Desigualdad al calor de la pandemia

Madrid extremo: copas a 100 metros de altura y un sistema de salud “muerto”

Mientras la ciudad ejerce de imán para los que vienen de fuera, muchos de ellos catalanes, por su falta de restricciones ante la sexta ola, la situación de la atención primaria se agrava día a día debido a la escasa inversión

Madrid extremo: copas a 100 metros de altura y un sistema de salud “muerto”

Madrid extremo: copas a 100 metros de altura y un sistema de salud “muerto” / José Luis Roca

Juan Ruiz Sierra

Juan Ruiz Sierra

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La distancia entre el bar de la terraza del hotel Riu, situado a 100 metros de altura sobre la plaza de España, y el centro de salud Guayaba, en el distrito de Carabanchel, es de apenas 7,5 kilómetros. Pero forman parte de dimensiones distintas, irreconciliables, a años luz uno de otro. Hay colas para entrar en ambos lugares, más o menos de la misma extensión: unas 20 personas. En la primera, sus integrantes sonríen, bromean, llevan ropa elegante y dicen cosas como “esto es increíble, nos lo vamos a pasar genial”. En la segunda las miradas se dirigen al suelo, un mar de toses recorre la fila y la prenda más común es el chándal. Hace unas semanas, los trabajadores del centro se vieron obligados a llamar a la policía ante la revuelta, por momentos violenta, de quienes querían ser atendidos. 

Madrid es una ciudad de extremos. Siempre lo ha sido, pero el fenómeno se ha intensificado al calor de la pandemia, con la presidenta de la comunidad, Isabel Díaz Ayuso, convirtiendo la falta de restricciones y la “libertad” para pedir una caña en la barra de un bar en un arma política, algo que le dio el pasado mayo al PP muy buenos resultados en las urnas, y al mismo tiempo invirtiendo en sanidad menos que cualquier otro territorio, dejando la atención primaria “hundida y muerta”, según los propios médicos.

“Perdona, ¿nos podrías hacer una foto?”, pregunta un grupo de jóvenes en el bar del hotel Riu, llamado Sky Bar 360º. El nombre no es ninguna hipérbole: a 27 pisos de altura, da la impresión de que se pueden agarrar con la mano el templo de Debod, el lago de la Casa de Campo, el Congreso, la Gran Vía, el Museo del Prado, el Retiro o las torres de la plaza de Castilla. Hay que pagar 10 euros solo por la entrada, los tercios de cerveza rondan los 7, las copas 12 como poco, los camareros llevan pinganillo, casi todas las sillas, sillones, sofás y taburetes están ocupados y hay una pasarela de suelo de cristal que comunica las dos zonas de la azotea, de 570 metros cuadrados. Mirar hacia abajo provoca cierto vértigo. 

“Una foto más, por favor”, pide el grupo. Son seis chicas, todas estudiantes, vienen de Barcelona y hablan en catalán. Están en Madrid unos días para “disfrutar de la ciudad”, porque “aquí”, explica una de ellas, Sonia Roura, de 20 años, “se vive de forma diferente, se respira otro ambiente, más alegre, con la gente consumiendo y disfrutando”. Tiene parte de razón. Mientras Catalunya vivió las Navidades bajo el toque de queda, no derogó hasta el pasado martes la limitación de reuniones sociales y aforos en la hostelería y aún mantiene cerrado el ocio nocturno, en Madrid se puede vivir, a grandes rasgos, igual que antes de la pandemia, como si la variante ómicron, que ha traído consigo niveles desconocidos de contagios, no hubiera llegado. 

“Siento envidia sana de Madrid, de todo lo que está haciendo. Es un ejemplo para Europa y para el mundo. Ya me gustaría a mí que en Barcelona estuviéramos a ese nivel”, dijo Gerard Piqué a principios del pasado noviembre. Las palabras del defensa del FC Barcelona azuzaron la batalla dialéctica entre las dos ciudades y regaron los oídos de Ayuso, que cada vez que puede viene a decir lo mismo, subrayando el hecho diferencial madrileño. Hace unas semanas, por ejemplo, en una reunión con los empresarios de la noche, dijo: “En algunos sitios han decapitado los negocios con cuchillo de sierra en una gestión errática y cambiante (…). A una generación joven muy marcada por la pandemia se les ha obligado incluso a cambiar sus preferencias en el ocio”. 

Por supuesto, el sector aplaude. “El Gobierno autonómico ha sido valiente y el tiempo ha demostrado que sus medidas iban en la buena línea. Los compañeros de Catalunya han visto cómo tenían que cerrar sus negocios mientras en las calles se celebraban botellones. Y no te digo que nos miren con envidia, porque es una palabra que tiene connotaciones negativas. Pero sí sienten impotencia ante la cerrazón de sus administraciones. En las reuniones que hemos mantenido con ellos, al igual que con otros de distintos territorios, nos miraban como diciendo: ‘Sois el modelo’”, señala José Antonio Aparicio, presidente de Hostelería Madrid, la principal asociación en la comunidad. 

Sanitarios con escolta policial

El “modelo” madrileño, sin embargo, no consiste solo en poder pedir cañas hasta bien entrada la madrugada. También incluye llamar a tu centro de salud para pedir cita, que nadie descuelgue el teléfono, da igual la hora que sea, y tener que acercarte hasta allí porque no te queda otro remedio. 

