Entrevista

La amenaza de la contaminación industrial late bajo tierra en Sant Adrià: “Hace falta un estudio de salud”

Un libro reúne pruebas de las sustancias tóxicas que las fábricas dejaron enterradas en terrenos de la ciudad y que han aflorado en los últimos años

Sant Adrià mantiene el bus lanzadera para bañarse en la playa que Europa ve insalubre

La playa de Sant Adrià reabrirá en julio tras dos años cerrada por contaminación cancerígena

Los ecologistas Laura González y Pedro Gusi, que han investigado la contaminación industrial en terrenos de Sant Adrià.

Los ecologistas Laura González y Pedro Gusi, que han investigado la contaminación industrial en terrenos de Sant Adrià. / RICARD CUGAT

Jordi Ribalaygue

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El hedor se agarra a la garganta y corta la respiración. Emana de un contenedor repleto de cascotes sin cubrir, arrancados de una zanja abierta cerca de la estación de Sant Adrià, frente a varios bloques con decenas de pisos. Un trabajador cuenta que pararon la obra al ser advertidos del riesgo por Laura González y Pedro Gusi, infatigables rebuscando el rastro de la contaminación en la pequeña ciudad pegada a Barcelona: aunque menos industrializada que décadas atrás, ahí siguen enclavadas algunas grandes empresas que surten a toda el área metropolitana. 

Ambos vecinos previnieron a los obreros de que, justo donde picaban, se había alzado Ugímica, que produjo miles de toneladas anuales de componentes para pesticidas, herbicidas y plaguicidas, en su mayoría cancerígenos y ahora prohibidos. Tan ingente fue la cantidad de productos peligrosos fabricados junto a las viviendas y tal la herencia tóxica que quedó bajo tierra que, aún hoy, la Generalitat ordena tomar precauciones en uno de los principales paseos de la localidad. 

“No sabíamos nada antes de empezar. La empresa nos dijo que nos protegiéramos para acabar el trabajo y que analizaría los escombros”, confiesa un obrero, cubierto con mascarilla. Gusi, químico industrial, no duda al observar los desperdicios, tachonados con manchas verdosas: “Lo que huele son lindano, fenoles y organoclorados. Hay restos de oxicloruro de cobre, que pintarrajeaba a los trabajadores de azul. Los llamaban ‘los pitufos’. Olían tan fuerte que, cuando iban al bar al salir de la fábrica, les pedían que fueran solo en grupos de dos o tres y se marchasen pronto, porque la peste espantaba a la clientela”. Menciona sustancias que, en algún caso, la UE ha vetado por dañinas. “Hay trabajadores y vecinos que murieron antes de lo que les tocaba por cáncer y otras enfermedades”, completa González. 

Ambos se manejan con traza de forenses por los parques y las calles bajo los que creen que perdura un legado impune, el que las industrias abandonaron sepultado al ser desmanteladas en Sant Adrià y la franja litoral de Badalona, tan cerca de Barcelona y, a su vez, tan inadvertidos. El cierre de la playa por la detección de metales pesados hace dos años, las advertencias de Bruselas sobre la pobre calidad sanitaria del agua del único tramo de costa abierto a los bañistas, la investigación judicial sobre la incineradora de Tersa y los contratiempos en algunas reformas al aflorar la contaminación han puesto ante el espejo a la localidad de las Tres Xemeneies, ineludible, codiciado y perturbador icono del extrarradio: durante años, el polvillo negro que escupió a menudo cubrió los coches y la ropa tendida. 

“Se tiene que quemar basura, producir electricidad y depurar agua en algún sitio. De lo que me quejo es que todo acabe aquí. Tiene que ser porque nos consideran menos importantes”, espeta González, miembro de una plataforma ecologista local, la Marea Verde. Lleva años indagando en el pasado fabril de la población y la huella oculta en el subsuelo. La investigación, obsesiva, la ha volcado en un libro autoeditado, 'La memoria del silencio naranja': suma más de 600 páginas repletas de datos, documentos y, también, de frases lapidarias descerrajadas con rabia de periferia.

