La odisea de las pateras
Los invisibles de la diáspora africana: mujeres y niños
La muerte de una bebé en Canarias pone rostro al drama oculto que sufren las migrantes que viajan en patera con sus criaturas
El proyecto Ödos, de Córdoba, ayuda a estas madres que huyen para evitar matrimonios forzosos o la mutilación genital y son objetivo de las mafias de trata
Olga Pereda
Periodista
Especialista en Educación de El Periódico. A los mandos de la sección 'Mamás y Papás' y del Club de Educación y Crianza. Te mando cada viernes una newsletter con contenidos clave para afrontar la maternidad y la paternidad. Escribo en la sección de Sociedad y tengo alergia a la pseudociencia.
La penúltima tragedia registrada en Canarias tras la muerte de una niña de 2 años que viajaba en una patera distinta de la que llevaba a su madre rescata la historia de tantos menores engullidos en busca de una tierra mejor. Como la reconstruida en el libro 'Desde el país de los blancos' (Plaza&Janés), del africano Ousman Umar. “Estaba muy oscuro, solo se oía el sonido del mar embravecido. Las estrellas bailaban al ritmo brutal de las olas. Puede sonar poético, pero era terrorífico. Bajo nuestros cuerpos acurrucados, el océano Atlántico parecía esperar para comernos”. Así comienza Umar el relato de su periplo como niño migrante. El grupo con el que se jugó la vida viajando desde Mauritania a España -hombres, mujeres y niños- se construyó su propia patera bajo el mando de una mafia, que les daba para comer una barra de pan cada tres días. “Una vez construida nos colocaron bien ordenados y apretados para aprovechar el espacio”. La patera se hizo al mar. Umar pensó que podía morir en cualquier momento.
En los cayucos que arriban a las costas andaluzas y canarias no solo hay hombres africanos jóvenes. Cada vez hay más mujeres. Las hay solas y las hay que están embarazadas. A veces viajan con sus hijos. Huyen de sus países de origen por muchos motivos. Entre ellos, los matrimonios forzosos, la mutilación genital y la violencia machista. La muerte de una bebé de 24 meses en Las Palmas hace unos días ha encendido todas las alarmas. Su terrible historia pone rostro a los miles de menores acompañados que migran a España. Son los niños y las niñas invisibles.
Los menores que viajan solos (menores no acompañados) sí están registrados. En 2017 fueron más de 2.500 los que llegaron a España, un 60,4% más que el año anterior, según las estadísticas de Save The Children. Pero los niños acompañados no aparecen en ningún listado oficial. Como si no existieran.
En 2015, la Fundación Emet Arcoiris empezó a percatarse de que la migración no solo es cosa de hombres. El 20% de las personas que arriban en patera son mujeres que viajaban o bien solas o bien acompañadas de niños pequeños. Son el objetivo perfecto de las redes de trata. Gracias al proyecto Ödos, en abril de 2018 nació en Montilla (Córdoba) un centro pionero de acogida de mujeres migrantes, una bonita casa con forma de cortijo y con capacidad para 40 plazas. Ubicada en mitad del campo, dispone de columpios, patios exteriores y salas de juego infantil. “Es un lugar donde los niños y las niñas regresan a su infancia. Aquí, vuelven a ser niños”, explica su directora, Teresa Girón. “Es importante que la atención a los migrantes tenga un enfoque de género y de infancia”, subraya.
"Lo habitual es que los niños vengan sin ningún documento, ni siquiera un registro de nacimiento. Son menores que no tienen identidad"
Cuando un menor migrante viene acompañado a las costas españolas -ya sea en Andalucía o en Canarias-, la primera gestión es realizar las pruebas de ADN para comprobar que el adulto es, efectivamente, su progenitor. En la mayoría de los casos, son mujeres. Respecto a los menores, más de la mitad son niñas. “El 80% de las mujeres que han pasado por nuestro centro son de Costa de Marfil o Guinea Conakry. Lo habitual es que las niñas vengan sin ningún documento, ni siquiera un registro de nacimiento. Son menores que no tienen identidad”. Hay bebés recién nacidos y adolescentes de 17 años, pero la inmensa mayoría tienen entre 2 y 5 años. Las mujeres son migrantes especialmente vulnerables porque pueden ser víctimas de explotación sexual en mafias de trata. Viajan a España engañadas o con un alto nivel de inconsciencia porque piensan que una vez que pisen suelo europeo ya están a salvo. Y nada más lejos de la realidad.
El objetivo de las migrantes -explica Girón- no es tanto vivir en España sino en Francia, donde habitualmente tienen familiares o amigos. “Es un país con mayores redes sociales, es su país europeo de referencia. Hablan francés pero no castellano. Además de por el idioma, España no es atractivo porque aquí los trámites son más complicados y largos”.
Las pruebas de ADN -realizadas en laboratorios de Madrid- tardan meses, un tiempo que el proyecto Ödos aprovecha para acoger a las mujeres y tratar de inculcarles la necesidad de que sus hijos tengan una identidad oficial y un plan seguro para continuar su periplo a Francia. “Tenemos que hacerles conscientes de sus derechos. Si esas niños no tienen identidad seguirán siendo invisibles y estarán fuera del sistema. No se trata de caridad sino de cumplir las leyes internacionales, que velan por el interés superior del menor. A veces se presupone que como son menores que vienen acompañados están protegidos, pero necesitamos estar cerca para comprobarlo”.
Hasta que el laboratorio confirma las pruebas de ADN, las mujeres acogidas en el proyecto Ödos (palabra griega que significa acompañamiento) reciben un documento policial que no es un DNI pero sí un papel oficial con el que se pueden empadronar en Montilla y acogerse a los servicios sociales, incluida la escolarización de los menores, ya sea en guardería o en colegio. “El cambio que se produce en ellos es muy llamativo. Son menores que, en la mayoría de los casos, han sufrido violencia o han visto violencia. A veces, por su pasado, tienen una conducta violenta o sexualizada y les asusta mucho la escuela, pero a los pocos días parece que llevan ahí toda su vida y están felices en el aula”, subraya la responsable del proyecto.
En la casa-cortijo de Montilla, los niños y sus mamás tienen su propia habitación. En las instalaciones hay baños, cocina y salas comunes. Es un espacio no solo bonito y cómodo sino seguro. Las mujeres realizan muchas actividades en la casa, así como en el pueblo y en otras localidades cercanas. También reciben formación básica y, por supuesto, son atendidas tanto por la psicóloga como por las trabajadoras y educadoras sociales. Una vida normal. Más o menos normal.
De las 200 mujeres, niños y niñas que han pasado por el centro de acogida, solo en seis ocasiones las pruebas de ADN no confirmaron la relación de maternidad con el menor. En esos casos, el crío es separado hasta que se estudia su mejor opción.
Una vez concluidas las pruebas de filiación, la mayoría de mujeres sigue su camino hacia Francia, donde también llegan los tentáculos de Ödos, al igual que en Marruecos. “El trabajo en red y transnacional es fundamental. Nuestra misión incluye saber cómo es la vida que tienen ellas en Francia para cerciorarnos de que los niños siguen estando seguros”, concluye la responsable del proyecto, que dio sus primeros pasos exclusivamente con fondos privados y que en mayo de 2020 consiguió, por fin, subvención pública del Gobierno que no cubre todas las necesidades pero ayuda mucho.
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