Conde del asalto

Gràcia contra Sant Andreu: superhéroes de barrio

El fútbol de barrio se está convirtiendo en un planazo de fin de semana

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Josu se dirige a los hinchas del Sant Andreu.

Josu se dirige a los hinchas del Sant Andreu.

Miqui Otero

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Escribía Nick Hornby en 'Fiebre en las gradas' hasta qué punto le fastidiaba la música que sonaba en el campo del club de su alma. Mientras los altavoces de otros equipos ingleses emitían temazos de rock and roll, durante la previa y el descanso el Arsenal hacía salir a la banda municipal, con sus clarinetes y sus trombones.

Esa biblia futbolística se publicó en 1992. Si se hubiera escrito ahora en Barcelona, donde cada vez más se rinden a los encantos del fútbol popular y de barrio, ese rasgo se vería como casi excitante. De hecho, ir a un partido de km 0, de los que enfrentan a dos equipos apenas separados por una T-10, se está convirtiendo en un planazo de fin de semana.

Hoy, y hoy es hace un par de semanas, es día de derbi entre dos históricos, el CE Europa y la UE Sant Andreu, y en las farolas alrededor del Nou Sardenya hay pegatinas de puños 'northern soul' de peñas mods y en las colas, camisetas de salas de concierto de extrarradio

Bengalas y latas de súper

Los hinchas del Europa se reúnen al lado de un Condis (quién quiere un bar, cuando no quieres estar quieto y una lata de súper es más barata) y ahora bajan enarbolando bengalas. En los bares chinos frente al estadio, camisetas de todas las épocas del club, de Umbro a Adidas, de niños a abuelos, a la espera de la llegada de los Eskapulats, los más fieles. Muchas camisetas del equipo gracienc entre los pequeños, que (por un rato) las prefieren a la del Barça o el Miami

También rondan las quatribarrades, las camisetas senyeres, del Sant Andreu, con los Desperdicis al frente. En el campo desplegarán un tifo magnífico, con una hoz y la leyenda: “Segaría cualquier cadena para verte jugar”. En el gol del Europa, también una pancarta antifascista. En realidad en ambos barrios, distintos en historia, vila y poble, han abierto Turris, que han subido alquileres, que han expulsado vecinos. Tienen cánticos (e ideología) parecidos. Su rivalidad, intensa, no es violenta. “Luego se encuentran militando en los mismos sitios”, me dice un colega.

Ir al Camp Nou se ha convertido (por precio) en ir al Liceo (a veces también por ambiente, y lo dice un culer). Ir a campos como este, por 10-15 euros, es ir a ver a los colegas en una sala pequeña, donde el bombo de batería va sincronizado con tu corazón y puedes tocar la guitarra si estiras el brazo. La comparación aguanta con ir a ver a un grupo extranjero en un macrofestival carísimo contra un bolo en un centro cívico. Hay guiris, sí, pero la actitud es diferente a la del turista del Camp Nou, donde se han visto camisetas del Barça con el nombre de Cristiano y a su portador con sombrero de mariachi

Casi 4.000 personas llenan (récord histórico) el campo. La clave es que importa tanto lo que sucede en el césped como fuera, ahora que todo parece un videojuego en el que la grada es un relleno digital. Hay ídolos, claro, Cano por el Europa y Josu por el Sant Andreu, superhéroes de barrio. Pero no es menos heroico el ultra descamisado que se encarama a la valla 90 minutos y que suda más que los 22 jugadores.

Hace tiempo entrevisté a Johnny Lydon, el líder punk de los Sex Pistols, y me dijo que un día demandaría a los jugadores de élite por copiarle sus peinados. Y yo mismo digo que algo murió el día que en los bares se empezó a decir doble pivote y falso nueve

Aquí importa lo de dentro y lo de fuera, el antes y el después. Un domingo en la vida de cualquiera con 10 euros en el bolsillo y ganas de darse un abrazo de gol con el de la tienda de la esquina.

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