PROYECTO EDUCATIVO

Astronautas del futuro

ACTIVIDAD 3 A la izquierda, niños de P-4 del CEIP Sant Martí muestran un transbordador de papel que les regaló la científica Alina Hirschmann. Ahora se turnan para llevárselo a casa. Arriba, la maestra Esther Manchón ayuda a un alumno a lanzar un coh

ACTIVIDAD 3 A la izquierda, niños de P-4 del CEIP Sant Martí muestran un transbordador de papel que les regaló la científica Alina Hirschmann. Ahora se turnan para llevárselo a casa. Arriba, la maestra Esther Manchón ayuda a un alumno a lanzar un coh

ANTONIO MADRIDEJOS
BARCELONA

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A principios de curso, los alumnos de P-4 de la escuela pública Sant Martí, de Barcelona, decidieron llamarse los Cohetes por votación popular. El nombre triunfó sobre los Trenes y los Gigantes.

Lo que les sucedió luego les ha permitido llegar muy lejos, casi tanto como los cohetes de agua que esta semana despegaron desde el patio y se elevaron con decisión hasta superar la valla que separa el colegio de la calle. Unos 10 metros de altura. «Me alegra pensar que todo esto que hemos hecho en común acabe dando lugar en un futuro a un científico», explica entusiasmada Alina Hirschmann, astrofísica estadounidense y divulgadora del Institut d'Estudis Espacials de Catalunya (IEEC) que ha acumulado una «experiencia inolvidable» tras conocer y departir con la singular clase de P-4. Los niños han ganado un concurso de la Agencia Espacial Europea (ESA) por sus cohetes naíf hechos con garrafas de agua y papel maché.

-¿Cuántos planetas hay en el sistema solar? -pregunta la profesora Esther Manchón a sus discípulos de 4 años.

-Ocho -responden al unísono.

-Antes eran nueve, pero Plutón es tan pequeño que ya no lo es -precisa el grandullón Aleix.

-¿Y qué pasaría si viviéramos en Venus? -prosigue la profesora.

-Yo -se adelanta Nil-. Nos quemaríamos porque hace mucho calor.

-Pero si no existiera el Sol nos moriríamos de frío -apostilla Bruno.

ESTUDIAR SIN LIBROS / La elección del nombre de los Cohetes significaba que las actividades que los niños iban a realizar a lo largo del curso tendrían el mundo del espacio como referente, explica Manchón. En el CEIP Sant Martí, los alumnos de los primeros cursos no tienen libros y van entrelazando los conocimientos a partir de un nexo de unión. «Son muy pequeños. A mí no me interesa especialmente que memoricen el nombre de los planetas, que igual los olvidan pronto, sino despertar en ellos el interés por investigar, que vean que se puede aprender mucho preguntando a la gente que realmente sabe», resume la profesora. Los niños, al menos la mayoría, no saben leer, pero sí reconocen que la pe es la primera letra deplanetay quesolse escribe con ese.

Alina Hirschmann sonríe, pero aún no ha oído lo mejor.

-¿Cómo son los planetas? -inquiere.

-Los cuatro primeros, rocosos, como la Tierra, y los cuatro últimos son de gas -responden los niños.

Lejos de recitar de memoria, los alumnos transmiten entusiasmo mientras señalan algunos de los planetas que cuelgan del techo y adornan las paredes de la clase. Un barracón, por cierto, a la espera de que el CEIP se traslade a su ubicación definitiva. «Este año hemos aprendido todos, ellos y yo», dice la maestra, quien admite que sus conocimientos previos sobre el espacio «se limitaban a la Luna, el Sol y poco más».

La relación de la escuela Sant Martí con el mundo de la ciencia se consolidó en otoño a raíz de una noticia publicada en la prensa que recordaba que Serguei Odintsov, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio (ICE), centro del CSIC en Barcelona, había sido elegido por la revista Forbes como uno de los 10 científicos rusos más influyentes del mundo. Los alumnos quisieron conocerlo y la profesora les ayudó. «Votaron cómo querían contactar con él y decidieron que mediante una carta». Así de sencillo: se trataba de escribirla, comprar el sello y enviarla. Todo como una actividad escolar

En la misiva, los niños -una palabra escrita por cada uno- pedían a Odintsov que fuera a visitarlos y les explicara por qué se ve la Luna con formas diferentes y cosas del estilo. Y el científico ruso accedió. «Lo que pasa es que viajo mucho y tengo poco tiempo. Así que al final optamos por una videoconferencia», dice. Su colega Hirschman, que desempeña tareas de divulgación en el IEEC, se trasladó al colegio y facilitó la conexión. «Me alegra vuestro interés -les explicó Odintsov con su hablar pausado- y espero que alguno acabe dedicándose a la ciencia». La experiencia se repetiría otra vez.

EL CONCURSO / Otro día, la profesora emplazó a los niños a dibujar naves espaciales, pero el gran éxito fue cuando el padre de Mariona, una de las alumnas, les enseñó a forrar y modelar botellas de agua usando papel maché. A partir de recortes de prensa sobre el satélite GOCE, los pequeños crearon sus cohetes y los decoraron con colores vistosos. Y les quedaron tan simpáticos que decidieron enviarlos a un concurso de la ESA. La agencia los ha distinguido como el mejor trabajo escolar del mes y ha publicado una colección de fotos. «Es un honor vernos en la web», destaca Manchón.

El pasado lunes, en la segunda ocasión en que los astrofísicos contactaban con los niños, Odintsov les mostró una especie de torno que flotaba en el espacio «gracias a los campos magnéticos». «Esto es como los imanes que colgáis en las neveras», ayudaba Alina Hirschman. Y a continuación empezó la más divertida experiencia de este curso tan fecundo: Alina colocó en el patio del colegio unas botellas de plástico llenas hasta la mitad de agua. Con una mancha de bicicleta, los niños hincharon las botellas hasta que salieron disparadas a gran altura ante el regocijo de todos. Los niños de P-4 distinguen ahora entre los satélites, que entre otras cosas sirven «para que funcionen el teléfono y las televisiones», y las naves donde van los astronautas. «Son supercuriosos, se apuntan a un bombardeo», dice la científica del IEEC.