Limón & vinagre
Josep Maria Fonalleras
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Primož Roglič: un “ecce homo” magullado, herido y estrujado

Seguramente no hay madres que sufran tanto como las madres de los ciclistas. No hay deporte en el que la combinación de velocidad y fragilidad sea tan extrema

Primoz Roglic levanta la copa como vencedor del Giro 2023.

Primoz Roglic levanta la copa como vencedor del Giro 2023. / GIRO DE ITALIA

Conozco a madres de jóvenes ciclistas que sufren mucho. Son jóvenes deportistas con afán de ser profesionales, que entrenan cinco y seis horas al día, que se desviven por la competición y que aprenden a correr en medio del pelotón, un montón de cosas en desorden que, en la práctica, es un conglomerado de piernas, brazos, ruedas y manillares que se mueven como si fueran un solo cuerpo y que no son sino individualidades que luchan por no caer en el infierno del afilador, es decir, en el maldito choque de las bicicletas. Y aprenden a bajar por pendientes imposibles y a evitar resbalones, la fricción de la piel con el suelo, las quemaduras, las fracturas. De hecho, seguramente no hay madres que sufran tanto como las madres de los ciclistas. No hay deporte en el que la combinación de velocidad y fragilidad sea tan extrema. El último ejemplo, el de la cuarta etapa de Itzulia, la Vuelta al País Vasco. Una decena de ciclistas caídos, algunos con afectaciones gravísimas, abatidos en una especie de boquete de cemento junto a la carretera, con rocas alrededor, con “raíces de árboles que amenazan el asfalto”, como escribía el gran Sergi López-Egea en este diario, "que provocan baches y donde controlar el manillar es tarea complicada". Por los suelos, pues, "en carreteras imposibles", un montón de ciclistas. Entre ellos, tres estrellas que iban a ir al Tour y que tendrán serias dificultades para estar en la salida de Florencia el 29 de junio. Evenepoel, con fractura de clavícula y escápula; Vingegaard, también con clavícula y costillas rotas y con contusión pulmonar y neumotórax. Entre ellos, Primož Roglič, el esloveno que nació en pleno conflicto de los Balcanes, un veterano de 34 años con una larga trayectoria de hombros dislocados, de caídas y baches, de triunfos indiscutibles (en las cronos, en la Vuelta y el Giro) y de derrotas de las que duelen.

Al cabo de unos días, se hizo viral la imagen de Roglič como un “ecce homo”, de espaldas, desnudo, en la habitación de matrimonio de su casa, con la cuna de su hijo pequeño al lado. Se pueden contar, a lo largo de la piel pálida del ciclista, más de diez apósitos, vendas y parches, con todo un arsenal de gasas y desinfectantes para hacer frente a las consecuencias de los accidentes de la Itzulia, no solo los de la cuarta etapa, sino también los de la tercera, en la que también cayó. Magullado, herido, estrujado, Roglič afirmaba que “ahora son recuerdos. Ya estoy mejor. Nos vemos en la carretera”. Al día siguiente, enseñaba otra instantánea en las redes: ya practicaba y hacía kilómetros en lo alto de una bicicleta estática. El hecho es que no es la primera vez que el esloveno cuelga fotos de las llagas y de las heridas en combate. En la Vuelta a España de 2022 (que había ganado en 2020 y 2021 y que volvería a ganar en 2023), cayó en una llegada. Pocos días después, mostraba lesiones y cicatrices mientras leía “Above the clouds”, la versión inglesa de los “caminos imposibles” de Kilian Jornet. El cuerpo al límite, la mente preparada para hacer frente a éxitos y fracasos.

Decía que no hay madres que sufran tanto como las de los ciclistas. Me equivocaba. Están las madres de quienes saltan con esquís. Anita Roglič, enfermera en una clínica dental, puede decir que ha vivido ambas circunstancias, porque su hijo Primož fue saltador antes que ciclista. Empezó de jovencito, con 14 años, cerca de casa, en Kisovec. Y de veras que se cayó. Varias veces y desde las alturas, no a ras de suelo, como en 2007 en Planica, donde fue evacuado de las pistas inconsciente. Luego se rompió la nariz y se lesionó en la rodilla y desistió de saltar y se apuntó a hacer decatlón, aunque, a su juicio, la bici era el punto débil. "De los saltos", ha dicho, "aprendí el control de la fuerza de la gravedad, el equilibrio, la flexibilidad y la acrobacia, que me sirvieron para mejorar con la bicicleta". Mejoró tanto que fue durante setenta y cinco semanas número 1 de la clasificación UCI. Después, sobre todo a partir del Tour de 2020, en aquella épica contrarreloj de La Planche des Belles Filles, emergieron Tadej Pogačar y la nueva generación. Ahora, magullado, estrujado y macado, Roglič aún se mantiene en lo alto de la bici, con un contrato millonario con su nuevo equipo, el BORA, una fundación que ayuda a ciclistas ucranianos y con una página donde vende 'maillots', gorras y tazas de café con su logo, una R majestuosa en lo alto de una rueda con alas. Y con la mirada puesta en ese Tour que todavía no tiene.