Rutas insólitas

Barcelona Singular: los paraísos ocultos del barrio de las lavanderas de Horta

La ruta incluye masías, calles de postal e incluso bosques escondidos. Marc Piquer, el tuitero explorador de @Bcnsingular, destapa la Barcelona más seductora

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Uno de los pozos de la calle de Aiguafreda.

Uno de los pozos de la calle de Aiguafreda. / Marc Piquer

Marc Piquer

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Sus habitantes hablan de “bajar a Barcelona” al ir de compras por el centro, pero en realidad Horta no queda tan lejos. Eso sí, no vayas con prisas, que en este barrio se vive a otro ritmo; cautiva su ambiente relajado, de pueblo. Tanto gustaba ya esta quietud en el siglo XVIII que familias acaudaladas no se lo pensaron dos veces; compraron tierras y masías, y levantaron aquí sus torres de verano. Can Bacardí y Can Querol son dos muestras de aquel desembarco en una zona integrada entonces a Sant Andreu de Palomar. Alrededor de estas dos fincas, Horta se vuelve más seductora, y su belleza explota con el rastro dejado por las lavanderas, unas heroínas anónimas.

Can Querol acoge la residencia de ancianos de la Fundació Valldejuli.

Can Querol acoge la residencia de ancianos de la Fundació Valldejuli. / Marc Piquer

1. Rumbo a la blancura

La calle de Aiguafreda

La calle de Aiguafreda.

La calle de Aiguafreda. / Marc Piquer

En el antiguo municipio de Sant Joan d’Horta, lo que no faltaba nunca era agua. Tanta abundancia propició el nacimiento, tres siglos atrás, de una actividad remunerada que mantendría muy atareadas a las hortencas: la lavandería. Limpiar la ropa de la clase pudiente que residía en la ciudad intramuros se convirtió en un negocio que adquiriría una dimensión industrial. Decenas de carreteros salían los lunes por el Portal Nou con sus mulas y las tartanas cargadas de fardos, y les acompañaban a pie las sufridas mujeres dedicadas al nuevo oficio (los sábados hacían el recorrido inverso, ya con las prendas inmaculadas). Por una pista tortuosa -la antigua carretera de Horta- llegaban a sus destinos: la desaparecida calle de Can Travi, y la de Aiguafreda, que -con sus pozos y lavaderos- es testigo de una época en la que las esposas contribuían a la economía doméstica enjabonando, blanqueando, enjuagando y secando sábanas y piezas de vestir ajenas. A las casitas de este pasaje bellísimo se accedía por el camino de Barcelona -paralelo a Llobregós-, y está ocupado por unos huertos municipales que únicamente verás si algún vecino te invita a su patio trasero.

El vecino Pere Gausachs, frente al viejo camino de Barcelona.

El vecino Pere Gausachs, frente al viejo camino de Barcelona. / Marc Piquer


2. La última masía

Ca l’Eudald

Ca l’Eudald.

Ca l’Eudald. / Montse García

Del medio centenar de fincas rurales que hubo diseminadas a lo largo y ancho de Horta, escasamente se conservan una veintena, y solo una, Ca l’Eudald, mantiene los usos agrícolas. Sin embargo, su primer propietario, Eudald Barnet, utilizó media parcela (y de ahí el desnivel entre la casa -de 1854- y la zona de labranza) con otra intención: extraer arcilla para la fabricación de azulejos. Hasta hace bien poco, Francisco Perna se pasaba el día trabajando la huerta para su disfrute, pero la edad no perdona y es el hijo, Joan, quien le ha tomado el relevo, cultivando lo que le apetece y atendiendo visitas de escolares. Mientras, cuida de su madre, Maria Rovira, antigua carnicera -¡había tantas en Horta!- y tataranieta de aquel Eudald menestral y de Narcisa, cómo no, lavandera. Este pequeño paraíso, escondido tras un muro de la calle de Llogregós, se transformará cuando Francisco y Maria falten. Probablemente, el Ayuntamiento lo abrirá al barrio y dará más sentido al dicho catalán que reza en una placa de cerámica de la fachada: “Si veniu per bé no us quedeu al carrer, si veniu per mal no passeu del portal”. / Calle de Llobregós, 46.

Cuando Francisco Perna trabajaba la huerta.

Cuando Francisco Pena trabajaba la huerta. / Montse García


3. Banquete pajaril

Cereals Tarrida-Colom

Joan Colom y Concepció Tarrida.

