Rutas insólitas

Barcelona Singular: las 5 maravillas de El Coll, el barrio perdido de Gràcia

Lo mismo acabas en un pasadizo secreto que en una cueva o una colina con vistas. Marc Piquer, el tuitero explorador de @Bcnsingular, te redescubre El Coll, si eres capaz de enfrentarte a sus cuestas

Los 3 restaurantes de El Coll (y no busques un cuarto)

Vistas desde El Coll.

Vistas desde El Coll. / Marc Piquer

Marc Piquer

Marc Piquer

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Para ir a El Coll hay que echarle ganas, pues las subidas son de las que no se olvidan, y llevar buen calzado. Su origen se remonta al año 1099, cuando apareció una imagen de la Virgen y en su honor se erigió una capilla románica. En la actual parroquia custodian la “marededéu”, tan morena como la de Montserrat y -si es verdad que es la original- más antigua. Se la llamaba “de la Font-rúbia” por el agua rojiza que brotaba en las fuentes cercanas, y que atraía a domingueros. Hoy el principal reclamo es el lago artificial de la Creueta. Pero El Coll cuenta con muchas más sorpresas, que descubrirás si eres capaz de hacer frente a su pronunciada orografía.

1. La montaña mordida

El Parc de la Creueta del Coll

Panorámica desde El Turó del Coll.

Panorámica desde El Turó del Coll. / Marc Piquer

El Turó del Coll (antes, del Falcó) ya era frecuentado por señores feudales, que acudían a cazar jabalíes. Pero sobre todo se popularizó a principios del siglo XX, con la celebración de “meriendas fraternales”. Aquel paraje bucólico quedó alterado en el momento que se empezó a perforar la montaña para extraer granito y pizarra. La actividad en esta cantera lo llenaba todo de polvo, y las voladuras obligaban a menudo a cerrar el tráfico por la caída de piedras que no chafaban los coches de milagro. Muchas, por cierto, se usaron para un sinfín de construcciones próximas. El estudio Martorell, Bohigas y Mackay supo sacar partido del boquete dejado por la explotación minera al diseñar un magnífico parque circular. Lo mismo puede decirse de Eduardo Chillida, cuya escultura 'Elogi de l’aigua' -de 54 toneladas- da la sensación de flotar en el aire. Recorrer el sendero a través de la cresta de la colina, hasta alcanzar la cruz roja de la cima, requiere un cierto esfuerzo, pero tiene su recompensa a ambos lados: ¡madre mía, qué vistas!

'Elogi de l’aigua' de Chillida.

'Elogi de l’aigua' de Chillida. / Marc Piquer


2. Un Belén fastuoso

El pesebre de Pinyol

Estructura que queda del recinto donde se representaba el pesebre de Pinyol.

Estructura que queda del recinto donde se representaba el pesebre de Pinyol. / Marc Piquer

Si en vez de acceder al Parc de la Creueta avanzas por la calle lateral de Castellterçol, pasarás por unas rocas de la vieja cantera y luego por un muro. Tras él se adivina ya el bosque. Adéntrate e intuirás una pequeña construcción que antaño congregaba a multitudes, aunque no lo dirías nunca. En este recoveco, el vigilante de la 'pedrera' Agustí Pinyol construyó en sus ratos libres un pesebre asombroso con pequeñas cascadas alrededor. También le puso efectos de sonido, recreando rayos y truenos desde una insólita sala de mandos.

Imagen de archivo del pesebre.

Imagen de archivo del pesebre. / .

Salvador Dalí, amigo suyo, visitó semejante espectáculo y le espetó que era él, Pinyol, el verdadero artista. Destruido hace un lustro por unos gamberros, a duras penas sobrevive de aquel glorioso belén la estructura -embellecida con mosaicos- del recinto en cuyo interior se representaba la Natividad. En 2023, el distrito de Gràcia puso nombre a la placita, e hizo justicia dedicándosela a Agustí Pinyol, “el pesebrista del Coll”.

Plaza de Agustí Pinyol.

