Historia

En 1936 ofrecieron a otro general de Ferrol liderar el Ejército sublevado (y lo rechazó)

Xavier Casals y Enric Ucelay-Da Cal publican dos documentos inéditos que indican que el general Mola ofreció en julio de 1936 la presidencia de la junta militar a Severiano Martínez Anido, el viejo gobernador de Barcelona y vicepresidente de la dictadura de Primo de Rivera

Miguel Primo de Rivera (izquierda) y Severiano Martínez Anido, presidente y vicepresidente del directorio militar durante la primera dictadura

Miguel Primo de Rivera (izquierda) y Severiano Martínez Anido, presidente y vicepresidente del directorio militar durante la primera dictadura / La Opinión A Coruña

Ernest Alós

Ernest Alós

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En julio de 1936, un general español exiliado en Francia recibió en Vichy a un emisario que le hizo una oferta muy concreta: ponerse al frente de la Junta Militar que dirigiría las fuerzas del Ejército español que hacía pocos días se habían rebelado contra la república. Severiano Martínez Anido (Ferrol, 1862-Valladolid, 1938), el que fuera vicepresidente del directorio de Miguel Primo de Rivera durante la dictadura anterior y brutal represor del movimiento obrero de Barcelona entre 1919 y 1922, según un par de documentos hasta ahora inéditos recibió y rechazó la oferta, dejando así paso libre al general Miguel Cabanellas (y no a Francisco Franco como parece proponer implícitamente en su respuesta), que ocuparía esta posición durante dos meses, antes de ser desbancado por Franco a título de jefe de Estado y Caudillo. De haber sido positiva su contestación, la historia de España podría haber cambiado, poco o mucho. Este episodio ha salido ahora a la luz con la publicación por parte de los historiadores Xavier Casals y Enric Ucelay-Da Cal de esas dos notas, que reproducen en su libro ‘El fascio de las Ramblas. Los orígenes catalanes del fascismo español’ (Ed. Pasado & Presente).

El libro de Casals y Ucelay-Da Cal dedica tres páginas a esta bifurcación frustrada del curso de los acontecimiento de la guerra civil española: su libro se centra en ofrecer una nueva interpretación de los orígenes del fascismo español, cuya primera generación sitúa en Barcelona bajo la égida de los generales Milans del Bosch y Martínez Anido entre 1919 y 1922 y que merece reseña aparte. Pero contiene un ‘huevo de Pascua’ con el que Casals topó, en 2017, examinando los papeles no clasificados del que fuera gobernador (sucesivamente, civil y militar) de Barcelona, depositados en el archivo de Salamanca.

Cuatro días de vértigo

Así se desarrollaron los acontecimientos. Los conspiradores tenían previsto que el general José Sanjurjo, exiliado en Portugal, llegara para tomar el mando del pronunciamiento que se desencadenó el 17 de julio y que el general Emilio Mola había urdido desde Pamplona como “Director” de la conspiración. Pero la avioneta de Sanjurjo se estrella cuando intenta despegar en Cascais el 20 de julio, y el golpe queda descabezado. La solución provisional es crear una Junta de Defensa Nacional, que pasa a encabezar el 24 de julio el general de división de mayor antigüedad, Cabanellas. Mientras, el mando efectivo de las fuerzas en campaña queda en manos de Franco, en el sur, y de Mola en el norte. Pero en esos cuatro días pasaron cosas: el general Mola no propuso solo a Cabanellas que ocupase el cargo, según la documentación desenterrada por Casals y Ucelay. Lo hizo también (¿antes?) a Martínez Anido. Y este, con mayor antigüedad en el escalafón y, como recuerdan ambos historiadores, con un gran ascendiente entre sus compañeros de armas, hubiese sido automáticamente el presidente de la junta. Como apunta el historiador Julián Casanova, en ese episodio no hubo debate sino que todo se desarrolló de forma natural, por el peso del rango. Aunque no le constaba hasta ahora que hubiera otra opción que Cabanellas. Con Martínez Anido, entonces exiliado en París y que decidió no regresar hasta después de la constitución de la Junta, esa misma dinámica lo hubiese llevado a la presidencia.

"Desea que tú lo presidas"

El primero de los dos documentos es una nota manuscrita de José María Quiñones de León, exembajador en París y hombre para todo (incluyendo al parecer correrías nocturnas) de Alfonso XIII en la capital francesa. El general no está en París y Quiñones envía un emisario al Hotel Albert I de Vichy para entrevistarse con él, acompañado de esta nota de presentación que Martínez Anido conservó. “A. me telefonea que M. desea que me ponga en contacto contigo enseguida para comunicarte que piensa formar un gobierno o directorio militar dentro de muy pocos días, no puede decir cuándo, y que desea que tú lo presidas. Desea saber, si bien no lo duda, si puede contar contigo. Caso afirmativo A. cree que sería conveniente que te acercaras a la frontera, y sugiere que vayas a Biarritz. El portador te explicará más”.

