y han continuado por diversos afluentes como el Zadorra -lo que les ha permitido llegar hasta Vitoria-, el Aragón, el Gállego y el tramo sur del Cinca, enumera desde la capital aragonesa el educador ambiental y experimentado rastreador Benjamín Sanz. También se han detectado indicios en las cercanías del embalse de Mequinenza, una barrera difícil de franquear, “aunque nada puede descartarse si se tiene en cuenta que han sido capaces de superar el gran embalse de Yesa”, comenta Sanz. “Yo los vi hace dos veranos por Jaca”, añade.

La especie ha empezado a colonizar la cuenca del Duero tras progresar por el Jalón y llegar a Soria. Se han visto hasta en Salamanca

“Los castores no se alejan mucho de los ríos -insiste Sanz-. Más allá de diez metros de la orilla es excepcional”. Por este motivo, quizá lo más sorprendente de su expansión es que han logrado adentrarse en la cuenca del Duero tras ascender por el Jalón, un afluente del Ebro, y luego cruzar por las montañas hasta la ciudad de Soria, donde unas cámaras de fototrampeo captaron un ejemplar a finales de 2021. Como muestran varios avistamientos muy recientes, ya han avanzado hasta los Arribes y el Tormes, en la lejana Salamanca. Y posiblemente ya estén en la cuenca alta del Tajo en Guadalajara”, vaticina Sanz

En cualquier caso, precisa Echegaray, la detección de castores en lugares remotos, muy alejados de los núcleos asentados del Ebro medio, no significa necesariamente que la especie cubra ya todo el territorio. “Tienen ejemplares migrantes buscando lugares favorables. Luego se asientan en las zonas que más les conviene y van rellenando huecos”.

“La distribución no es homogénea, los ríos no son iguales en todos los tramos -considera el consultor ambiental-. La verdad es que no sabemos cuántos castores puede haber en total. El área de distribución sobreestima la población real”.

Troncos roídos cerca de Mequinenza

“A veces imaginamos a los castores en sitios idílicos, pero lo cierto es que pueden vivir en lugares bastante degradados, incluso rieras pequeñas. Ellos se crean su propio hábitat reteniendo agua, se fabrican sus propias condiciones”, explica Arnau Tolrà, investigador en ecología fluvial y doctorando en la Universitat de Barcelona (UB). Tolrà detectó el año pasado troncos con signos inequívocos de haber sido roídos por castores muy cerca de Mequinenza, aunque prefiere no desvelar el lugar exacto. Según explica el investigador de la UB, más que ríos de cauce muy amplio, lo que busca el castor son afluentes de menor tamaño y las riberas de los brazos fluviales.

Tronco raído por castores cerca de Mequinenza

Tronco raído por castores cerca de Mequinenza / Arnaul Tolrà

“No son animales especialmente selectivos. Salvo en cauces muy estacionales, completamente secos en verano, creo que pueden progresar por grandes territorios”, insiste en el mismo sentido Sanz, quien da por hecho que los castores entrarán pronto en Catalunya, posiblemente por el Segre, “si no lo han hecho ya”. “El hábitat en Catalunya lo tiene”, sentencia Tolrà. Los agentes rurales de la Generalitat ya tienen activado un aviso para localizar posibles ejemplares.

Los castores en el conjunto de Europa vivieron en siglos pasados un declive similar al acaecido en España, aunque hubo cinco enclaves en los que nunca llegó a desaparecer por completo: el cauce bajo del Ródano (Francia), la cuenca del Elba (Alemania), la provincia de Telemark (Noruega), las marismas de Pinsk-río Niemen (Bielorrusia) y el Don en la región de Vorónezh (Rusia). La situación llegó a ser tan precaria, con apenas un millar de ejemplares en el total continental, que el castor se convirtió a principios del siglo XX en el primer mamífero que se benefició de un programa de conservación. La recuperación ha sido asombrosa y ahora se estima una población cercana al millón de ejemplares con núcleos en prácticamente todos los países de Europa.

Desde un punto de vista genético, los ejemplares liberados en el Ebro apenas difieren de los que hubo en épocas pasadas. Son la misma especie.

Aunque el aislamiento ha generado pequeñas diferencias entre las diferentes poblaciones, los modernos estudios genéticos confirman que se trata de la misma especie. “No tiene sentido oponerse a los castores del Ebro con el argumento de que no son exactamente la misma población que hubo antiguamente -considera Echegaray-. Los osos pardos que viven actualmente en el Pirineo tienen un origen esloveno y no ha habido problemas”.

Echegaray descarta que los castores, que son inofensivos para los humanos, puedan ocasionar perjuicios más allá de los posibles daños en choperas y otras plantaciones madereras cercanas a los cauces, “pero no se puede olvidar que estas se encuentran en su mayoría en el dominio público hidráulico”. También puede afectar a cultivos de frutales, pero “ese problema se arreglaría fácilmente instalando mallas en zonas sensibles”, dice Sanz.

Tampoco parece previsible una superpoblación ante la falta de depredadores naturales como el lobo. “Los castores no necesitan control demográfico porque, además de ser poco prolíficos -un parto anual- y poco longevos -7-8 años-, se regulan ellos mismos, a menudo en duelos que acaban con muertos. Son muy territoriales”, añade Echegaray. “No es un animal que moleste a la gente”, insiste Sanz. Sus principales amenazas, al margen de la degradación del hábitat, son infraestructuras como presas, sifones y canales de irrigación. También se ha registrado algún atropello mortal.

“Lejos de lo que a veces se piensa -concluye Tolrà-, los castores son muy beneficiosos para el medio y mantienen interacciones positivas con el resto de la fauna. En muchos países de Europa se han recuperado. ¿Por qué no también aquí? Nuestros ríos están huérfanos del castor. Ya golpea la puerta por Aragón. En Catalunya deberíamos recibirlo como se merece, sin reticencias”.

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