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Gaza, medio año de destrucción

El propósito inalcanzable del primer ministro israelí de no detener las operaciones hasta la aniquilación de Hamás ha llevado a Israel a una situación indefendible ante la comunidad internacional

Cooperantes reparten material médico cerca del hospital de Kamal Adwan en el norte de Gaza,

Cooperantes reparten material médico cerca del hospital de Kamal Adwan en el norte de Gaza, / Mahmoud Issa

La erosión de la imagen internacional de Israel al cumplirse medio año del ataque terrorista de Hamás y los síntomas de desestabilización en Oriente Próximo son las dos consecuencias inmediatas de la estrategia de tierra quemada aplicada en la franja de Gaza por el primer ministro Binyamin Netanyahu. Del aval de Estados Unidos y demás potencias occidentales al derecho de Israel a defenderse tras la masacre cometida por Hamás se ha pasado a una presión cada vez mayor para que cese la matanza de la población civil palestina, fluya la ayuda humanitaria y se den las condiciones para que Hamás libere a los rehenes en su poder y Netanyahu excarcele a palestinos en su poder. El cálculo de riesgos de una extensión de la crisis a toda la región a causa del ubicuo papel de Irán en el conflicto ha dejado de ser teórico. Se ha pasado a los ataques de Hizbulá, la subsiguiente respuesta israelí en forma de bombardeos contra objetivos en el Líbano, las operaciones en torno a Yemen y contra Siria y, como resultado final, una implicación cada vez más efectiva de Irán en la crisis.

La presión creciente de Joe Biden sobre Netanyahu responde a esa degradación de la seguridad regional tanto como al giro de la opinión pública a escala global y de forma especial entre el electorado demócrata, cada vez más en desacuerdo con el apoyo incondicional a Israel. El propósito inalcanzable del primer ministro de no detener las operaciones hasta la aniquilación de Hamás ha llevado a Israel a una situación indefendible ante la comunidad internacional, le mantiene maniatado por sus aliados del sionismo confesional de extrema derecha y ha hecho que su índice de aceptación esté por debajo de 30%.

Al mismo tiempo que en Jerusalén y Tel Aviv se repiten las manifestaciones para pedir la convocatoria de elecciones, crecen los riesgos de que el contagio de la crisis gazatí desborde los límites de la Franja. Si los ataques hutís contra cargueros en el mar Rojo pusieron en riesgo el comercio mundial e hicieron temer una escalada de los precios de la energía, la muerte de varios funcionarios iranís y un general de la Guardia Revolucionaria en un bombardeo en Damasco suscita iguales temores por las dimensiones que puede tener la respuesta de los ayatolás. La república islámica amenaza por primera vez con entrar en acción directamente y no mediante el recurso a patrocinados suyos como ha ocurrido hasta la fecha.

La disposición de Netanyahu a abrir el paso de Eretz para que fluya la ayuda humanitaria, fruto de una exigencia en voz alta de Washington tras el ataque contra un convoy de la oenegé de José Andrés, debiera ser algo más que una mera concesión ante el hartazgo de Biden por el cariz de la situación en Gaza. Las voces a favor del reconocimiento del Estado palestino no dejan de crecer, Estados Unidos y la Unión Europea han manifestado que la única salida equilibrada del conflicto es la solución de los dos estados y que cualquier desvío de este objetivo no hará más que enquistar la crisis. No solo para la comunidad palestina, sino también para Israel, cuya existencia en paz depende tanto de su papel central en el dispositivo de seguridad en Oriente Próximo diseñado por EEUU como de su aceptación de las reglas básicas de convivencia que rigen para la comunidad internacional, incluido el cumplimiento de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.