LOS DEVASTADORES EFECTOS DE LA CRISIS

"Yo ya no importo, solo mis hijas"

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Con 54 años, Yolanda es incapaz de proyectar, de imaginar dónde o cómo estará dentro de 10 años. Se lo impide una vida que no lo ha sido, un amasijo de malas experiencias que la han dejado al borde del precipicio en más de una ocasión. Si ustedes tienen un mal día, Yolanda lo supera. Lean.

Yolanda Yeste está de paso, como todos. Pero en su caso, esa nimiedad, esa levedad del ser, se acompaña de una historia tiznada por la desdicha: “Yo ya no importo”. Una mala fortuna, sin embargo, llena de luz, la que desprenden sus dos gemelas de 15 años, Bárbara y Estefanía. Sufrió malos tratos, perdió el piso, se quedó en paro, casi desahucian a sus padres octogenarios, ya no cobra el subsidio de desempleo y siente que ya nunca encontrará un trabajo. Solo en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), al margen de en los ojos de sus hijas, ha encontrado algo de consuelo. “Fueron como ángeles, una familia de verdad”.

EL MITO DEL ALQUILER

En el 2008, cargada de confianza, decidió comprarse un piso de 300.000 euros. Era vigilante de seguridad y su sueldo superaba los 2.000 euros mensuales gracias a las horas extra. Debían ser muchas porque el salario base era de unos 900 euros. Trabajaba de lunes a domingo. No salía, no tenía amigos, no dedicaba un solo minuto a sí misma. Solo la hipoteca y la manutención. Optó por la vivienda propia porque, como muchos, pensó que el alquiler “era tirar el dinero”, quizás la mayor y más dañina fábula de la época del pudiente ladrillo. ¿Qué podía salir mal? Todo.

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El trabajo empezó a caer y llegó un momento en el que ya no podía asumir la deuda con la Unión de Créditos Inmobiliarios, filial del Banco Santander. En el 2010 le obligaron a vender el piso, que por aquel entonces valía casi la mitad de lo que pagó. Como sus padres aparecían como avaladores, la entidad inició los trámites para desahuciarlos. Cinco años después, a mitad del 2015, consiguió evitarlo. Le perdonaron la deuda y los abuelos mantuvieron su hogar. Yolanda se dejó media vida en la contienda, y además abandonó algo que quizás era igual o más importante: buscar un trabajo tras dos años en el dique seco.

LOS PRIMEROS IMPAGOS

El pasado enero dejó de cobrar el paro, de 900 euros, y se quedó con los 426 que el Estado concede a los desempleados que carecen de rentas y tienen responsabilidades familiares. Tras casi cinco años viviendo con sus padres -"una convivencia muy complicada", relata-, logró una vivienda social con un alquiler de 70 euros que ahora apenas puede asumir. Ha dejado de pagar el gas y la luz y tiene lo justo para comer. Y mientras las cuentas no salen, se desquita en busca de un empleo. En Barcelona Activa, haciendo cursos. Lo que sea y de lo que salga.

Yolanda se reprocha muchas cosas. No vio venir la ola, no fue previsora. “Me culpo de todo, de mi problema hipotecario, de poner en peligro a mis padres, y, sobre todo, del trato a mis hijas. Han escuchado gritos en casa, han sufrido mucho. Pero me han dado una lección de fortaleza, me la dan cada día. Si no hubiera sido por ellas… Yo ya no importo, solo mis hijas”.