Washington

Museos y aroma a barbacoa

Un grupo de turistas, en los alrededores del Capitolio.

Un grupo de turistas, en los alrededores del Capitolio.

RICARDO MIR DE FRANCIA

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Washington es una ciudad de gente con prisa y obsesionada con el trabajo, pero en verano entra en un extraño letargo. Miles de burócratas desaparecen escalonadamente para cumplir con sus dos semanas peladas de vacaciones y el tráfico se diluye a medida que cierran los colegios. Para el visitante es una buena combinación. El único problema es el clima casi tropical que se apodera de la capital, pegajoso y abrasador como si alguien en el infierno hubiera encendido el aspirador. Por suerte hay donde resguardarse. Washington tiene seguramente la mejor oferta de museos del mundo en cuanto a calidad-precio. Casi todos son gratis, cortesía de la Fundación Smithsonian.

Aquí el verano va asociado a las barbacoas y, al caer la tarde, algunas calles hueles a carbón y a cerveza. También la música se democratiza. Entre las esculturas de la Galería Nacional de Arte, se puede escuchar jazz y remojar los pies en la fuente con una cerveza en la mano. Otra opción es ir a los conciertos de los viernes por la tarde en Yards Park, llenos de niños y pícnics mirando al río Anacostia. O perderse en la naturaleza sin salir de la ciudad. En los Jardines Acuáticos de Anacostia se pueden ver tortugas y aves migratorias que anidan entre sus tapices de flores de loto. Y enRock Creek Park, el gran pulmón verde de la ciudad, te puedes perder como si estuvieras en los bosques de los Apalaches.

Visitar la capital de Estados Unidos, con la pomposidad neoclásica de sus edificios institucionales, es tener una cita con la historia. Los Archivos Nacionales, el Congreso, el Memorial Lincoln, el edificio del Watergate, el cementerio de Arlington, el teatro Ford... Hollywood los ha recreado tantas veces que no es difícil sentirse parte de un decorado.Pero el verano ofrece la posibilidad de ser algo más que un extra. Sobre la hierba del National Mall se pueden ver películas al aire libre al caer la noche o se puede subir a la terraza del Hotel W a tomar copas contemplando la Casa Blanca. Ni siquiera con el calor la ciudad se desmelena, pero hay vida para trasnochar en las calles U y H o en Adams Morgan. Si se busca una playa, la bahía de Chesapeak, con sus legendarios y exquisitos cangrejos, está a poco más de media hora en coche. O siempre se puede ir al Museo de la Construcción, que este año ha montado una playa artificial donde, eso sí, hay que echarle mucha imaginación.