La playa del Litoral de Sant Adrià, cerrada desde 2021 y en obras para descontaminarla.

La playa del Litoral de Sant Adrià, cerrada desde 2021 y en obras para descontaminarla. / RICARD CUGAT

Amenaza latente

“Es un alegato que nace del hartazgo y la impotencia de comprobar que nuestra salud vale tres veces menos que la de otras personas que no viven aquí”, define González. Enfermera de profesión, está convencida de que los terrenos donde persisten residuos químicos son una permanente amenaza latente para el municipio mientras no se saneen. "Lo tenemos todo: las emisiones de las fábricas que aún existen y, también, el problema de la herencia de la contaminación que nos dejaron. El aire enferma, pero el suelo también. Pensamos que, debajo de la alfombra, queda mucho por limpiar", avisa.

Gusi opina que el vasto repertorio de industrias químicas, metalúrgicas y eléctricas que, con frecuencia, se afincaron junto a los domicilios de la localidad exige chequear de qué modo ha repercutido sobre la salud. "Hace falta un estudio epidemiológico riguroso de los habitantes de Sant Adrià", plantea. Cita los análisis que la Generalitat está practicando en Bonmatí (La Selva), donde se teme que una fábrica de baterías haya expuesto a la población a niveles anómalos de plomo.

"Los compuestos organoclorados de los pesticidas, como los que se fabricaron aquí, tienen un periodo de latencia largo, de décadas, hasta que se desarrolla un cáncer, un sarcoma o un linfoma de Hodgkin", enumera Gusi, un ecologista 'avant la lettre': décadas atrás, recogió artilugios, muestras de sustancias e informes que las empresas arrojaron a la basura al cerrar. Alguno de los dosieres rescatados admite que, "debido a la peligrosidad de los productos manipulados", se requería un amplio estudio de la calidad del aire de la ciudad.

"Es información muy desconocida en Sant Adrià. No podía morir en el olvido", piensa González. Los documentos que Gusi salvó cimentan el libro, ilustrativo de los despropósitos que se perpetraron contra el medio ambiente en la localidad: aquí se quemaban cada día de 500 a 600 toneladas de chatarra al lado de las viviendas, los vertidos hacían hervir la desembocadura del Besòs -los bañistas lo denominaron el "río caliente"- y se rellenaron hoyos con las cenizas altamente nocivas de los desechos calcinados en la incineradora, luego cubiertas con una capa de asfalto para extender un paseo que ha costado dos millones de euros descontaminar. "Se hacía a finales de los 70 y primeros de los 80, sin esconderse. Una vecina recuerda que, cuando llegaban los camiones a descargar, había quien buscaba monedas entre los restos", revela Gusi.

El porqué del título del ensayo alude a una sospecha pasmosa: en Ugímica y otra fábrica en Badalona, Primma, se elaboraron cantidades mayúsculas de dos ingredientes esenciales para obtener el agente naranja, con el que la aviación de Estados Unidos roció Vietnam. "Un transportista me dijo que se exportaban primero a un almacén y, de allí, a la base de Morón. Pero no tenemos pruebas, solo su versión", matiza Gusi, que atestigua que sí vio que se arrojaban bidones de la fábrica a unos pozos cuando se clausuró por orden judicial.

Que de Sant Adrià pudieran exportarse los componentes del arma química que provocó desforestación y terribles deformaciones en habitantes del país asiático es tan solo una conjetura. Aun así, ciertos paralelismos sobrecogen: para probar que las fugas en Ugímica comprometían la salud de los vecinos, un funcionario municipal demostró en los años 80 que, en unos árboles plantados junto a la tapia de la factoría, las hojas se retorcían y se ennegrecían hasta secarse.

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