Conde del asalto

Hopper pinta Els Tres Tombs

El mejor pollo a l’ast resacoso de Barcelona

Lugares donde echar siestas públicas en Barcelona

Esta es una de las mejores bodegas de Barcelona

Ambiente nocturno de Els Tres Tombs.

Ambiente nocturno de Els Tres Tombs. / Martí Fradera

Miqui Otero

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si Edward Hopper quisiera pintar uno de sus cuadros en mi barrio, no podría retratar desde fuera un bar nocturno con tipos en traje tocados con sombreros fedora, melancólicas mujeres de tirabuzones pelirrojos con vestidos tubo y solícitos camareros uniformados de blanco. Si el tipo apareciera en Sant Antoni y quisiera replicar su mítico y noctámbulo 'Nighthawks', tendría que retratar a dos yayos en anorak mojando croissant en café con leche, cuatro jóvenes de after empapuzándose de gintónics en vaso de tubo y aquella cara conocida metiendo una moneda más en la tragaperras. Esto es, pintaría Els Tres Tombs de madrugada.

Los cuadros de Hopper suceden en Nueva York, la ciudad que nunca duerme, y, en cambio, Barcelona es cada vez más una ciudad 'assenyada' (se dice que antes había hasta quioscos que no cerraban) que se precinta siempre prontito.

Sin embargo, aún queda ese bar casi siempre abierto, que solo cierra (de tres y algo a seis) para limpiar mesas y suelo. Este fin de semana se celebran las fiestas del barrio, y por sus calles discurrirá la famosa cabalgata que lleva el nombre del bar, así que se volverá a escenificar esa hora mágica en la que coinciden los que van y los que vienen, de la noche y de la vida. “Quan ho hi ha por ni esperança acabes als Tres Tombs”, cantaban los Surfing Sirles.

El Zurich de Sant Antoni

Els Tres Tombs (Ronda Sant Antoni, 2) es el Zurich de Sant Antoni. Los que somos de allí ya ni lo vemos, de tan grande y manido. Pero como los bares de Hopper, su fachada acristalada que ocupa todo un chaflán lo convierte en un balcón a la ciudad (el despertar del Mercado, el cruce entre el Raval y el Eixample) desde dentro y en un balcón al bar (esas mezclas imposibles; cómo recuerdo ver ahí dentro a Peret) desde fuera.

Uno no elige el bar más famoso de su barrio, tal y como no escoge su casa paterna. Quizá busque otros más estilosos, con mayor carisma o peligro, pero el caso es que ese es el suyo. Y quizá por resistir las décadas no se hable tanto de él, aunque ahí siga, en una meca de la gentrificación donde abre un gastrobar sofisticado y cierra una bodega catalana cada vez que pestañeas.

Els Tres Tombs, como el barrio en sí, es fronterizo (claro, la de Sant Antoni fue hace siglos la gran puerta de entrada a la ciudad). Deslinda desde el Franquismo lo que fue el Chino de lo que prometía ser el Eixample y también el día de la noche. Cumple su cometido como lugar de desayuno y vermú al sol en la enorme terraza, tras el cambio de cromos el domingo, pero a la vez es una especie de antesala de noches continuadas en pisos y de besos torpes con desconocidos. Los camareros de camisa blanca y riñonera para guardar datafono y vueltas son profesionales, pero a veces hay que llamarlos tres veces (han oído mucho ya).

Este fin de semana, pasará por su lado la cabalgata de Els Tres Tombs, la que se celebra desde 1825 y que da tres vueltas al mismo recorrido. Al lado, en los Escolapios, se bendicen a primera hora animales de carga, aunque también de compañía: yo mismo llevé a todos mis hámsters (todos con muertes prematuras, incluso el que mi tía bautizó como Napoleón tuvo un Waterloo más que tragicómico). Así que será un buen momento para volver a ocupar una de sus mesas, antes o después de los conciertos, mesas redondas, cenas y ferias populares que se celebran estos días. “Sant Antoni, guárdame del fuego y del demonio”, y de la desaparición de todo también.

Suscríbete para seguir leyendo