Lectores fieles en pandemia
"Me desprendí de 1.200 libros porque ya no me cabían en casa"
El galerista Álvaro Albericio repasa cuatro décadas como lector empedernido y cliente fiel de la librería Documenta
Júlia Galisteo, de 78 años, lee cinco horas diarias, está al día de las novedades y visita, siempre que puede y pese al covid, a sus libreras de cabecera de La Impossible
Cristian López, profesor de primaria y cliente asiduo de la librería Gigamesh, se refugia en la literatura de género para pensar la realidad
Elena Hevia
Periodista
Entra en Documenta como quien visita la casa de su mejor amigo. Porque eso es lo que es. Álvaro Albericio, 64 años, ha vivido siempre a la sombra de la librería. Cuando tenía 20 años -las cosas más importantes siempre ocurren a los 20- en la Barcelona efervescente y setentera, recuerda, se abrieron dos centros culturales importantes que imantaron los nuevos tiempos democráticos: el Teatre Lliure y la Documenta de Cardenal Casañas, dos faros para abrirse al mundo. Estudiante de magisterio, la vida del barrio - Zeleste o la Rambla- entonces empujaba fuerte. En los 80, Albericio encontró su vocación como galerista de arte y abrió Art Petritxol frente a la Sala Parés. “Las tardes que no tenía clientela me iba a Documenta: Siempre acababa comprando y me fidelicé”, dice con el placer culpable del que compra mucho más que lo que lee. Luego sala y librería corrieron vidas paralelas. El turismo y los alquileres prohibitivos obligaron a ambas a trasladarse al Eixample. “Durante años, mi librero de cabecera fue Josep Cots, pero he de reconocer, y no lo tenía fácil, que Eric del Arco, su sucesor, me tiene muy contento”.
Aragonés letraherido
Echando la memoria todavía más atrás, se contempla a los 12 o 13 años leyendo a Enid Blyton frente a su padre que acababa de entrar en su habitación: “'Alvarito', me dijo. Mi padre era un aragonés letraherido y cuando me llamaba Alvarito es que algo iba mal. 'Yo a tu edad leía a Pío Baroja'. Ahí tuve conciencia de que leer no es solo un pasatiempo, que también, sino algo mucho más importante. Más tarde, la primera obra que me impactó fue ‘El lobo estepario’ de Herman Hesse”.
La pandemia no ha cambiado, más bien ha intensificado, los hábitos de este hombre que emplea sus tardes leyendo libros de arte y especialmente biografías, rodeado de los carteles de cine realizados por su padre, artista gráfico. “Hace 10 años que abandoné la novela. Me desprendí de más de 1.200 títulos porque ya no me cabían en casa”. De aquella quema se salvaron la edición española de ‘Cien años de soledad’, el ‘Adiós Volodia’ de Simone Signoret o ‘Nada’ de Carmen Laforet –“novelas que forman parte de mi historia”-, tres títulos de los 2.000 que hoy están en su elegante y selecta biblioteca.
La adquisición más rara la pescó por la calle. “Sabía que Joan de Sagarra solía dejar algunos de los libros de los que se quería desprender en la fuente de Caperucita del paseo de Sant Joan y una noche pasando por allí me acordé, busqué y 'voilà'. Había uno”.
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