El artículo de Miqui Otero

El mejor pollo a l’ast resacoso de Barcelona

Lugares donde echar siestas públicas en Barcelona

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Esta es una de las mejores bodegas de Barcelona

Els Pollos de Llull.

Els Pollos de Llull. / Instagram

Miqui Otero

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Decíamos ayer (o hace un tiempo) que bajar en chándal a por el pollo a l’ast del domingo es lo más cerca que me sentiré del cavernícola que salía a cazar para alimentar a su cueva.

Lo mantengo, aunque cada vez la oferta de cotos de caza y de presas (es decir, de variedades de rostisseria y recetas) es más variada. Las dificultades no son tanto el tiempo hostil o los grandes mamíferos en manada, sino el muro de la pereza, las colas y la parálisis que uno siente ante un menú de Netflix abundante.

Cada cierto tiempo aparece un artículo en estas páginas sobre el asunto. De hecho se habla tanto del Mejor Pollo a l’Ast como de la Gran Novela de Barcelona. Pero es que el pollo a l’ast es el equivalente culinario a la rumba catalana. Claro que se asan pollos desde otras épocas y en otros países, tal y como hay otras rumbas (de la cubana o la del Caño Roto). Pero si la nuestra tiene que ver con la alegría y el ventilador, nuestro pollo tiene la peculiaridad de las burbujas y de los asadores a gas donde las aves giran como discos en el plato. 

La historia es conocida: el invento lo importó a Barcelona Joan Casas en 1962, que lo había descubierto durante un viaje a Alemania. Lo implantó en su Kikiriki y, por arte de magia, el pollo, más elitista en décadas de posguerra, se democratizó en pleno franquismo. Se abarataron costes y el pueblo adoptó la costumbre de comerlo los domingos.

Yo crecí al lado de otra rostisseria mítica, que abrió tres años después. Desde 1965, la Rostisseria Urgell, con su toque de coñac, era la meca de los cambiadores de cromos y los compradores de libros de saldo en el Dominical de Sant Antoni. Eso marca a fuego. 

Desde entonces, una rostisseria para cada época, del popular Pollo Rico durante mis años del Raval a la Rostisseria del Barri ahora, en Diputació, 338, al lado de Passeig Sant Joan. Algunos recuerdan las etapas de su vida por sus coches; yo, por mis pollos a l’ast.

Pollo globalizado

Pero de hecho, creo que Barcelona está en la Edad de Oro del Pollo (dorado). Los clásicos (Urgell, Beltran y tantos más) continúan en la brecha, se consolidan otros como Rooq o Els Pollos de Llull, se expande la calidad al carbón (y pollos amarillos catalanes y los toques curry) de A Pluma y se sofistican a límites insospechados las propuestas de Piel de Gallina, famoso por su pollo frito globalizado (de todos los husos horarios: Tulum, Seoul, Tennessee, Lima), que ahora ha ampliado carta con tortillas de centollo o berenjenas libanesas. Me estoy dejando muchos establecimientos: son todos los que están, pero no están todos los que son.

Es como si se hubiera dado alguna especie de deshielo, hubieran aparecido y evolucionado nuevas especies y el cavernícola, además, hubiera mejorado sus lanzas. Con tanta innovación, cazar el pollo a l’ast será en breve disciplina olímpica, como lo puede ser la petanca o el curling.

Tradicional o hipsterizado, también muta su uso. El digno señor endomingado y con olor a Brummell (tortel de nata en una mano, botella de cava en otra, pollo en bandeja de aluminio donde puede) ya no es el único cazador. Igual que aparecen en los Pirineos barceloneses 'pixapins' con ropas térmicas Quetchua, ahora la caza a l’ast cuenta con nuevos exploradores legañosos y en chándal. Además de comida familiar dominical, es ahora también 'comfort food' para el resacoso. Algo indispensable para que cualquier tradición aguante: que todo cambie para que todo siga igual.

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