Impacto sobre las libertades
España aprovecha la pandemia para vigilar más a la gente, según la oenegé Enco
Una investigación internacional denuncia que se ha acelerado la adopción de sistemas para dar más poder al Estado y controlar a la población, también en Francia y el Reino Unido
Carles Planas Bou
Periodista
Periodista tecnológico entre el mundo digital y la política internacional. Centrado en capitalismo de plataformas, IA, vigilancia y derechos digitales. Excorresponsal en Berlín durante más de cuatro años, cubrió los gobiernos de Merkel, la crisis de los refugiados y el auge de la extrema derecha. También ha trabajado en Europa Central y en Canadá. Graduado en Periodismo por la URL y máster en Relaciones Internacionales por la UAB. Ha colaborado con TV3, TVE, Deutsche Welle, Catalunya Ràdio, El Orden Mundial o El Salto.
Una vez cedidos, los derechos son muy difíciles de recuperar. Y es que, en los últimos meses de pandemia, España ha seguido desplegando distintas tecnologías para “convertir su modelo de seguridad en un modelo de vigilancia masiva” de los ciudadanos. Así se denuncia en un estudio internacional publicado este miércoles por la Red Europea de Observatorios Corporativos (ENCO, por sus siglas en inglés), un grupo de organizaciones cívicas que investiga el poder de grandes empresas.
El informe sobre el caso español, elaborado por el Observatorio de Derechos Humanos y Empresas en el Mediterráneo (ODHE), advierte de que, con la crisis sanitaria del covid-19 como “excusa”, las autoridades del Estado han normalizado herramientas que pueden comprometer la privacidad de la ciudadanía y, a su vez, dificultar el ejercicio de sus derechos civiles y políticos. “Las tecnologías no son nocivas por sí, pero suponen grandes riesgos en nuestra privacidad, especialmente en un contexto de vigilancia contra las minorías y la disidencia política”, explica Nora Miralles, autora del informe y presidenta del Centre Delàs d’estudis per la pau.
El documento remarca siete tendencias de vigilancia crecientes. Estas preocupaciones son el uso de programas de ciberespionaje gubernamental como Pegasus —con el que se monitorizó a los independentistas Roger Torrent, presidente del Parlament, y a Anna Gabriel, exdiputada de la CUP—, de sistemas de videovigilancia en espacios públicos, la interceptación de comunicaciones, el reconocimiento facial y la tecnología biométrica —que registra datos tan privados y únicos como la huella dactilar o el iris—, el reconocimiento automático de matrículas y el uso de drones y de programas informáticos para la predicción de delitos por parte de los cuerpos policiales.
Un mal uso de esas tecnologías, advierten, puede derivar en una vigilancia masiva de los ciudadanos que estigmatice a ciertos barrios y colectivos ya vulnerables. “Son tecnologías de un uso tan general que hoy afectan a migrantes y mañana te toca a ti”, añade Miralles, que lamenta que se hayan normalizado sin un debate social previo.
Restricción de las libertades
Aún así, aseguran que ese camino no es nuevo. Desde 2018, España participa en AI MARS, un proyecto con el que reforzar los sistemas de vigilancia de los ciudadanos a través de la Inteligencia Artificial (IA), el 5G y el reconocimiento facial, método que la nueva normativa de la Unión Europea (UE) busca prohibir por su potencial abusivo. Aún así, esa ley permitiría su uso en casos de seguridad pública. “No es una limitación, porque ‘seguridad pública’ es un concepto que se usa para todo”, remarca Miralles. La llamada Ley Mordaza, denunciada internacionalmente por su restricción de los derechos de reunión y de libertad de expresión, hace que esas tecnologías pueden acentuar un contexto que ya es “tremendamente punitivo”.
También señalan que el 2019 el Gobierno aprobó la llamada ley mordaza digital, que permite al Estado la intervención de Internet para controlar páginas web, siempre que se cuente con una autorización judicial. Amnistía Internacional ya denunció que esa actividad se realiza “sin que exista un control judicial”.
El informe denuncia que otras iniciativas del Ejecutivo como el protocolo de actuación contra la desinformación aprobado el pasado noviembre “podrían considerarse una amenaza para el derecho a la libertad de expresión debido al importante papel que se les otorga a actores del sector privado a la hora de determinar qué tipo de contenido constituye un discurso de odio”.
Uno de los potenciales peligros que remarca el informe es el de las ‘Smart Cities’ o Ciudades Inteligentes, el proyecto urbano de digitalizar las grandes ciudades. Aunque ese modelo promete el uso de datos para mejorar la gestión de la movilidad, las energías y los servicios públicos, su adopción ha servido como “excusa”, dicen, para implantar tecnologías de vigilancia más restrictivas. “Casi todos los datos que se recogen y utilizan se toman sin ninguna autorización de la ciudadanía”, explica el informe.
Entrada de empresas de vigilancia
Sin embargo, los peligros no vienen solo del Estado. El informe apunta que grandes grupos empresariales “están aprovechando la pandemia para aplicar su tecnología, lo que repercute en las libertades civiles”. Es el caso de Thales, multinacional francesa que está entre los mayores contratistas militares del mundo, que vendió sistemas de reconocimiento facial al aeropuerto de Madrid. “Eso también ha supuesto una puerta de entrada para empresas tecnológicas de Israel que han testado sus sistemas en tierras palestinas ocupadas”, lamenta Miralles.
“La llegada del covid-19 parece apuntalar esa tendencia a la asociación público-privada en la que el estado y el poder empresarial se unen para ejercer una nueva forma de control social en nombre de la salud y la seguridad pública, y utilizan la tecnología para transformar la vida privada en un sistema de dominación”, asegura el documento.
Vigilancia en Francia y el Reino Unido
El estudio también incluye informes exhaustivos sobre el uso de tecnologías de vigilancia en Francia, elaborado por el Observatoire des Multinationales, y en el Reino Unido, a cargo de Shoal. En ambos países su uso también se ha disparado en los últimos meses. En Londres ya hay una cámara de videovigilancia por cada 14 habitantes.
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