LECCIÓN DE HONRADEZ EN LA CAPITAL ANDALUZA
Un vendedor callejero devuelve un maletín con 16.000 euros
«No soy tonto, soy bueno». La sinceridad de Peter Angelina, un nigeriano de 35 años afincado en Sevilla desde hace más de tres lustros y que sobrevive vendiendo pañuelos en un semáforo, sorprende incluso a sus vecinos del barrio de El Tardón, junto a Triana, donde la semana pasada vivieron su particular cuento de Navidad, de esos que solo pasan en los anuncios.
Esta historia sucedió en el núcleo de viviendas Santo Ángel de la Guarda, un nombre que parece premonitorio. El día 3 de diciembre, Pedro, como le conocen en el barrio, estaba trabajando vendiendo pañuelos en un concurrido cruce de calles cuando se percató de que de un vehículo que retomaba la marcha tras haberse parado en un semáforo se caía un maletín que, en un descuido, su propietario había olvidado en el techo.
Su primer instinto fue cogerlo y salir corriendo detrás del coche para devolverlo, pero el conductor no se dio cuenta. Asegura que ni se le pasó por la cabeza comprobar lo que había dentro, y mucho menos quedárselo. «No sabía lo que había dentro, podía haber droga o una bomba», bromeó ayer. Asustado, buscó algún testigo de su acción y se encaminó a la policía para devolverlo.
Al rato, se vio sorprendido por un grupo de agentes que se acercó a felicitarle. Habían localizado al dueño del maletín, que contenía 3.150 euros en metálico y seis cheques nominativos por otros 13.000 euros, además de documentos y un móvil.
Los vecinos, que ahora le toman el pelo, saben que a Pedro el dinero le hubiera venido muy bien. Licenciado en Medicina en Nigeria, como su título no es válido en España aprovecha las tardes para acudir a clase en la universidad para homologarlo. Ya va por el quinto curso. Pero Pedro es un buscavidas: trabajó de profesor en Londres, hace chapucillas informáticas e incluso ha participado en algún número de televisión de Los Morancos o se ha disfrazado de rey mago en la cabalgata del barrio.
Ante la legión de sorprendidos, él insiste en que actuó como le enseñó su padre. «Me dicen que podía haber cogido el dinero y tirar el maletín a un contenedor, pero yo no soy así y, además, a Dios no le hubiera gustado», defiende. «El dinero no era mío. Si yo tengo un céntimo, un dólar, es lo que tengo, pero robar...». Y como las historias de Navidad, la suya también tuvo un final feliz, y el agradecido dueño, un empresario de la zona, le entregó 100 euros que Pedro aún conserva en el bolsillo.
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