Rutas insólitas
Barcelona Singular: las perlas escondidas del barrio de Santa Anna
Marc Piquer, el tuitero explorador de @Bcnsingular, descubre sorpresas a prueba de turistas en el Portal de l’Àngel
3 oasis desconocidos en pleno meollo comercial de Barcelona
Marc Piquer
Periodista
Soy periodista desde 3º de EGB, vecino de Can Macians, en les Corts y visitante habitual del resto de barrios de Barcelona, unos 150 según mis cálculos. Me gustan todos, y me gusta casi todo. Quizás un día me veis desayunando un plato de cuchara en el Carmel o en Sarrià, y al siguiente, zampándome unos 'pancakes' en el Raval o la Vila de Gràcia. Ando mucho y, a veces, descubro cosas. No sé guardar secretos. Si quieres que te hable de mis hallazgos, sígueme y te los cuento.
Las murallas medievales del siglo XIII permitieron que el asentamiento que se había creado lustros atrás alrededor del monasterio de Santa Anna quedara integrado a la ciudad. A pesar de que su centro neurálgico fue hasta el 1600 un auténtico lodazal -por alguna razón había sido antaño un torrente-, allí se establecieron familias pudientes y se edificaron mansiones con puertas gigantescas que facilitaban la entrada y salida de carruajes. Ya entonces este lugar rugía de actividad, y en eso no ha cambiado mucho, la verdad. Hoy, aquella plaza de Santa Anna -con su fuente, que sigue ahí- es el Portal de l’Àngel, la segunda calle más cara de España, y la trama urbana que la conecta con la Rambla sigue ofreciéndonos multitud de sorpresas, no siempre al alcance del público habitual: muchos pero que muchos turistas.
1. El último emblemático
Guantería Alonso
Victoria Alonso le espetó un día a su esposo que si veía que no llegaba a casa sería que se había ido con un jeque. Se lo dijo de broma después de que un cliente árabe (y polígamo) se encaprichara de ella y le propusiera matrimonio. La lista de visitantes adinerados que se acercan al local es larga. Y lo habitual es que se queden prendados también de la tienda, un bellísimo establecimiento modernista de principios del siglo XX que atrae por su escaparate, mobiliario interior y género de alta calidad, como los abanicos pintados a mano por la gran Carmen Monreal.
Hace justo medio siglo, Pere Alonso, fabricante de guantes de la calle de Avinyó, adquirió este comercio emblemático fundado por las hermanas Mañós para que lo regentara su señora. Sin embargo, la mujer murió prematuramente, por lo que Victoria lleva despachando sola casi cuatro décadas. “Lo que gano en verano vendiendo abanicos lo pierdo en invierno. ¿Quién me compra guantes con este tiempo?” | Calle de Santa Anna, 27.
2. Un templo efímero
Las pilastras de la 'otra' Santa Anna
Si casi nadie llama ya a esta zona “barrio de Santa Anna”, menos aún, “villa Sepulcri”. El nombre remite a los monjes de la orden del Santo Sepulcro de Jerusalén: les daban un caballo y una espada y se hartaban de cortar cabezas con tal de echar a los árabes de Tierra Santa. Eran tiempos de cruzadas. Aquí, de todas formas, se comportaron. Habían fundado en el siglo XII el cenobio de Santa Anna, y poco a poco fueron ampliando su dominio. De aquel conjunto queda la iglesia (actual Hospital de Campaña para personas sin hogar), el fabuloso claustro y la sala capitular. La rectoría es mucho más reciente; se construyó justo antes de que en 1914 se levantara a su lado un nuevo templo de Santa Anna, neogótico, que solucionaba los problemas de hacinamiento a la hora de oír misa los domingos. Tuvo una vida muy corta: lo quemaron en el 36 sin haberse terminado, fue derribado al cabo de dos años, y únicamente se conservan unas pilastras en la rebautizada plazuela de San Óscar Romero. Conviven con un feo edificio, en su día muy criticado tanto por sus proporciones como por la falta de transparencia con la que el arzobispado orquestó este 'pelotazo' urbanístico. | Plazuela de Ramon Amadeu, 1.
