Conde del asalto

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Bares con alma de Barcelona

Oblicuo Hi-Fi Bar.

Oblicuo Hi-Fi Bar. / Instagram

Miqui Otero

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Lo dijo en la tercera escena del primer acto de 'Hamlet', pero podría haberlo soltado en el Oblicuo Hi-Fi Bar: “Presta a todos tus oídos; tu voz, a pocos”.

El consejo que da Polonio es más posible en esa obra de Shakespeare sobre el reino de Dinamarca que en un bar de cualquier ciudad mediterránea. Aquí las audiencias en los conciertos de folk son más ruidosas que el Parlamento inglés o la cola de la carnicería. Aquí la gente no se repite, sino que insiste (eso dicen, a gritos). Aquí la música más que escucharse se suele oír (de fondo). Por eso es peculiar que empiece a cuajar en Barcelona la idea de los 'listening bars'.

Es cierto que ha llegado con un siglo de atraso. Los jazz kissa, germen de todo esto, empezaron en la década de los veinte en Japón, donde no era fácil importar discos americanos de jazz. Los pocos que llegaban se podían escuchar en grupo en estos sitios bien sonorizados.

Aquí, donde los bares musicales menguan, ya teníamos, desde hace un lustro, el Curtis Audiophile Café, en la calle Mallorca, 196, con su selección negroide y sus vinilos expuestos en metacrilato. Y el ambiente más informal, pero magnífico, de Salvadiscos en Poble Sec. Y, desde hace un trimestre, el Oblicuo Hi-Fi Bar, en Riera de Sant Miquel, 59.

De verdad que pretendo recomendaros ir sin necesidad de GRITAROS QUE VAYÁIS. Le robo la idea a mi pareja (que la tuvo mientras se echaba al coleto una tabla de quesos y escuchaba a los Love en este sitio): “Es como estar en una película”. No se refería, claro, a mi fotogenia para la cámara, a mi capacidad para la línea ingeniosa de diálogo o al guión trepidante de ese martes de febrero. Se refería, nada más (y nada menos), que al hecho casi paranormal de que por alta que estuviera la música, podías mantener tu tono. Eso es lo que sucede en las pelis, donde ves cómo dos personajes se susurran y tú entiendes qué se dicen a pesar de que esté sonando tecno alemán.

Para que esto suceda, el Oblicuo es el equivalente en altavoces a la moqueta en un pub londinense (la puede haber hasta en el lavabo). Hay plafones en el techo, speakers tamaño robot de Star Wars en una esquina y hasta se intuyen en paredes. Juro que mientras escuchaba una selección impecable, de The XX a Gainsbourg, llegué a escrutar el posavasos de mi mesa para ver si estaba también amplificado.

Digamos que las luces tenues, las barras (una de cócteles, una de vino, una con tocadiscos) atravesadas por una tira de neón rojo, las sillas y las paredes revestidas de la misma madera, potencian esa magnífica sensación envolvente. La inspiración en la decoración es la misma que la del concepto: Japón. Allí fueron de viaje Ivanmaria Vele y Dobrochna Giedwidz, donde atraparon la idea para reproducirla aquí. El primero andaba por el local tocando botones como un capitán de barco. Habrá noches de jazz y hasta actuaciones en directo. Y planea traer a artistas como El Niño de Elche o, por qué no, a Brian Eno, con el que trabajó en un palacete italiano.

De ese genio tomaron la idea del nombre. Hace alusión a las “Estrategias Oblicuas”. Un mazo de cartas, mezcla de galleta china e I Ching, para disparar de forma sorpresiva tu creatividad. El sistema, que inventó en 1975, lo han usado músicos como Bowie. Si estás atascado, te propone algún desafío: “Haz primero lo último”, “Amplifica el error”, “Destruye lo que más te gusta”. Me invento una más: “Monta el bar musical más alucinante en una ciudad donde la gente no escucha música”. Y, sorpresa, sale así de bien.

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