Conde del asalto

El bocata de jamón canario más legendario de Barcelona

El mejor plato canario se sirve en un bar de nombre gallego regentado por una familia china

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Miqui Otero

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"Pareces un cruce entre Jimi Hendrix y una oveja abandonada en una gasolinera de Cepsa". Nadie sabe recibirme después de las vacaciones como mi barbero. Me fui ya con el pelo demasiado largo y he pasado dos meses en la aldea gallega: durante todo este tiempo, le he guardado fidelidad. He preferido pasearme por el verano con este afro depresivo, este seto esquizofrénico, en la cabeza antes de dejarme esquilar por otro. Ahora, sentado en una de sus butacas, mientras pone sus canciones de George Harrison y de David Bowie y me habla de sus vacaciones valencianas, sé que he hecho lo correcto.

Uno vuelve a la ciudad para cosas como ésta, el reencuentro con tu peluquero, el único al que permites (en un mundo de potenciales villanos de los que no te fías un pelo) que se ponga detrás de ti con un arma homicida (una tijeras) en la mano. Uno regresa, también, para reencontrarse con sus bares y eso es lo que procedo a hacer. 

Plato mítico de la casa

El nombre, en este ocaso estival de vientos y lluvias, no puede ser más pertinente: Bágoa. Es decir, lágrima en gallego. Es un bar de paredes revestidas de madera, barra de zinc y cerámica y ambiente de chupito y tragaperras, y con un plato mítico de la casa. Cuando me siento en la terraza me asaltan dos dudas: 1) ¿Por qué narices no me quedé para siempre en el rural galaico, sin semáforos pero con tapas gratis, sin prisas?, 2) A pesar de que ahora gestione este bar una familia china, ¿seguirán sirviendo su legendario jamón canario

Al Bágoa he ido siempre que perdía algo, fuera pelo o dinero (no en vano está al lado tanto de mi peluquero como de Hacienda, en plaza Letamendi 24). He llorado multas fiscales y celebrado cumpleaños y acompañado a un amigo cuya peña del equipo de fútbol de Elche tenía aquí su sede. Es uno de esos bares que en otras regiones se adjetivan con un “normal”, salvo por el hecho de que en Barcelona cada vez lo son menos. De ambiente humilde y precios modestos, pero con trato y manjares correctísimos y con un cromo dorado gastronómico. 

El plato especial en cuestión es, decíamos, el jamón canario. Lo del jamón canario es tan gracioso como lo de la ensaladilla rusa, que ni es rusa ni allí se llamaría así. En las islas se le llama simplemente pata asada y se le añade mojo. Aquí, por uno de esos sincretismos que solo suceden en las grandes ciudades, se fusiona con el lacón o el jamón al horno, tan gallego. Este bar lo era y de ahí que sea su especialidad: doradito y crujiente por fuera, tiernísimo por dentro, emocionado por su propio jugo. Un jamón canario que se puede degustar a cualquier hora, porque, como si de la llama olímpica se tratara, siempre hay uno dorándose en el horno.

Vengo de un lugar donde con un café con leche te sirven un bizcocho y un pincho de tortilla y con un vino casi te regalan un menú entero. Por eso llevo estas horas mirando con melancolía los cuatro cacahuetes rancios que como mucho te regalan aquí con una caña. Pero el Bágoa retuvo, así que de entrada caen unas patatas chips con la consumición. 

Y solo entonces me veo con ánimo para resolver las dos cuestiones del principio. Le pregunto al camarero oriental que ahora gestiona esto: "¿Aún hacéis el bocata de jamón canario?". La duda ofende, parecen decirme en mandarín sus ojos. Y me contesto yo mismo la otra: quizás he vuelto a la ciudad, a la mía, precisamente porque aquí te pueden servir el mejor plato canario en un bar de nombre gallego regentado por una amable familia china. Y que eso sea lo auténtico.

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