El centro Puerta Bonita, en Carabanchel, se encuentra en la planta baja de un edificio modesto, de ladrillo caravista, y al letrero le falta poco para quedar tapado por las sábanas que ha tendido el vecino del piso de arriba. Carmina Reyes, una mujer de 25 años que trabaja como reponedora en un bazar y vive con su esposo, su hermana y su madre en un pequeño piso alquilado, llega empujando el carrito de su hija Sofía, de 22 meses. La niña va muy abrigada, con un biberón en las manos. Las dos tienen fiebre desde hace varios días, pero se han hecho test de antígenos y dan negativo. “Hemos estado llamando sin parar para pedir cita. Nunca descuelgan, así que no me ha quedado otra que acercarme directamente. A ver qué me dicen”, explica. Por suerte, hoy hay poca cola, pero el celador, que pide anonimato “para evitar más problemas”, cuenta que “la semana pasada esto parecía una manifestación”. De los siete médicos con los que debería contar la instalación, continúa, solo hay cuatro. Cada uno puede llegar a atender a una media de “80 o 90 personas al día”.  

Un poco más al sur, en el centro de salud Guayaba, la aglomeración es mayor. El ambiente, mucho más tenso. “Hay que ponerse a la cola. ¡No se cuele! Eh, eh, el señor del anorak naranja, ¡no se cuele!”, dice una mujer. El hombre da media vuelta y se coloca el último de la fila, pasando junto a una columna de color blanco en la que hay una hoja fotocopiada que dice: “La responsabilidad de la sobrecarga de los centros de salud se debe única y exclusivamente al Gobierno de la Comunidad de Madrid. Los importantes recortes en personal y medios técnicos no permiten a los profesionales prestar la atención adecuada, como exigiría el momento actual”.

Una de las trabajadoras, Silvia San Juan, explica que colocaron el cartel después de que hace unas semanas tuvieran que llamar a la policía para que escoltara a los sanitarios, increpados por quienes exigían ser atendidos. “La gente se cansa, se cabrea, y cree que la culpa es nuestra”, dice. La tesis, al fin y al cabo, viene alentada desde muy arriba. El pasado 21 de diciembre, Ayuso culpó a los sanitarios. “Algunos aprovechan para colgar sus pancartas y no todos quieren trabajar y arrimar el hombro”, señaló

A la cola en el gasto

Los problemas de la atención primaria en toda España vienen de lejos. “La crisis económica, con los recortes de 2012, paró las contrataciones y no ha habido relevo. Además, muchos jóvenes médicos se fueron al extranjero, incrementándose el déficit de profesionales cada vez más necesarios dada la cronicidad propia de una población envejecida y con más necesidades a resolver desde la primaria. Llegamos así a una situación de una precariedad importante”, argumenta José Martínez Olmos, que fue secretario general del Ministerio de Sanidad entre 2005 y 2011. Y entonces llegó el coronavirus, que ha dejado a los profesionales “sobrepasados, agotados y estresados”. 

Pero Madrid también es aquí diferente. Según el último informe del Ministerio de Sanidad sobre gasto sanitario, la comunidad solo destina un 11,2% del total a la atención primaria, frente al 18% de Andalucía o el 13,3% de Catalunya. Es la que menos invierte en salud según su PIB: un 3,7%, por debajo de Catalunya (4,9%) o Extremadura (8,6%). El Gobierno autonómico ha presupuestado para este año 8.784 millones de euros, 178 millones menos de los que desembolsó en 2019, antes del covid.

“La atención primaria está hundida, muerta, y no hay voluntad política de cambiarlo. En lo que llevamos de pandemia no se ha hecho absolutamente nada, no se ha mejorado nada –sostiene María Justicia, responsable de atención primaria de Amyts, el sindicato médico de Madrid-. Que después de dos años de sufrimiento, de darlo todo durante la pandemia, de las muertes de compañeros, de las bajas laborales por covid, de la gente que se ha quedado con secuelas importantes y que tiene problemas psiquiátricos y psicológicos, de las horas extras que hemos hecho sin estar pagadas, que salga la presidenta y diga que nosotros tenemos la culpa es impresentable e injurioso”. 

Un halo irreal

En la terraza del hotel Riu, mientras tanto, se escuchan bromas, grandes carcajadas, el tintineo de los vasos y copas, palmadas en la espalda. Hace un día espléndido, a pesar del frío. El atardecer es de postal. Una pareja pasa más de media hora haciéndose selfies. Y un poco más allá tres jóvenes hacen lo mismo. “Solo por esto merece la pena venir a Madrid”, dice uno de ellos, llegado de Jaén. Todo tiene un halo de irrealidad, no solo comparado con los centros de salud de Carabanchel, uno de los distritos más humildes de la ciudad, sino también a la luz de lo que ocurre en otros negocios de hostelería cercanos. 

En plena sexta ola, esta azotea con vistas imbatibles supone una excepción. Abajo no se consume tanto. Por ejemplo, en la calle de Ponzano, en Chamberí, donde en un kilómetro se concentran cerca de 70 bares, las terrazas están casi desiertas a la hora de comer. El interior de los establecimientos, todavía más. 

Solo hay un cliente en la cervecería La Parroquia, que hoy ofrece como platos del día patatas a la riojana y boquerones fritos. Durante la pasada campaña electoral, el local estuvo adornado con carteles de apoyo a la presidenta autonómica: #YoConAYUSO, decían, junto a una foto de la dirigente del PP con mascarilla. Ahora han desaparecido, pero el sentimiento permanece. Aun así, el encargado reconoce: “Está siendo terrible. El pasado diciembre fue el peor que recuerdo, y enero lo mismo. Solo hay movimiento los fines de semana”. Ni siquiera el modelo madrileño resiste a la embestida de ómicron. 

Suscríbete para seguir leyendo