3. Esperando al ‘dream team’
La capilla de los deportistas
Lejos quedan aquellos tiempos en los que era habitual que el Barça acudiese a la iglesia de la Mercè a ofrecer ligas y copas de Europa a la patrona de la ciudad. Dos veces, en 1985 y 1992, algunos jugadores hasta subieron en bicicleta a Montserrat para agradecer el título a la Moreneta. Supongo que Tarzán Migueli, Schuster y, más tarde, el 'dream team', desconocían que se podrían haber ahorrado sudar tinta con una simple visita a la parroquia de Santa Anna, y a su rincón más peculiar: la capilla de los deportistas. En ella, atletas de varias disciplinas parecen implorar que se los libre de lesiones. Las inauditas pinturas son obra de Ignasi Maria Serra Goday -autor de los bancos del paseo de Gracia: que noooo, no son de Gaudí-, y debajo, se hallan los escudos de las distintas federaciones deportivas catalanas (incluso de tiro al pichón), esmaltadas por alumnos de la Massana. A lo que iba: en el altar, hay una imagen de la Moreneta, y no una cualquiera. Se trata de la pieza que en 1952 presidió en la plaza Pius XII la clausura del Congreso Eucarístico, después de que ciclistas de élite la trasladasen desde la montaña santa, donde había sido bendecida. | Santa Anna, 29.
4. 'Trompe-l’oeil' oculto
El jardín del Ángel
En el Portal del Àngel hay un constante tránsito de personas y visas, pero también puede ser un sitio en el que domine la calma: sólo hace falta saber dónde. El muralista Carles Arola -quién ya se había lucido en Tarragona con el trampantojo de la plaza dels Sedassos- dignificó con una serie de 'trompe-l’oeils' medianeras de un interior de manzana transformado en el jardín del Hotel Catalonia.
El artista reprodujo a los gigantes de la ciudad, recreó fachadas barcelonesas con vecinos 'voyeur' y se retrató a sí mismo cerca del ángel custodio que se le apareció en 1398 a San Vicente Ferrer al cruzar la antigua puerta 'dels Orbs', donde se congregaban los ciegos. Arola me contó poco después de terminar la faena que si bien en su trabajo la experiencia es un grado, hasta el final siempre hay momentos de incertidumbre: “Pintando un cuadro puedes dar dos pasos atrás para tener una visión global de la obra. Aquí no, si no quieres despeñarte”. | Avenida del Portal de l’Àngel, 17.
5. Talento analógico
Agrupació Fotogràfica de Catalunya
Podría pensarse que esta asociación centenaria es un mero pasatiempo para jubilados amantes de los carretes y la 'magia' del revelado. También, sin duda. Pero su verdadera razón de ser, divulgar el arte de la fotografía, cobra hoy más sentido que nunca. “Al teléfono móvil no hay que darle la espalda”, admite Pere Puigdollers, presidente de la Agrupació Fotogràfica de Catalunya. De ahí que se organicen en su sede -además de talleres sobre el uso de las 35 mm- cursos para sacar el máximo rendimiento a la cámara digital de tu celular.
Puigdollers me perjura que no son una escuela de futuros Miserachs, Maspons, Centelles o Català-Roca. “Cuando todos ellos pasaron por aquí, eran gente amateur, y eso es lo que somos”. Por lo que no esperéis encontrar genialidades entre las 240.000 instantáneas de las que dispone su archivo -actualmente, cerrado al público-, ni preciadas Hasselblad entre el millar de aparatos donados por socios y que se exhiben en una de sus salas. Y sin embargo, la colección es una gozada, un reencuentro con el pasado y con la historia de esta entidad ejemplar que se siente feliz haciendo clic. | Duc 14.
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