Plaza de Agustí Pinyol. / Marc Piquer


3. Las cavernas de Jujol

La finca Sansalvador

Finca Sansalvador.

Finca Sansalvador. / Marc Piquer

Para nada se hubiera imaginado Antoni Sansalvador, al comprar en 1909 un terreno en El Coll, que lo quetenía que ser un chalet acabarían siendo unas cuevas. Al meterse en política, Antoni pronto transfirió a su hermano Salvador la propiedad de la parcela, en la que el discípulo de Gaudí Josep Maria Jujol ya trabajaba. Durante las obras, se encontró un yacimiento de agua que Salvador quiso explotar al descubrirse que contenía radio, que por aquellas fechas se consideraba saludable. Se encargó a Jujol proyectar unas galerías subterráneas que facilitaran el acceso a la mina; y fue así como pudo comercializarse el agua radioactiva en tiendas y farmacias. Cuando el pozo se secó, el negocio se fue al traste, y debido a la falta de dinero, tampoco se concluyó la torre, de la que únicamente existen pilares con arcos de ladrillo visto. Cada segundo sábado y cuarto domingo de mes, el Taller d’Història de Gràcia -es esta su sede-, organiza visitas a las chocantes grutas que se sacó de la manga uno de los arquitectos más desbordantes. | Pg. Mare de Déu del Coll, 79.

Josep Maria Contel, 'alma mater' del Taller d’Història de Gràcia.

Josep Maria Contel, 'alma mater' del Taller d’Història de Gràcia. / Marc Piquer


4. Una calle en tres actos

El pasaje de Ministral

Rellanos con tiestos del pasaje de Ministral.

Rellanos con tiestos del pasaje de Ministral. / Marc Piquer

Es lo que tiene levantar un barrio entero encima de un valle: ni Dios se salva de las fuertes cuestas. Para minimizarlas, la solución que se inventaron en 1922 en el pasaje de Ministral fue hacerlo de tres niveles, lo que permitió que los inquilinos no tuvieran que entrar a sus viviendas rodando. Dio pie también a la picaresca de algunos, que venían en taxi. Con la excusa de no traer suficiente dinero, decían que iban a casa a buscarlo, y salían huyendo por la salida de abajo.

Entrada al pasaje.

Entrada al pasaje. / Marc Piquer

Un portal gaudiniano nos da la bienvenida, y tras una sucesión de escaleras y rellanos colmados de tiestos, se llega a una planta con dos agujeros que parecen unos pozos. En realidad son respiraderos, ya que debajo están el resto de habitáculos. Sin duda, este último tramo -un pasadizo casi oculto- es uno de los callejones más inauditos de Barcelona, que con razón fue utilizado después de la guerra como escondrijo.

Pasadizo de Ministral.

Pasadizo de Ministral. / Marc Piquer


5. Una finca de leyenda

La Torre Sant Jordi

Torre Sant Jordi.

Torre Sant Jordi. / Marc Piquer

He aquí uno de los edificios más hermosos que nos ha legado el modernismo, y del que apenas se distingue un trozo de fachada. Un año después de terminarlo, su autor, Salvador Valeri, realizó otro que a mí me tiene embobado: la Casa Comalat. Este palacete de El Coll es menos atrevido, pero sobresale por sus formas redondeadas y la atalaya, profusamente decorada.

Detalle de la atalaya de la torre.

Detalle de la atalaya de la torre. / Marc Piquer

Hay constantes referencias a la leyenda de Sant Jordi, también en el jardín, donde un dragón sostiene con la boca una farola. La mejor muestra de ello es el aluvión de rosas que adornan la cornisa, el mirador, paredes y molduras. A pesar de que el patio convive ahora con una piscina, la variedad de especies lo mantienen frondoso. Y escondido, para deleite exclusivo de los moradores. Tanto es así que probablemente mucha gente de Gràcia desconozca esta joya de Valeri, quien murió en 1954, un día -el 23 de abril- que seguro que le traía buenos recuerdos. | Sant Eudald, 11.

Suscríbete para seguir leyendo