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El portal mejor decorado de Barcelona

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Uno de los pesebres premiados en el último concurso de la Associació de Pessebristes de Barcelona.

Uno de los pesebres premiados en el último concurso de la Associació de Pessebristes de Barcelona.

Miqui Otero

Miqui Otero

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El portal mejor decorado de Barcelona es el mío.

Lamento no haber respetado las normas del periodismo actual, las que dicen que el titular formula una promesa o pregunta que no resuelve hasta el final del texto, para asegurar más clics y más tiempo de lectura. Pero es que quería decirlo rápido y claro, casi como una declaración de principios.

No se trata de vanidad (yo apenas sé hacer un dragón con una huevera y témpera verde), sino del talento del portero de mi finca. Cuando llega Halloween, hay brujas en el mostrador que cocinan brebajes verdes en marmitas de calabaza, esqueletos que se carcajean si das una palmada (o un grito) cerca, más telarañas que en un tiovivo cerrado en invierno, hasta un zombi que repta con los ojos encendidos en color esmeralda radiactiva cuando le tocas la cabeza. Hay, durante días, todo esto y más. Es tal el parque temático que pasan por el portal niños y colegios a hacer truco o trato. Tanto, que sospecho que en breve vendrán a rodar aquí la undécima secuela de 'Viernes 13'.

En Navidad, en cambio, hay un árbol gigante con un tren que lo recorre (literalmente, se mueve y la vía serpentea entre las ramas del abeto), un muñeco de nieve, un Santa Claus, un montón de regalos luminosos y, a esto vamos, un pesebre.

Portero y artista

El artista es, decía, el portero del edificio. En su DNI tendría que poner: portero y artista (o, mejor: artista y portero). Todos estos escenarios temáticos los hace manualmente. En el caso del pesebre, por ejemplo, toda la población era de porexpán tallado con cúter y pintado por encima. Consiguió que arrancara el curso del río de agua artificial. Creó campos y habitáculos. Incluso, sobre el nacimiento, logró colgar una especie de nube luminosa, toda algodón y electricidad.

Por decirlo rápido: el portal de mi casa era mejor que el de Belén (drop the mic).

Tanto es así que la presidenta de la escalera lo inscribió en el concurso de pesebres de la ciudad. La Associació de Pessebristes de Barcelona es probablemente la más antigua de Europa (su fundación se remonta a 1863), además de una de las más respetadas: de ella salió la idea del pesebre de diorama. Yo desconocía su existencia hasta hace unos días, pero me he leído su historia y he alucinado. Solo un sitio con solera se puede regir por normas tan literarias como esta: el artículo 15 de sus bases dice que si un pesebrista tiene un mal gesto o muy mal humor, tendrá que pagar una multa de seis reales y, a la segunda vez, será expulsado (lo mejor es que si eso sucede, el resto de socios llevarán durante tres días un alfiler de cabeza negra prendido en el chaleco, en señal de duelo).

El pasado domingo se celebraba la edición número 92 del certamen. Y ahí, a la Sala Claret, acudí con mis hijos a apoyar a nuestro portero. Lo fantástico es que Andrés solo llevaba un par de años montando pesebres (aunque sus árboles navideños crearon tendencia hace años en Colombia, donde él nació). Y aun así, se llevó el tercer premio en su categoría (él, como edificio de vecinos comunes, competía con asociaciones y colectivos).

El ambiente de la entrega tenía algo bien bonito de pasión por una tradición muy concreta. Yo lo he visto en otras aficiones y artes, desde coleccionistas de objetos de la Coca-Cola a pilotos de Scalextric. Si una cosa tiene Barcelona es ese asociacionismo (valioso y popular) en todo tipo de disciplinas. El caso es que Andrés recogió su estatuilla y su diploma. Y apuesto a que media hora después ya maquinaba el pesebre del siguiente año. Y seguro que lo hará más por la reacción de los niños del edificio que por los premios. No os diré donde vivo, pero si seguís las luces podréis verlo en diciembre.

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