Conde del asalto

Ruta exprés por cinco bares extraordinarios para recordar que Barcelona está viva (y tú también)

Aún existen: pubs musicales de tardeo, bodegas donde suenan temazos de soul, templos de la rumba no atestados de turistas y gallegos de toda la vida donde repostar orujo

Así es la exposición de Tim Burton que acaba de llegar a Barcelona

La Cañada.

La Cañada. / Instagram

Miqui Otero

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ya no se puede tomar una caña bien tirada en un pub musical a media tarde, ya no puede uno comerse una ración de cocina catalana a buen precio en una bodega, ya no existen sitios donde escuchar temazos pinchados en vinilo, ya no hay añejos bares gallegos de nombre evocador y buen orujo, ya no se escucha en Barcelona su único estilo musical autóctono: la rumba catalana. Ya no podrás decir nada de esto, si sigues leyendo después de este punto y aparte.

Siempre se dice que en otros lugares la gente va a cinco bares en dos horas, mientras que en Barcelona se suele estar cinco horas en dos bares (o en uno). Quizá por eso el sábado, flanqueado por dos amigos, de buena conversación y mejor olfato para los sitios magníficos, me propuse hacer una ruta de culo (y gusto) inquieto. El resultado fue que en menos de tres horas le dimos una buena tunda a la nostalgia, no porque visitáramos garitos a los que íbamos hace una década, sino porque pudimos disfrutar de todo lo que nos gusta de Barcelona (y todo lo que da sentido a habitar una ciudad a veces inhabitable).

Locales extraordinarios

Empezamos en la barra del April Skies, un microbar musical en Sant Antoni (Rocafort, 33), al lado de mi colegio. El nombre alude a una canción de The Jesus and Mary Chain, grupo que protagoniza los pósters en las paredes y las canciones que suenan. De horario vespertino, es uno de esos sitios que deberían ser ordinarios (y lo eran) pero que son extraordinarios en esta ciudad, también por el mimo con el que el dueño sirve esas cañas con tupé canoso.

Que desaparezcan las antiguas bodegas catalanas no sería un drama si se refundaran y actualizaran con encanto. En La Cañada (Bóbila, 5), el suelo es de terrazo y las paredes están alicatadas de azulejos geométricos, ecos del bar que ahí hubo durante mucho tiempo, pero suenan temazos de soul, krautrock y hasta 'Por qué te vas de Jeanette' (no es necesario, cuesta irse) mientras se te entornan los ojos de placer con unas albóndigas con sepia. Todo en medio del bochinche de brindis y el ajetreo de conversaciones.

A continuación, una cerveza tranquila en el espacio Salvadiscos (plaza de Santa Madrona, 4). El objeto que explica el proyecto es un flotador marítimo (naranja con rayas blancas) colgado en las estanterías llenas de vinilos que puedes comprar. Desde hace un tiempo, en una ciudad que solo concede licencias para franquicias de panaderías, algunos de los mejores locales son asociaciones, de esas que te piden el DNI para devolverte un carné del club y que solo te exigen una suscripción simbólica. Un pequeño milagro.

Uno necesita a veces repostar en la carretera de la noche. Así que el Brisas do sil (Jaume Fabra, 16), un gallego de toda la vida conocido por su pulpo popular y su enorme terraza, es perfecto para recordar tus raíces con un pertinente y escueto chupito de orujo de hierbas. Suenan gaitas en la cabeza, pero tus padres emigraron de allí a Barcelona y el cuerpo te pide rumba.

Así que apenas dos horas después del inicio, La Belter (Nou de la Rambla, 102), con sus cuadros de rumberos ilustres y sus canciones de palmas y ventiladores, un templo magnífico y no expropiado por turistas, te reconecta con una ciudad amnésica que a veces olvidas que, en realidad, te gusta. Y te recuerda que Barcelona, que muchos dan por muerta, en realidad, como el protagonista de Peret, está viva. Y tú, pese a tus mil obligaciones caseras y tu discurso apocalíptico, también.

Suscríbete para seguir leyendo