Joan Colom y Concepció Tarrida. / Marc Piquer

Es el sitio soñado para cualquier ovíparo con pico y plumas; un festín de alimentos que llevará felicidad a los hogares enjaulados de periquitos, canarios, palomas, cotorras, cacatúas y agapornis. La variedad de semillas es interminable: cártamo, avena pelada, arroz y maíz partido, pepitas de girasol, cardo mariano, perilla, arvejas, alpiste…o mixtura para hámsteres. Todas llenan hasta los topes los sacos que dan tanta personalidad a esta tienda abierta en 1956 por los padres de Concepció Tarrida, y que ahora regentan ella y su marido, Joan Colom. Si medio establecimiento está dedicado al reino animal -no me olvido del pienso para gallinas y conejos, ni de los ¡hoteles de mariposas!-, en la otra mitad mandan las legumbres y frutos secos. “No tenemos ni una ínfima parte de las judías que hay en el mundo”, me asegura Concepció al verme flipando con tanta diversidad de alubias: blancas, verdinas, moradas, del ganxet, de Tolosa, rodillas de Cristo, pintas, oro, de garrafón… La venta va dirigida tanto al por mayor como al detalle (con un mínimo de medio kilo). Y aunque con la sequía persistente se planta cada vez menos, esto es Horta, y siempre hay lugareños que lo que buscan (y encuentran) es una selección de simientes para la siembra de su huerto. / Dante Alighieri, 53.


4. Una selva inesperada

El bosque de Gallart

Josep Maria Gallart.

Josep Maria Gallart. / Marc Piquer

Mira que son buena gente, pero esto no quita que lo que se esconde tras una valla verde de la calle de Dante pertenezca a los Gallart gracias a un sinvergüenza. Cabe remontarse a los trastatarabuelos de los actuales propietarios, que vieron como una tragedia que su hija, después de enviudar, se casara con el administrador de la familia, persona que la había estafado y arruinado. Con la suma de dinero que usurpó, el hombre adquirió unos terrenos que se extendían hasta la carretera nueva de Horta (el paseo de Maragall). De todo aquello tan solo existe hoy una porción, que a mí igualmente me parece la selva amazónica. A finales de los 60, el eminente psiquiatra Josep Maria Gallart empezó plantando pinos, y ya nada lo detuvo: inundó su jardín de cedros, adelfas, eucaliptos, palmeras, bambús, yucas, árboles de Judas… y así, hasta 500 especies diferentes. En 2022, Josep Maria falleció sin avisar y hoy son sus hijos quienes gozan de esta maravilla, afectada por un proyecto metropolitano guardado desde hace décadas en el cajón que, de ejecutarse, pondría punto final a un lugar portentoso. / Dante Alighieri, 61.

El bosque de Gallart.

El bosque de Gallart. / Marc Piquer


5. A fuego vivo

Pollería Lisboa

Robert Motos prepara pollos a l'ast.

Robert Motos prepara pollos a l'ast. / Marc Piquer

Hay vida más allá del pollo a l'ast. Al menos en Horta, donde la parrillada perfecta es posible. A las once de la mañana, las máquinas empiezan a asar las primeras piezas; un centenar largo, que van dorándose y desprendiendo un olor que abre el apetito.

-Niña, ¿cómo tienes las codornices?

-Un poco crudas, todavía.

Isabel Termes y Cristina Moreso se encargan de que todo vaya como un reloj cuando no está el jefe, Robert Motos, quien hace 30 años decidió incorporar nueva fauna al negocio, que cumplió en 2023 medio siglo. El cerdo está siempre muy presente: galtas, codillos y costillares se tuestan al fuego, y en otra rejilla, lo normal es ver un par o tres de conejos.

Cola en la pollería Lisboa.

Cola en la pollería Lisboa. / Marc Piquer

El establecimiento, por cuyo interior ya corría de pequeño Robert detrás de su madre, no desatiende los pollos, que siguen siendo el producto estrella: los fines de semana se suelen vender 300. ¿El secreto? “Lo importante no es qué se les pone, sino qué se les quita”. En la trastienda se entretienen desplumando las aves, pelándolas una a una a navaja, y limpiándolas. Un preparado de once especias -vaya, no me dicen cuáles- remata la jugada. Chorizos, chistorras, butifarras, morcillas y canelones se suman a este festival de la carne que garantiza una buena comilona, y una mejor siesta. / Lisboa, 1.

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