Crítica de 'Betty': la vida encima de una tabla

Con cada nuevo proyecto, la directora Crystal Moselle se aleja un paso más del documental, el campo en el que se dio a conocer, para abrazar y aceptar la ficción. Tras filmar a los hermanos confinados y cinéfilos de 'The wolfpack', jugó al drama con mimbres auténticos en la inolvidable 'Skate Kitchen', protagonizada por el colectivo de chicas skaters del mismo nombre. De esa película nace ahora 'Betty', miniserie de seis capítulos que recupera a personajes de aquella, pero reinventa sus conexiones.  

Como su antecesora, 'Betty' es un organismo vivo, una inmersión eléctrica en el universo del skate neoyorquino y, en concreto, el de las chicas que osan abrirse un camino en un entorno todavía esencialmente masculino; el título, 'Betty', hace referencia al apodo despectivo que se empezó a usar en los noventa para llamar a las chicas que rondaban por las pistas, aunque su intención fuera patinar. La miniserie se apropia del término y lo redefine positivamente.

Pero, acompañada por Lesley Arfin (guionista de 'Girls' y cocreadora de 'Love'), Moselle se acerca a este mismo paisaje con un concepto ligeramente diferente, más escrito, en el que asoman con claridad las tramas y los arcos dramáticos, sin significar eso realmente que se pierda la sensación de verdad. Todos los personajes alcanzan alguna catarsis o comprensión. Aunque impera la comedia slacker, principalmente de la mano de Kirt (Nina Moran), también encontramos una dolorosa historia sobre agresión sexual y amistad en la que Dede Lovelace, la expresiva Janay en la serie, da una lección de interpretación.

Lo más emocionante, sea como sea, continúa siendo ver a las chicas patinar a través del tráfico, por las calles, por los parques, surfeando rampas de cemento sin importar quién mire ni cómo lo haga. Moselle (directora de los seis episodios) ha vuelto a lograr una obra que captura la vida. Y que la da.