Casals y Ucelay no tienen ninguna duda de que M. solo puede ser Mola. ¿Y A.? El historiador Ángel Viñas, que ha buceado en los entresijos de la conspiración, cree que solo puede ser una persona. Y Ricardo Martínez-Anido, nieto del general, es de la misma opinión. No sería Alfonso XIII sino “Andes”, siguiendo la costumbre aristocrática de nombrar a un noble por su título más que por su apellido. Es decir, el conde de los Andres, Francisco Moreno Zuleta. Ministro de Economía con Primo de Rivera en el mismo gabinete que tenía a Martínez Anido como vicepresidente, esos días actuaba como enlace de Mola en el sur de Francia, instalado en Biarritz, con su hijo haciendo de mensajero entre el cuartel general de los sublevados en Burgos y la ciudad francesa. Tanto Moreno Zuleta como Quiñones de León estaban metidos hasta el cuello en la conspiración: el segundo había participado en la operación de alquiler del Dragon Rapide para hacer llegar a Franco a África y esos días Mola estaba utilizando la vieja red de contactos monárquicos en el exterior para reclamar ayuda militar italiana y alemana (sin ningún éxito, siendo superado por las maniobras de Franco). El nieto del general recuerda que, cuatro semanas después, Martínez Anido pasaría la frontera por Dantxarinea acompañado justamente por el conde de los Andes. Y Viñas sostiene que la gestión, y que se explorasen diversas opciones, tiene “toda la lógica” teniendo en cuenta las posiciones de cada uno de los protagonistas de ella esos días.

El rechazo

¿Por qué acabó presidiendo la junta (honoríficamente, sin mando de tropa) Cabanellas y no la antigua mano derecha de Primo de Rivera? Martínez Anido debería dar una respuesta negativa inmediatamente, que inmediatamente después justificó por escrito. En sus papeles se conserva el borrador manuscrito de la misiva, datado el 24 de julio, el mismo día en que se constituyó la Junta. “No sé cómo agradecer a todos la confianza que en mí depositáis, al proponerme que presida el Gobierno o Dictadura Militar que pueda formarse en su día”, escribe. Pero presenta tres objeciones. Primero: sin citar el nombre, parece que indica que el hombre adecuado sería Franco: “Habiendo tomado la iniciativa un general de prestigio, joven y con todas las demás condiciones que requiere el mando, para él ha de ser toda la gloria y responsabilidad, sin que otro ponga en práctica la política y proyectos que han de salvar el país, después de la difícil labor de vencer a los enemigos”.

Y antes de recordar que su edad “no es la más a propósito para la labor que se ha de realizar para reconstruir el país después de seis años de desconcierto y luchas”, añade que “habiendo formado parte de otra Dictadura, que ha sido tan discutida, no es la mejor recomendación haber pertenecido a ella”. Amigo íntimo de Primo de Rivera (y en los años 20, artífice de la represión del anarquismo en Barcelona con la ‘ley de fugas’ y el Sindicato Libre como instrumentos), Martínez Anido añade: “La campaña que contra mí se ha hecho en estos seis años últimos, respecto a terrorismo, sin que políticos ni prensa amiga hayan pronunciado la menor palabra de defensa para borrar injustas acusaciones, han aumentado la leyenda negra que al ser nombrado yo presidente serviría, más que para atemorizar las masas, para exacerbar las pasiones contrarias”.

Martínez Anido, el segundo por la derecha, en el primer Gobierno de Franco

Martínez Anido, el segundo por la izquierda, en el primer Gobierno de Franco / La Opinión A Coruña

El liderazgo de Franco se acabaría imponiendo igualmente. Mal visto Cabanellas (masón, republicano, aunque metido sin ningún reparo en la conspiración desde mucho antes que Franco), fue el general del Ejército de África quien, con las tropas rebeldes más efectivas, el éxito moral del Alcázar y éxito material de controlar el flujo de ayuda exterior, se impone como Caudillo. Si un general con mucho más prestigio como Martínez Anido le hubiese cedido igualmente el paso, o lo hubiese hecho más lentamente, es historia ficción. Lo que realmente sucedió es que a su regreso (si son necesarios sus “servicios y consejos”, responde ya en su carta, recuerda que los rebeldes siempre lo tendrán a su lado), mientras Cabanellas no le otorgó ningún papel, Franco le adjudicó primero la supervisión de la lucha antituberculosa pero, pronto, la responsabilidad del orden público en la primera junta técnica y el ministerio de Orden público en su primer gobierno, en enero de 1938.

Aunque acabaron discrepando: en junio de 1938 presenta su dimisión a Franco, viendo sus competencias “mediatizadas” por el ministro del Interior, Joaquín Serrano Súñer, con quien mantuvo un pulso constante. Aunque la elección de Martínez Anido fue un mensaje claro de la mano dura que se podía esperar, según esta carta hasta a él le causó rechazo cómo se desarrolló la represión: aunque quizá más bien por conflicto de competencias. El general se queja de que el Servicio de Información y Policía Militar del coronel Ungría suplanta las funciones de la policía “al extremo de detener a personas respetabilísimas, castigar de una manera cruenta en mi jurisdicción a detenidos para lograr declaraciones y otros excesos” y la inoperante superposición de dos ministerios (Orden Público e Interior). 

Según escribió Javier Tusell, Martínez Anido se desengañó rápido y llegó a calificar a Franco ante el carlista conde de Rodezno de “desastre”. Su nieto sostiene que según correspondencia familiar, pudo llegar a estar en arresto domiciliario o una fórmula similar hasta que retiró su carta de dimisión y llegó a conspirar contra Serrano Súñer (que entonces era tanto como decir contra Franco) ante Mussolini. Incluso apunta que murió súbitamente en 1938 “con los mismos síntomas que sufrió Cabanellas” ese mismo año. Las memorias familiares e inéditas de su viuda, añade, muestran, con un chiste privado hoy indescifrable, que llegó a sentirse abiertamente incómodo con la parafernalia falangista: “Cuando oía gritar 'Arriba España', me decía a mí por lo bajo: 'Arriba caballo moro'. Y muchas veces le oí decir: 'yo de una plumada deshacía esto'".

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