OPERACIÓN EN EL MARESME

Tras la pista del falsificador de Òrrius

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / ÒRRIUS

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La señora detiene el coche y baja la ventanilla. "Disculpe, ¿vive usted aquí?". Esta casa de Òrrius es igual que la que aparece en un vídeo en el que la Guardia Urbana y Vigilancia Aduanera resumen la operación de desmantelamiento de la mayor red de producción de artículos falsos en Catalunya. La misma escalera exterior, la misma puerta del párking, los mismos floreros, muy peculiares, colgados de la pared. Se diría que es la vivienda del cabecilla de la red, detenido y en libertad con cargos. La conductora, sin embargo, lo niega. Y no solo eso: señala en voz chica a sus vecinos. "Son los de al lado, que además son okupas". A pesar de insistirle y a pesar de la evidencia, se mantiene en que ella y su familia no tienen nada que ver. 

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Òrrius es el pueblo más pequeño del Maresme. Se llega a través de una carreterita de cinco kilómetros que nace en Argentona. El municipio tiene pinta de sufrir unos inviernos de aúpa. Lo confirma una vecina que acaba de instalarse con sus tres hijas procedente de Vilassar de Mar: "La semana pasada patinábamos sobre el hielo a primera hora de la mañana". La temperatura a media tarde todavía es suave. Incluso hay quien se toma una cerveza en la terraza del bar, la granja-panadería César Díaz, junto a la iglesia de Sant Andreu.

LO QUE DEJÓ EL LADRILLO

La presunta casa del falsificador queda un poco alejada del centro. Tanto la que parece ser como la que dicen ser. A vista de pájaro, un puñado de solares desordenados que se quedaron a medio explotar en plena crisis del ladrillo. Tras la negativa de la mujer, hay que tocar el timbre de al lado. Pero no es necesario porque un chico asoma la cabeza por la ventana de la cocina. No es habitual el ruido en estas calles. Y curiosea. "Hola, vuestra vecina dice que sóis los jefes de una enorme red de falsificación de productos falsos". "¡No me digas! Pasa, pasa, adelante".

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Reciben dos chavales de 21 y 22 años. Amigos íntimos. José y Youssef. El primero, nacido en Granollers de padres magrebís. El segundo llegó desde Marruecos a Catalunya siendo un niño. Viven en esta casa desde hace tres años. Cuatro habitaciones, un salón muy generoso y un jardín con piscina. Se ríen de la acusación pero no les sorprende: "Nosotros siempre somos los sospechosos, la gente nos juzga cada vez que nos mira". Abren todas las puertas para que quede claro que no esconden nada. La novia de uno de ellos, francesa, trae un café y la bolsa de azúcar. Muy amables. En la tele, un programa de cotilleo con un exconcursante de Gran Hermano hablando de alguien. Dicen que pagan la luz, y que el agua la sacan de un pozo. 

Cuentan que pagaron 3.000 euros al anterior okupa para que les subarrendara la batalla con un banco que no saben ni cuál es. "Cuando vengan a por nosotros, me subiré al tejado". Lo único que había en la casa era una máquina de coser antigua. Eso podría ser un indicio, parte de la tecnología (la policía encontró 32 máquinas en varias naves) con la que falsificaban centenares de miles de ropajes. Quizás de ahí salieron los 132.000 artículos incautados, por un valor de cinco millones de euros. Vuelven a reírse. "No, de verdad, ¡si no tiene ni pedal!". La conversación transita de la acusación de la vecina a la historia de su vida.

QUERÍA SER TRANSPORTISTA

Cuenta José, que no sabe estarse quieto, que ahora es un tipo muy centrado, que tuvo unos años difíciles, justo después de perder a su padre. Ha trabajado en mataderos, recogiendo palets, en la construcción. Youssef, en almacenes y fábricas. Quiso ser transportista, como uno de los vecinos cuya mujer le explicó que viajaba mucho por Europa y le dio algún que otro consejo. El cabecilla de la red de falsificaciones era transportista del puerto de Barcelona. Pero esa casa, ha quedado claro, seguro que no es. 

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La verdad: no tienen pinta de ser los cerebros de un entramado de millones de euros. No por falta de capacidad, sino por exceso de transparencia. Y un pequeño detalle: la casa no tiene párking. Además, al mostrarles el vídeo de los registros policiales -los chicos son okupas pero tienen wifi-, reconocen un árbol de la parcela del vecino. "Justo por ahí se colaba nuestro perro Jack a su jardín". 

Un hombre del pueblo que pide el anonimato "porque esto está lleno de radares y mi madre es uno de ellos", explica que su familia tiene algunos terrenos cerca de donde viven los okupas. "Aquí las cosas se saben, pero depende de qué y de quién", constata. Como cuando hace tres años se supo que el cura del pueblo cobraba por oficiar bodas de conveniencia (hacía lo propio en otras parroquias de la comarca) a cambio de un buen puñado de euros.

"¿CUÁNTOS MILLONES, DICES?"

Sobre los moradores de la casa de al lado, la que es igualita que la del vídeo policial, cuenta que los vecinos son un matrimonio mayor con dos hijas y un hijo -aporta el apellido, pero no viene al caso-, y que todos viven en la finca en cuatro viviendas independientesCan Pariol, se llama la zona. 

Como esto es muy pequeño, este joven nacido en Órrius conocía a la familia que fabricó la casa en la que hoy viven los jóvenes en régimen de ocupación. "Era can Pruna, pero la acabaron vendiendo". Los últimos inquilinos que no entraron por el método de la patada se marcharon a Cabrils o a Cabrera, no lo recuerda bien, hace unos cuatro años. 

Anochece en el pueblo. Es más pronto de lo que parece, pero la situación geográfica, el agujero físico en el que se halla el municipio, acorta el día. En la terraza de la granja, Pere, trabajador del ayuntamiento se sorprende con las cantidades. "¿Cinco millones, dices?". Se acuerda de cuando vino la policía; de la redada. Se encoge de hombros y se marcha. Las calles tienen olivos y las casas son nobles. Cuentan que mucha familia pudiente del Maresme está empadronada aquí por el tema fiscal. Esas pequeñas trampas y mentiras del día a día.