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Israel e Irán juegan al filo de la navaja

A casi todo el mundo le interesa que el intercambio de golpes directos entre los contendientes siga limitado

Una captura de pantalla facilitada por la televisión estatal iraní muestra la ciudad de Isfahan tras las explosiones escuchadas a primera hora de la mañana, Irán, 19 de abril de 2024.

Una captura de pantalla facilitada por la televisión estatal iraní muestra la ciudad de Isfahan tras las explosiones escuchadas a primera hora de la mañana, Irán, 19 de abril de 2024. / IRANIAN STATE TV (IRIB)

La temida escalada sin control en Oriente Próximo sigue refrenada, sea por desinterés real de llegar al choque abierto entre los dos principales contendientes, Irán e Israel, sea por la efectividad que puedan tener las presiones externas que están recibiendo. El ataque con drones en ciudad iraní de Isfahán, que acoge la principal instalación del programa nuclear de la república de los ayatolás pero sin tomarla al parecer como objetivo, no es la represalia contundente a la ola de misiles y drones iranís sobre Israel, a su vez respuesta al ataque sobre dependencias diplomáticas iranís en Damasco, que reclamaba el ala más dura del Ejecutivo de Binyamin Netanyahu. «Decepcionante», lo ha calificado el ministro del Interior, Itamar Ben-Gvir, en una valoración que, por otra parte, dice más sobre la autoría del ataque que la negativa (habitual) de Israel a atribuirse una acción armada fuera de sus fronteras o las afirmaciones de Irán de que la responsable es la oposición interna.

 Por más que Teherán haya restado importancia al episodio, Washington haya reiterado que nada tiene que ver con la operación y el Gobierno de Netanyahu guarde silencio, esta sucesión de acontecimientos hasta ahora parecen cuidadosamente medidos de cara tanto a la opinión internacional como a los equilibrios internos de cada uno. Hasta el momento las acciones que se han intercambiado directamente Israel y el régimen de los ayatolás destacan por su contención ante la matanza lanzada hace seis meses sobre civiles y militares israelís por su satélite Hamás y la respuesta a sangre y fuego del Ejército de este país sobre Gaza.

De momento, la hipótesis según la cual Israel estaba dispuesto a no actuar contra Irán si a cambio Estados Unidos aceptaba que Israel desencadenara la varias veces pospuesta arremetida contra la ciudad de Rafah no se ha confirmado aún. Para la Casa Blanca resulta tan inasumible dar apoyo a la pretensión de Netanyahu de desencadenar una operación a gran escala contra Irán como guardar silencio si el Ejército israelí lleva a la práctica su plan para Rafah, donde se hacinan un millón y medio de personas en condiciones de vulnerabilidad extrema. En ambos casos, la progresión de la escalada sería difícilmente evitable. Y en evitarlo están volcados todos los esfuerzos de la comunidad internacional. 

El desenlace de la sesión del Consejo de Seguridad en la que EEUU se quedó solo al vetar el reconocimiento de Palestina como Estado de pleno derecho muestra que la Administración de Joe Biden se obliga a observar una máxima cautela. El peligro de que Netanyahu se escape en cualquier momento de la tutela hasta ahora parcialmente efectiva de la Casa Blanca puede erosionar aún más la carrera de Biden hacia su reelección. Porque no dejan de haber elementos que se conjuran contra la relativa contención que se ha mantenido hasta ahora. La guerra se ha convertido para Netanyahu en el mejor instrumento para retrasar sine die la convocatoria electoral y, para sus socios más extremistas, en el medio ideal para llevar a la práctica un programa expansivo que haga imposible el Estado palestino. Al mismo tiempo, el conflicto es para los intermediarios de Irán en la región -Hamás, Hizbulá, los hutís- su razón de ser, una forma de atraer voluntades en parte importante del mundo islámico. La región anda sobre el filo de la navaja y cada intercambio de golpes la aleja de la desescalada real que el mundo espera.